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Para Donar Genevieve Vaughan
Capítulo 6
Categorías 'marcsistas'
La co-municación crea la mutua inclusión de los co-municadores con respecto a todas las diferentes partes de su mundo. El nombrar del género divide a los co-municadores en dos grupos mutualmente excluyentes, en categorías opuestas entre sí desde el principio, contradiciendo así la inclusión mutua de la co-municación. Igual que las modalidades opuestas del regalo y del intercambio, los géneros entran en un tipo de complementaridad aunque no encajen perfectamente. El sobrevalorar la dominación hace difícil la mutua inclusión y la vinculación creativa del regalar y del recibir. Desarrollos extraños como ver el dominio y la sumisión como inclusión mutua, a veces aparecen como la resolución de esta contradicción. Darle al que domina puede convertirse en un patrón estable—como ocurre con los llamados ‘valores de la familia.’
Al hacer la diferenciación de los géneros, los aspectos del lenguaje que involucran el regalar y el ceder se identifican como comportamientos biológicos de las mujeres, mientras que los aspectos de sustitución y categorización se asignan a los hombres. Finalmente, estos dos roles se traducen en cuidado sin poder por un lado, y en dominación/intercambio por el otro. El aspecto de exclusión mutua de los géneros surge del lenguaje mismo, donde lo ‘masculino’ y lo ‘femenino’ se conectan en opocisición directa. Para poder exhibir un comportamiento supuestamente apropiado para quien porta el término de su género, posiblemente se podría mirar el comportamiento del otro género y hacer simplemente lo opuesto.
En un texto fundamental sobre los universales del lenguaje, Joseph Greenberg expone las categorías lingüísticas de ‘marcado’ y ‘no marcado,’ que se encuentran en los niveles fonéticos, gramaticales y léxicos con respecto a los términos opuestos. Por ejemplo, términos tales como ‘corto’ y ‘largo,’ ‘ancho’ y ‘angosto,’ ‘arriba’ y ‘abajo’ implican extremos opuestos de un continuo. Uno de estos opuestos suele ser la norma lingüística. Nosotros preguntamos de que ancho es la mesa y no cuán angosta, ancho es la norma, lo que los lingüistas llaman el término ‘no marcado.’ Según Greenberg, ‘hombre’ es el término ‘no marcado’ y ‘mujer’ es el término ‘marcado.’
En mi opinión, las expresiones metalingüísticas ‘marcado’ y ‘no marcado’ están al revés. El término más general, el más inclusivo, debería ser el ‘marcado’ (pues llama nuestra atención) y el menos inclusivo, el ‘no marcado.’ En cambio el término menos importante tiene una marca extra, un prefijo o un sufijo, mientras que el término más importante que se llama un ‘signo cero,’ no tiene agregados. Por ejemplo, en inglés, agregamos una ‘s’ a la palabra en singular para formar el plural. El plural es la categoría ‘marcada’ y el singular la ‘no marcada.’ Incluso los dos términos mismos tienen sus significados extrañamente cruzados. ‘Marcado’(marked) no está marcado, y ‘no marcado’ (unmarked) está marcado.
Greenberg cita un artículo de Jakobson que define esta distinción: “El significado general de una categoría ‘marcada’ afirma la presencia de una cierta propiedad ‘A;’ el significado general de la categoría correspondiente ‘no marcada’ no afirma nada respecto de la presencia de ‘A’ y se usa principalmente pero no exclusivamente para indicar la ausencia de ‘A.’” Entonces Greenberg continúa diciendo, “Por lo tanto, en términos de Jakobson, ‘mujer’ afirma la presencia de la categoría marcada ‘femenina’ mientras ‘hombre’ se usa principalmente, pero no exclusivamente, para indicar la ausencia de lo ‘femenino.’”
Este análisis es contra-intuitivo para las mujeres, que fueron enseñadas a través de los golpes de la vida que la propiedad importante es ser varón, y que es la carencia de esta propiedad lo que nos define como mujeres. Continúa Greenberg, “Por lo tanto, el término ‘hombre’ tiene dos significados, para indicar la ausencia explícita de lo ‘femenino’ en el sentido de ‘ser humano hombre,’ y para indicar también el ‘ser humano en general.’” Entonces según Greenberg, el término que indica la ausencia de lo femenino también incluye lo femenino cuando se usa en su sentido general. Las mujeres son incluídas mientras que lo femenino es explicítamente indicado como ausente.
Se me ocurre esta fantasía: si los hombres y la mujeres fueran palabras, hombres serían el término ‘marcado’ con el prefijo del falo—según esta teoría, menos importantes, diferente—mientras las mujeres serían el signo ‘cero,’ sin el prefijo, más importantes, la norma. Si es verdad que ‘hombre’ se define como la ausencia de la propiedad femenina, ¿qué es esta propiedad? La propiedad de las mujeres es solamente la ausencia de esa propiedad distintiva, ‘la marca,’ y (agregado a esto) la ausencia de la propiedad, en el sentido de la propiedad privada. Sin duda, la mujeres son la norma, como las ‘muestras’ carentes y no aceptadas de la especie humana.
Los hombres se definen a sí mismos y definen a la humanidad sobre la base de la ausencia de la muestra femenina. El falo sería el doble negativo, la ausencia de la ausencia. (Jacques Lacan habla de la ‘carencia de la carencia.’) No debe sorprendernos que los lingüistas y los niños estén confundidos. En inglés la palabra ‘wo-man’ es ‘man’ marcado con un prefijo, que quizás esconde el hecho de que la madre no tiene un prefijo ‘físico’. La diferencia, el que la mujer no tenga una marca, se considera como su diferencia, de ella, una carencia con respecto a la norma, a la que el niño varón sí se parece. La palabra inglesa ‘mankind’ (humanidad) demuestra el problema. Tomando el falo como la ‘marca’ de los hombres, y a los hombres como muestras de la especie, las mujeres aparecen como ‘defectuosas,’ como miembros (sic) de una clase inferior.
El ser la norma se ha convertido a si misma en una característica del género masculino, y a su vez el falo se ha convertido, paradójicamente, en la ‘marca’ de la norma. La palabra ‘masculino’ y todas las palabras que se usan para dominar a través de la definición, empiezan a tener una inversión fálica, por la similitud entre el mandato del género masculino y la definición (de que se deriva). La palabra ‘masculino’ desbanca a los hombres, a aquellos que tienen una ‘marca; y que a su vez se convierten en desbancadores, y quienes usan su ‘marca’ para dominar o desbancar. Cuando ocupan posiciones de ‘autoridad’ debido a sus ‘marcas,’ ellos usan las palabras para definir y conquistar.
La comunicación verbal entre hombres y mujeres entonces debe crear una mutua inclusión entre aquellos que están culturalmente definidos como polos opuestos; uno de estos polos es definido como ‘superior’ al otro, como norma marcada y la muestra de la especie. Las contradicciones lógicas envueltas en esta situación, crean doble-vínculos dañinos que la sociedad no ha podido resolver. De hecho muchos metamensajes acerca del genero son orientados al ego y construídos sobre la logica del intercambio y confirman la superioridad del género masculino. Este libro es un intento de metamensaje alternativo basado en el regalar, acerca de las categorías de género, que serviría la necesidad de abolirlas.
Sobrevaloración de la sustitución
Desde que más valor es socialmente dado a los hombres masculados, más atención es socialmente dada al lado sustitutivo del lenguaje , prevalenciendo así sobre el lado de regalar, en nuestra comprensión. Se desarrolla una serie de patrones auto-reflejantes que expresan el carácter contradictorio del género basado en el lenguaje y tambien lo perpetúan. La sustitución o reemplazar al otro, se convierte en dominio, se repite a sí mismo y le usurpa el lugar al regalo, que lo sigue nutriendo. El hombre le quita el lugar a la mujer como modelo de la humanidad; en cambio, las mujeres continúan dándoles a los hombres y otorgando valor al modelo masculino. Los comportamientos masculinos como el dominio y la competencia reemplazan a la no-competencia del regalar y del ceder . Estos comportamientos repiten aspectos de los mecanismos de servicio y sustitución que vimos en la definición. Dar valor es un aspecto del dar, que continúa apoyando la sustitución y el dominio en nuestra sociedad.
En el nivel del lenguaje, damos valor a los regalos sustitutivos que son las palabras, mientras que en el nivel de los géneros damos valor al sustituto, el hombre que reemplaza a las mujeres (y a otros hombres). Enfocamos nuestra atención en el reemplazante y ya no miramos más a las que han sido reemplazadas, ni a la Madre Tierra ni a la madre ni a nadie que dé regalos. El regalar aparece como algo inferior (no se le da valor) cuando se lo compara con la sustitución, que usualmente ha sido despojada de sus aspectos de regalo para aparecer más completamente lo opuesto. Entonces en la economía, el intercambio—un mecanismo de sustitución y de ceder—sustituye en una manera auto-similar a toda la modalidad del regalo, que cede. (Vea la Figura 10.)
Otra expresión de la masculación es el uso de la definición y del nombrar para controlar el comportamiento de los otros a través del mandato y de la obediencia (el ceder de la voluntad). Luego de que los miembros de una mitad de la humanidad han sido dados el mandato de no cuidar es muy difícil convencerlos de que deben hacerlo, en momentos apropiados y hasta un cierto punto. Entonces, paradójicamente, se les pega (dominio físico) a los niños por no dar y no ceder, por ser desobedientes o irrespetuosos. La moralidad y la ley están también estructuradas de acuerdo con el mandato y la obediencia, o sea la dominación por la palabra. La venganza y la represalia son la consecuencia de la desobediencia. El castigo ‘justo’ se da en intercambio por haber violado la ley. El regalar se ha hecho parecer como poco realista, cuando actualment lo que se necesita no es justicia—basada en la definición, en la masculación y en el intercambio—sino la amabilidad, el restablecimiento del paradigma del regalo y del modelo de la madre.
Una comunidad dividida
Virtualmente todos los miembros de la comunidad se turnan en los roles de hablar y escuchar (el dador y el receptor linguistíco). También se da la comunicación entre los miembros de un mismo género, por lo que los que hablan y escuchan (los que dan y reciben) pueden ser del mismo sexo. Cada género desarrolla su propia comunidad de mutua inclusión con los de su mismo sexo, mientras trata de tender un puente sobre la exclusión mutua y el acto de regalar formando una comunidad con los del sexo opuesto.
Por lo tanto, hay dos procesos diferentes para cada género. Si al mismo tiempo que se organiza la co-munidad, se construyen nuestras identidades individuales, habrá dos clases de identidades para cada género—una identidad, que se forma al co-municarnos con el mismo sexo, y una que se constituye por la co-municación con el sexo opuesto. (Los dadores dan a los dadores. Ellos también dan y ceden a aquellos que están involucrados en tomar el lugar del otro; los que toman el lugar forman una comunidad de similares, que compiten, a su vez, para desplazarse entre sí.) Los principios básicos del funcionamiento de la co-municación—el regalar y el sustituir—operan en los dos roles de los géneros opuestos.
Los malos usos de la definición y del nombrar—de los procesos y de los mecanismos lingüísticos que serían relativamente neutrales y beneficiosos para la colectividad—se han hecho possible debido a la invisibilidad del regalar en el lenguaje y en la vida. Estos son ambos causas y efectos de la masculación y de la desaparición del modelo de la madre. Si restauramos el regalar en nuestra visión del lenguaje y de la vida (y restauramos la idea de servicio y de la satisfacción de las necesidades comunicativas en la definición y en el nombrar) podemos debilitar la posesión patriarcal de un proceso de definición reificado y deshumanizado al mismo tiempo quitandole la inversión fálica a la palabra.
Valores de la familia
En la práctica, el modelo de la madre ha sido relegado a la familia y ha sido desempoderizado, y no ha sido extendido al resto de la sociedad. La Derecha ideological lo ha interpretado como subordinado al modelo del padre dominante. Las familias basadas en los ‘valores familiares’ opresivos son la piedra angular del patriarcado. En estas familias la que cuida y da es capturada al servicio permanente de aquel quién la domina y usurpa su posición de modelo para sus hijos—un hecho que al mismo tiempo la convierte en modelo de debilidad y de sumisión para sus hijas. En cambio el cuidado de la madre podría convertirse en una base razonable y eficiente para nuestras instituciones sociales y el regalar se liberaría entonces como el principio de un mejor orden social.
No quiero decir que el Estado patriarcal deba apropiarse del cuidar como ha sido intentado mediante muchas formas de intercambio disfrazadas como programas de entrega y asistencia. En Estados Unidos la ayuda para el ‘Tercer Mundo,’ dentro y fuera de sus fronteras, suele ser un intercambio oculto que beneficia al ‘que da,’ y que perjudica y humilla al ‘que recibe.’ El cuidado practicado por el modelo masculino, e incluso por el modelo masculine colectivo, no ha funcionado , como lo demuestran los muchos ejemplos costosos del comunismo (capitalismo estatal) y de la burocracia.
Los gobiernos deberían re-organizarse para eliminar la competencia por el dominio, para que los individuos y los grupos relativamente pequeños podrían participar en el cuidado de unos y de otros. Una transformación de esta clase también requiere crear la abundancia al poner fin al despilfarro. La actual escasez esta siendo creada artificialmente; a través del despilfarro en gastos de productos que no nutren la vida—tales como los armamentos, las drogas y los lujos simbólicos. Estos gastos extenúan la economía de la mayoría, para permitir la continuación de sistemas socioeconómicos patriarcales de explotación y el sobreprivilegiamiento y el poder de los pocos.
Es necesario buscar en el lenguaje las claves para la organización de la sociedad, porque el lenguaje tiene la característica de ser al mismo tiempo individual y social, tanto en nuestras propias mentes como en las de nuestros grupo. Como factor creativo muy importante en la formación de nuestras identidades individuales y colectivas, permite cerrar la brecha entre la persona singular y la multitud.
El intercambio, constituido por un mecanismo de sustitución y de ceder como un derivativo de la definición, es un patrón autoreflexivo que nos induce a interpretar todo a su imagen, mientras al mismo tiempo oculta el regalar. Sí podemos señalar, comprender y desmitificar sus mecanismos, y restaurar a nuestra idea del lenguaje, el principio de regalar en abundancia, podemos usar el lenguaje como una guía para crear una sociedad materna en nuestro hogar, aquí en la Madre Tierra. El regalar y sus valores ya están disponibles. Solo tenemos que alterar nuestra perspectiva quitándonos los anteojos del patriarcado para verlos..
Categorías sin género
Incluso cuando hablamos de lo ‘Bueno’ o de la ‘Justicia,’ términos que parecen ‘no marcados’ y neutros en cuanto al género, aún tenemos a los hombres como modelos no reconocidos. Lo ‘Bueno’ está cargado de imágenes del Dios masculino, mientras que la ‘Justicia’ depende de jueces hombres y de la ley masculina. El valor que se le da a la igualdad, que es un factor importante en la forma del concepto uno-muchos y un principio importante en la masculación y el intercambio, también perpetúa el modelo masculino. (Las madres cuidan a los niños que son diferentes a ellas, no iguales.) Las imágenes y los actores masculinos traen consigo los valores que les han sido dados socialmente, incluyendo el privilegio de su ‘marca.’
Es más las categorías aparentemente neutrales son revestidas de nobleza, como categorías a las que deberíamos tratar de pertenecer. Son un tipo de estado de existencia artificial ‘no marcado,’ una norma más ancha a la que los niños que tuvieron que dejar la categoría de su madre pueden tratar de volver como adultos—sin tener que pasar por el terror de la necesidad ilusoria de la castración. Comportándose de acuerdo a las leyes, a los mandamientos y a las reglas de los padres, los niños pueden hacerse iguales a sus padres y hermanos, que en realidad no son diferentes de sus madres en esto, ya que las reglas son iguales para todos, aunque los hombres tienen mayor autoridad.
De esta manera, cuando los niños se convierten en hombres pueden deshacerse parcialmente de la diferencia inventada que arruinó su integridad primordial, su totalidad e identidad con sus madres—esa experiencia original y real que tuvieron que negar cuando se dieron cuenta de que pertenecían a la otra categoría. Sus madres y las otras mujeres son ‘elevadas’ a un nivel igual con ellos, siguiendo las mismas reglas y disfrutando, supuestamente, de los mismos privilegios.
Las categorias neutras y objetivas (‘imparciales’) prometen una suerte de utopía a la que los niños pueden aspirar si se comportan correctamente, o si toda la gente se comporta correctamente. Si actuamos de cierta manera para poder pertenecer a una categoría de ‘lo bueno’ (incluso también la categoria de ‘Demócrata’ o de ‘estadounidense’), pareciera que tenemos la oportunidad de superar la alienación original debida a la ‘marca’ o la falta de ‘marca,’ que causa la diferencia de género. Quiero insistir que este viaje doloroso es innecesario, porque la alienación original es innecesaria. Es la interpretación social del género que distancia al niño de la madre por culpa de su ‘marca.’ Y podemos cambiar una interpretación social. El niño pequeño todavía es un miembro de la categoría humana con su madre que lo cuida como modelo, así como lo es una niña pequeña, y desde el principio la ‘marca’ es en realidad irrelevante para la categoría del ser humano.
‘Hum’
Los adultos socializan al niño en estos roles mediante su comportamiento, insistiéndole que él es un niño, empujándolo hacia la identidad del padre y alejándolo de la indentidad interactiva y donante que experimenta diariamente con su madre. (El problema se agrava cuando el padre está ausente, y el niño sólo ve a otros hombres en la calle o en la televisión.) Nosotros los adultos dividimos su identidad conceptual de su experiencia. El niño sólo intenta usar el lenguaje con respecto a sí mismo, de la misma manera que lo usa con respecto a otras cosas para entender qué son.
Asimismo, una niña pequeña aprende de la sociedad que la categoría a la que ella y su madre pertenecen es ‘inferior,’ que a menudo ni siquiera es visible como categoría, y que su madre, que todavía es su modelo, probablemente valora más al varón por su ‘marca’ que a su hija, a sí misma o a su género.
Otro efecto de la masculación es que el privilegio de un tipo o de otro, aparece conectado a una ‘marca.’ El dinero, los automóviles, las posesiones funcionan como ‘marcas’ de clase; el color de la piel, la altura, y otras diferencias físicas funcionan como ‘marcas’ de categorías raciales o culturales, pero todas estas dinámicas se originan en la ‘marca’ fálica, y por la definición de la diferencia del niño con la madre como una diferencia física. Promueven la idea de un ‘desviado de la norma’ privilegiado. Después parecería que tendríamos que comportarnos de una manera masculada obsesiva porque estamos conectados con (o poseemos) una ‘marca.’
Por ejemplo, el dinero, como el falo es la ‘marca’ que parece identificar la norma. Descalifica la norma (de regalar), cuyo lugar ha ocupado, haciendo de los que no tienen dinero‘inferiores.’ Otras características biologicas, como la piel blanca, pueden funcionar como la ‘marca’ de la norma impuesta culturalmente interpretando los otros colores de piel como categorías ‘carentes’ o ‘menos normales.’ Todos nosotros actuamos de acuerdo con nuestras definiciones, tal como los niños y las niñas lo hacen. Seguimos ciegamente las profecías de los nombres de nuestras categorias que se auto-cumplen las cuales traen en sí las lecturas sociales erróneas de nuestras diferencias físicas y no físicas. O tenemos que lidiar con las profecías y contradecirlas. Sería más fácil cambiar las definiciones que tratar de cambiar las vidas y los patrones sociales, que ya han sido distorsionados en su imagen.
Ambos, hombres y mujeres pueden aprender (y muchos ya lo están haciendo) a hablar a los niños desde un metanivel acerca del género, diciéndoles cosas tales como “Las palabras que usamos para hablar de nosotros mismos no son exactamente correctas; somos un poco diferentesm,m,m.. a como suenan las palabras. Aun cuando hablamos de ‘hombre’ o ‘mujer,’ ‘niño’ o ‘niña,’ ‘papi’ o ‘mami,’ todos somos humanos. En realidad, todos somos parte de una misma categoría.” De hecho, cuando los niños y niñas son pequeños, ellos necesitan tambien pasar por alto otras grandes diferencias físicas (como el tamaño) para poder captar a la categoría ‘humana’ y a sí mismos como parte de esta. Sin duda, tienen la mente lo suficientemente abierta para pasar por alto la diferencia en los genitales para su definición, si nosotros no se la imponemos.
Escuche como la gente que tiene niños o niñas hablan respecto al género. Vestidos, un bebé niño y niña se parecen mucho, y lo primero que se pregunta es cuál es el género. “¿Es el bebé varón o hembra?” Incluso la costumbre de hacer una distinción entre los niños según el color de la ropa, rosa o celeste, es engañoso. . Nosotros no debemos imponer estereotipos a nuestros niños o niñas, debemos permitirles que crezcan con las interacciones del regalar y que tomen conciencia de lo que son conforme van creciendo. Tal vez, deberíamos permitirles a los niños que escojan su género en la pubertad, de acuerdo con su preferencia sexual, celebrándoles su elección con rituales y festejos. No deberíamos cargarlos con las profecías auto-cumplientes, que los alejan de nosotros y de ellos mismos.
Tal vez pensamos que los niños y niñas no son lo bastante inteligentes o lógicos para poder captar estas distinciones. Si éste es el caso, probablemente se deba a que los hemos confundido desde el pricipio al cargar los términos de sus identidades con diferencias tan difíciles y falsas. No estamos haciendo esto solo individualmente; es una parte y un producto de toda la corriente social misógina. La categorización en sí se ha convertido en un instrumento de opresión, conectado con la evaluación económica de todas las cosas según su precio. Pero el regalar y la satisfacción de necesidades son más importantes que la categorización para el bienestar de la humanidad. La categorización solo ha sido distorsionada y sobreenfatizada como consecuencia de la masculación.
Podríamos evitar la masculación si abolimos completamente los términos de género para los niños y niñas. Podríamos llamar a los infantes ‘hums,’ por ejemplo, un diminutivo de ‘humanos.’ Podríamos decir, “¿Cómo está mi pequeño hum?” A la pregunta, “¿Es niña o niño?” podríamos contestar, “Es un hum.” O bien podríamos tararear (‘hum’en inglés). Tal vez los adultos finalmente podriamos empezar a referirnos a nosotros mismos de esta manera también. Esto resolvería el problema de la identidad masculada basada en la separación y el de la definición de las mujeres como seres inferiores y la sobrevaluación de lo neutro u objetivo, al no imponer distinciones falsas en primer lugar. El pene no es un regalo especial o una ‘marca’ de una categoría superior. Es solamente una parte del cuerpo.
No pretendo negar las características positivas de las diferencias sexuales que realzan la vida, sino que trato de liberarlas de los estereotipos y, especialmente, de la obsesión de la masculación que está matándonos a nosotros y a la Madre Tierra. Tal vez es porque no podemos oír a la Tierra diciendo, “¡Ustedes son como yo! Ustedes pertenecen a mi categoría de los que regalan,”que hemos hecho esto? O es que no podemos oírla porque tenemos esta obsesión. Como especie, nos hemos definido a nosotros mismos como algo (‘Hombre’) que es ‘otro’ que la Madre y tenemos que actuar según esa profecía que se autocumple.
En otras palabras, hemos hecho con respecto a la Madre Tierra lo mismo que los niños pequeños hacen con respecto a sus madres humanas. Hemos negado nuestra similaridad, y nos identificamos a nosotros mismos como ‘algo diferente,’ pero no sabemos exactamente que es (y así terminamos identificándonos con la palabra misma). La muestra parece ser un dios masculino muy parecido a nosotros, que está arriba en el cielo, y que es más grande y más importante que la Madre. Tratamos de actuar de acuerdo con lo que él nos dice, inventando una Gran Cadena de Ser, jerárquica de los que reemplazan y ceden olvidándonos de los impulsos de regalar en nuestros corazones .
Dandoles confianza y permitiéndoles que jueguen de acuerdo con sus propias orientaciones los niños y niñas se hacen inmensamente inteligentes y creativos, como lo descubrió Maria Montessori. Tenemos que permitir que nuestra definición evolucione de nuestras experiencias y actividades gratis—tales como jugar, creare e interacciones de regalar—llenando nuestros “períodos sensibles” de aprendizaje con realidades vitales. No debemos obligar a nuestros niños a tratar de adecuarse a categorías de género preexistentes y contradicctorias, que tienen los adultos. Todo esto es más fácil cuando hay abundancia y cuando la experiencia del niño no es malograda por el abuso o por la escasez.
Tal vez ‘hum’ podría representar también el ‘humus,’ esa parte del suelo, ese terreno en el que nosotros y todas las culturas somos unos para los otros, la tierra de la que surgimos y a la que regresamos. Tal vez, al fin, podremos actuar de acuerdo con el regalar, como una continuación de la situación original madre-niño, que dejaremos florecer cuerdamente sin ser torcida por la sociedad.
Un experimento personal
En realidad no es difícil cambiar el lenguaje que les enseñamos a los niños. Yo lo traté de hacer con mi hija mayor, Amelia, en los años sesenta. Evité usar con ella los pronombres posesivos, no le enseñé los términos ‘mío,’ ‘míos,’ ‘de él’ o ‘de ella.’ Como en la realidad la madre es la muestra original, los niños aprenden mejor lo que ella dice que lo que dicen los otros. Les pedí a las otras personas que estaban con nosotras que también evitaran los posesivos. Desde luego, Amelia escuchaba esos pronombres posesivos en personas que no conocíamos bien, en la radio y así sucesivamente. Evité las dificultades de estas ideas diciéndole, por ejemplo, “Papi usa eso,” en lugar de decirle “Eso es de Papi.” Fué muy interesante que ella no aprendió a usar los posesivos aunque a los tres años de edad ya hablaba muy bien.
Yo sé como aprendió. Ella quería jugar con unos platos y otra persona le dijo, “No toques esos, porque son de tu mamá.” Siempre sentí que la razón ilógica (en realidad no debía jugar con esos platos porque se podían romper—y no porque fueran míos) sumada al hecho de que la dueña de los platos fuera yo, su madre, hizo que finalmente mi hija comenzara a usar esa categoría. Es difícil determinar si el hecho de no haber aprendido los posesivos hizo que mi hija fuera más generosa que hubiera sido de otra manera . El experimento terminó demasiado pronto, habían demasiadas variables, y haciendolo sola no fué muy efectivo.
De cualquier manera, el experimento no le hizo ningún daño. La posesividad no es algo tan básico como el género, y el flujo de la vida absorbió cualquier negatividad que pudo haber tenido esa experiencia. Sin embargo, evitar usar los términos de género a una edad temprana podría tener efectos de gran alcance en el concepto de sí mismos que tienen los niños y las niñas, por lo menos si se hiciera en los “períodos sensibles”del aprendizaje del lenguaje.
Podríamos tambien usar nombres andrógenos en el jardín infantil. Desde un metanivel, podríamos hablarles a las niñas y los niños del uso de los términos de género en Plaza Sésamo y El barrio del Sr. Rogers. Podríamos dar ejemplos a través de la televisión, de madres y niños o niñas usando términos sin género para definir sus categorías como parte de la humanidad común. Estoy convencida de que también aquí el flujo de la vida corregiría los aspectos negativos desconocidos que pudieran estar envueltos en el experimento.
Las mujeres han hecho una gran diferencia en el lenguaje en las últimas décadas, eliminando la terminología sexista. Seguramente podríamos concebir nuevas maneras de hablar a los niños y sobre los niños, lo que les permitiría seguir identifícandose con nosotras en forma continua fuera de los conceptos de genero estereotípicos. Entonces, quizás todos nosotros podríamos reconocer y admitir la afinidad que existe entre nosotros, con nuestras madres y con la Madre Tierra volviendo así a la norma del regalar.
Para Saussure, Curso de lingüística general, Alianza, Madrid, 1983, capítulo IV. Langue es un sistema de unidades de oposición puramente diferencial. Cada palabra se relaciona con las otras por exclusión mutua. Cada palabra se identifica a sí misma por su negación con las otras palabras. Cuando el significante es considerado en relación con el significado, se aplican otras oposiciones y asociaciones, como las oposiciones binarias y las variabilidades regulares y paradigmáticas.
Joseph Greenberg, Language Universals, La Haya, Mouton, 1966.
Op. cit., On Language, Roman Jakobson, “The Concept of ‘Mark,’” capítulo 8.
Aunque el comunismo pueda ser considerado como la intención de satisfacer las necesidades, ha sido socavado, igual que el capitalismo, por el patriarcado. Marx y otros economistas hombres no entendieron y siguen sin entender el trabajo no remunerado de la mujer como un trabajo que produce valores. Si el trabajo de la mujer fuese tomado en cuenta (véase Marylin Waring, If Woman Counted, A New Feminist Economy, Harper and Row, San Francisco, 1988), tendríamos que agregarle por lo menos un 40 por ciento al PBI de muchos países centrales, y mucho más en los países del Tercer Mundo. Los economistas que han omitido esos elementos macroscópicos desvirtúan sus análisis. Es como si un estudiante omitiera el 40 por ciento de los planetas del sistema planetario: tendría que buscar otras explicaciones para sus efectos—irregularidades en las órbitas, por ejemplo—y no podría determinar un mapa para un viaje espacial exitoso. El feminismo propone un análisis más completo, más profundo y de mayor alcance y una base mejor para la planificación social que el capitalismo y el comunismo, porque a diferencia de éstos, el feminismo otorga valor a la mano de obra gratuita.
Distinguir el sexo de los niños por el color de la ropa es como diferenciar (y privilegiar) las razas por el color de la piel.
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