Las mujeres dan gratuitamente de sus pechos a sus hijos e hijas (y de infinitas otras maneras), pero puesto que el pene está sobrevalorado, se nos percibe como si diéramos a partir de la ‘carencia’ de la ‘marca’ y, puesto que la escasez ha sido creada para privilegiar a los que tienen, a menudo damos en situación de carencia económica. Todo esto se exacerba, porque los hombres renuncian a la economía del regalo. El intercambio ‘da’ el regalo de no regalar, mientras que los pechos de la mujer encarnan el regalo de regalar.
Se podría especular que los pechos son el modelo original para el índice: el pezón es el índice, y la boca del bebé es el ‘objeto’ que es seleccionado para recibir la atención. Luego, estos ‘puntos’ de vista son invertidos. Para el bebé, su boca es el centro de atención, y el pezón es el ‘objeto,’ es lo que se selecciona. Luego, el objeto de hecho lo señala—y le da leche. O para la madre, si el ‘objeto’ no la señala con la boca y la lengua, por lo menos ‘capta el punto’ y recibe la leche.
Consideremos al tener como tener pechos, como tener algo que dar. Somos mamíferos. A pesar de que los hombres tienen pechos pequeños, hay muchas maneras en las que los hombres y las mujeres que no amamantan pueden nutrir y cuidar a los otros. (De hecho el pene es ‘dado’ a otro sólo cuando los niños se hacen adultos, pero es dado para ser comparado y para ser visto desde mucho antes.)
Pero estas maneras han sido mal interpretadas, ocultas y disimuladas por el descrédito y el aislamiento del maternaje en la infancia y por el enfoque patriarcal sobre la muestra, el intercambio, el reflejo, el tener y acumular. Las maneras de dar incluyen, entre otras cosas, el lenguaje, la solución de problemas, la producción de mercancías y de servicios como una forma de abastecer a las necesidades sin la intermediación de los mecanismos de intercambio—que son de por sí derivados de la masculación. ‘Tener’ es también tener manos, instrumentos que pueden ser usados para dar y cuidar a los otros. No sólo sirven para fabricar herramientas (o peor aun, para fabricar armas).
El regalo que el padre parece darle al niño (el regalo del pene) es un regalo de semejanza o de igualdad, y el valor que se le da a la igualdad—a la ecuación misma, del niño igual al padre, como la norma no nutricia. El padre, a su vez, estuvo relacionado al abuelo de la misma forma. Es un regalo pesado, porque su uso psicológico en la sociedad y su errónea interpretación crean una necesidad artificial. Luego el niño tiene que tratar de satisfacer la necesidad pareciéndose a su padre. Es más, el padre necesita que su hijo se le parezca, para que él pueda lograr su posición de muestra, su propio mandato de género como el equivalente con el que se relacionan no sólo las mujeres sino otros hombres (los más pequeños).
En el patriarcado el padre debe demostrar que él se ha reproducido a sí mismo. Tiene que demostrar que con el pene como muestra-índice, y siendo él mismo la muestra masculina, tiene el poder creativo de hacer a otros igual a él (así demuestra que no todo el poder creativo está en la madre-muestra a la que ha eclipsado.) Por lo tanto, no es sólo la relación de posesión lo que está en la base de la obsesión de los hombres por la paternidad, sino el cumplimiento del mandato de la forma del concepto como la realización de su identidad individual, de género y de especie. A pesar de que esta ‘lógica’ ha funcionado a través de generaciones, es la responsable de una falsa agenda.
Yo pienso, que la sobreimposición de las diferentes encarnaciones del mismo concepto uno-muchos ha sido posiblemente el Frankenstein que creó el monstruo blanco del patriarcado. En las sociedades en las que el hermano de la madre tiene la función paterna educativa, el falo no necesita ser destacado como la muestra responsable, de hecho, de la ‘creación’ del niño. En esas sociedades, la transmisión de la cultura a través de la enseñanza y de la disciplina se diferencia de la sexualidad; la persona que juega el rol disciplinario (el hermano de la madre) no requiere que el niño se le asemeje. En las sociedades donde éste es el caso, parece que hay muy poca violencia, y la violación es casi desconocida.
Los hombres, como las mujeres, necesitan permanecer dentro de una modalidad de regalar y de recibir para que sus identidades se formen por medio de la co-municación material y gestual, creando así una subjetividad construida sobre una cambiante interacción nutricia con otros (una interacción que también incluye turnarse y tomarse como modelos recíprocamente), más que una basada en el mandato de lograr una posición abstracta de igualdad con la muestra. Para empeorar las cosas, la posición de igualdad oculta, de manera contradictoria, dos niveles de superioridad (desigualdad). Crea una categoría superior de los que no se parecen a los que regalan y que se parecen a la muestra (por lo tanto pueden convertirse en muestras), y otra de los que ya son superiores, porque ya son muestras. El mandato insta a la competencia donde no era necesaria, y hace del dominar y del ejercicio del poder el modo válido de conducta para media humanidad.
Al imponerse como norma, esta modalidad se extiende a toda la humanidad, convirtiendo a los que poseen otros valores en seres serviles, invisibles y apenas humanos. Ubica a los que son ‘iguales’ en una categoría que les es dada por los que regalan. Parece conferir a los ‘miembros’ el derecho de exigir a los demás que les den, ya sea mediante el uso de la violencia o a través de las jerarquías organizadas—es decir las fuerzas armadas o la policía. Volviendo a aplicar la misma lógica conceptual (que requiere de una relación ‘uno-a-muchos’ para desarrollar la generalidad) a esta situación, vemos que lo más apropiado para esta lógica, aunque no lo es para la felicidad de los seres humanos, es que unos pocos sean las muestras generales para las diferentes categorías—esto significa, desde luego, que los muchos nunca serán ‘muestras.’ Así tenemos, por ejemplo, muchas personas organizadas en grupos nacionales, cada uno de los cuales tiene una jerarquía interna dirigida por unos pocos hombres y con un hombre a la cabeza.
Tomando la agenda de la forma conceptual como la lógica de la especie, y a los que tienen éxito en ella como muestra para la especie (olvidando que las mujeres están haciendo las cosas de manera diferente), se convierten en formas válidas de comportamiento el dominio, el poder y la intención de convertirse en la muestra conceptual y de la especie.
Es triste decirlo, pero las mujeres han alimentado este estado de cosas y el esfuerzo de los hijos y de los maridos que intentan lograr éxito en esa agenda. Ahora nosotras hemos comenzado a participar en ella también. Afortunadamente, nuestra ‘carencia’ de pene ha demostrado que éste no es la muestra de la especie, y que no es necesario tener pene para tener éxito en el sistema. Mientras que esto último pudo haber puesto en cuestión la superioridad masculina, no ha podido desmantelar la agenda y la lógica, sólo las ha desplazado hacia otras categorías. Ahora, por ejemplo, todas las personas de las naciones privilegiadas pueden considerarse privilegiadas o ‘muestras,’ respecto a otras de otras naciones que ‘deben’ por lo tanto darles y servirles. Todos los integrantes de una raza, tanto hombres como mujeres, pueden considerarse superiores a los de otras razas, y pueden ‘dar prueba’ de ello dominando a otras razas (y haciéndoles darles, obligándolos a asumir las tareas nutricias y de cuidado ‘femeninas’).
Mientras todo esto puede llegar a producir comportamientos horribles y oprobiosos en los individuos de un grupo contra los de otros, todos están llevando a cabo un mandato masculino que desde hace siglos se considera ‘humano’ en Europa occidental y en muchas otras sociedades. Es, por lo tanto, el sistema basado en una lógica falsa que debe ser considerado responsable, y no los individuos. Ese sistema es el que debe ser desmantelado. Cambiar a los individuos sin cambiar la lógica y la agenda sólo deja el campo abierto para que otros individuos lo recojan y sigan con las mismas prácticas. Como afirma el viejo dicho: “Si todos empezaran con la misma cantidad, unos pocos siempre llegarían a la cumbre.” Esto sólo quiere decir que hasta que comprendamos la enfermedad y la erradiquemos, algunas personas continuarán con la agenda en detrimento de aquéllos que no tienen ni el ‘empuje’ ni la ‘ambición’ (léase: ‘que no tienen la necesidad de ser muestras’). Esta enfermedad parece ser una clase de ‘virus’ auto-replicante (quizás derive de ‘vir,’ la palabra latina para ‘hombre’).
Un ejemplo de esta imposición de un grupo sobre otro es la invasión europea de América. No fue sólo la superioridad tecnológica de los europeos la causa del genocidio de los pueblos nativos, sino el hecho de que los europeos eran portadores de masculación en muchos niveles: misoginia, propiedad privada, lenguaje, economía, religión, filosofía, crianza de los niños, leyes, arquitectura, agricultura, etc.—todos esto era muy diferente en las culturas nativas. Podría haber sido al revés. Los europeos podrían haber aprendido de los pueblos nativos en lugar de destruirlos.
Después de imponerse como la categoría ‘superior’ con respecto a todo el hemisferio, nuestros antepasados también asumieron la propiedad uno-muchos de otros seres humanos como esclavos, forzándolos a darles regalos que les produjeron ganancias, y que permitió la acumulación de capital por parte de los dueños de esclavos. La categoría de los ‘superiores’ tiene que ser fácilmente reconocible por mucha gente. Ésa es la función a la que ha servido tener un pene para establecer la categoría. La piel blanca sirve al mismo propósito. En ambos casos, la ‘marca’ de ‘superioridad’ revierte el rol de la madre, haciendo que lo desviado sea la norma, y el que da regalos aparezca como inferior y desviado. Esta dinámica no existiría en una sociedad que no tiene a la masculación y al intercambio como modos de vida.
Los europeos hipermasculados mataron y esclavizaron a los pueblos menos masculados de África y de América, ‘dando prueba’ de esta manera de que ellos estaban en una categoría ‘superior’ (más masculina) que era la norma y que permitía su crecimiento priápico simbólico infinito—que los masculaba nuevamente en una clase más elevada de la categoría ‘superior.’ Tener gran cantidad de dinero les permitía comprar, producir y construir objetos, por los que podían ser identificados nuevamente como pertenecientes a la categoría ‘superior’—los privilegiados entre los privilegiados. Se pueden comprar casas, automóviles, ropa, joyas, rascacielos, rifles, educación y viajes, que son una evidencia clara, perceptible y microscópica del ‘tener,’ que ubica a los que ‘tienen’ en la categoría de los privilegiados una y otra vez.
Ahora creo que los países que pertenecen al llamado ‘Primer Mundo’ se han convertido en las ‘categorías superiores,’ identificables por su ubicación física y documentos de ciudadanía y que están forzando a los países del ‘Tercer Mundo’ a darles, a través de mecanismos económicos, políticos y culturales que a menudo son invisibles a la ciudadanía. La explotación que se está dando podría continuar siendo invisible, si no fuera por el número, cada día mayor, de inmigrantes que tratan sabiamente de ubicarse en la categoría geográfica privilegiada. El peligro es que a través de los mecanismos del ‘Libre Comercio,’ vamos a intensificar el patrón de los países masculinos dominantes y países femeninos serviles—hasta finalmente convertirlos en países de esclavos y países dueños de esclavos. Está ocurriendo una gran inscripción de masculación en la Tierra. (Siempre me ha maravillado lo apropiado del nombre de Castro.)
Las madres orientadas-a-otros nos dan, entre otras cosas, cuerpos, lenguajes, y socialización en pos de nuestros roles de género. La posibilidad de recibir más a través de la definición y la posibilidad de ser nombrado como ‘masculino’ nos motivan. Los tomadores de ganancia convierten a otros en sus madres masculadoras. Hacen que otros les den, mostrando que ellos se ‘merecen’ la ganancia y dando a otros en forma condicional, usándolos como medios.
Tal vez también sea por el aspecto singular de una ‘palabra’ del dinero y por la falta de acceso a un sistema de un langue cualitativamente diverso (y por lo tanto de nuestra incapacidad para explorar una variedad de valores enunciables en las relaciones de unos con otros), que el dinero y el valor de cambio mantienen su hegemonía social—mientras que aparecen y desaparecen rápidamente, al cambiar de manos en el mismo proceso de intercambio. La cosa ‘significada’ por la palabra material ‘dinero’ es el producto (el regalo posible) que sufre el cambio de la sustitución de la lógica (y el acto) de sustitución por la lógica (y el acto) de dar, es decir, el intercambio. El valor-en-comunicación de lo ‘significado’ es el valor del intercambio, expresado en una cantidad de dinero específica. A pesar de que la langue no está presente para mantener una totalidad de mediadores de valor cualitativamente diferentes, la auto-semejanza de la sustitución del dinero por el producto, y de la lógica del intercambio por el regalar, crean un mecanismo de autovalidación, que continuamente hace resaltar al intercambio mientras oculta el regalar.
El capitalismo unifica la masculación y el intercambio, y les da una nueva meta a cada uno. Para la masculinidad, la nueva meta es acumular riqueza priápicamente; para el intercambio la meta es repetir el proceso de masculación una y otra vez, por lo tanto acumulando y teniendo ‘más,’ mereciendo un equivalante cuantitativo mayor cada vez, o un ‘nombre’ masculador. Esto coloca a su dueño en la categoría a la que se le da más regalos gratuitos invisibles
La existencia se identifica con la masculación, y por eso se vuelve cuantificable. Esto le da a la gente el incentivo de tener más, para ser más. El poder y la potencia convergen en una espiral negativa ascendente, por la que algunos hombres (y mujeres) ‘exitosos’ pueden convertirse en más masculados que otros—existir más—por tener más ‘valor’ cuantitativo. Esto los hace aparecer como mereciendo existir más, lo que permite a las clases altas autoconvalidarse y juzgar a los que son explotados como ‘menos merecedores de existir,’ o tal vez, ya ‘existiendo menos.’
El pensamiento se toma como la base para una identidad autoritaria (intercambio) adversaria. La capacidad de realizar definiciones y sustituciones es un proceso constante, reconocible, que provee una constancia interna (yo = yo) y enfocar así la situación de exclusión mutua, que le es necesaria a la propiedad privada, y también para tener éxito en las actividades orientadas por el ego y la competencia. (De otra manera se crearía una identidad interna positiva a través de procesos repetidos y abigarrados de regalar y recibir.) El intercambio instrumentaliza la satisfacción de las necesidades de otros para satisfacer las propias necesidades, y es valorado una y otra vez por encima del dar. Todos aquellos cuya voluntad está comprometida con tener (y tener más que los otros) parecen ser racionales, mientras que aquellos que todavía practican el regalar (y su identidad se deriva de ello) aparecen como ‘irracionales.’
El capitalismo es masculación por acumulación. Es menos sexista que la definición de género porque permite que algunas mujeres sean parte de los que ‘tienen’ (aun de ‘los que por sí mismos tienen’). Sin embargo, incluso las mujeres exitosas pueden parecer existir—y merecer existir—menos que los hombres masculados. Su mayor contacto con las emociones, que podríamos llamar la presentación interna de necesidades, las ubica parcialmente por fuera de la racionalidad del capitalismo. Entonces esas emociones parecen ser la ‘razón’ por la cual las mujeres (y los hombres) que las experimentan no están bien adaptados a la economía de intercambio.
En una situación en la que los humanos como comunidad son adversarios y dominantes, utilizándose unos a otros como medios, las e-mociones humanas son sólo un esbozo de lo que hubiera sido posible por fuera de los ‘cocientes’ auto-semejantes. Es nuestra emoción ir-racio-nal la que continúa dirigiéndose a las necesidades de otros, aun estando bloqueados, apartados de las acciones que podrían satisfacer esas necesidades. Tal vez las mujeres seguimos, más que los hombres masculados, sintiendo estos sentimientos, porque todavía damos regalos. Son una manera de marcar el rumbo hacia un mundo mejor. La dicha es la celebración de necesidades satisfechas, los pasos divinos de la danza del alma liberada de la jaula del intercambio, viviendo, por fin, en armonía consigo misma y con los demás.
La furia surge del daño, que es la creación perjudicial de nuevas necesidades, y la emoción intensa confronta la injusticia como daño institucionalizado.
La cuestión de la justicia está ligada a la necesidad de definir ciertas clases de acciones como dañinas. Es el fracaso de estas definiciones para influir el comportamiento que estimula la rabia y la voluntad de venganza de aquellos que han sido dañados. Sería posible crear tales definiciones sin la retaliación que es parte del paradigma del intercambio, y en lugar de ello prevenir crímenes satisfaciendo las necesidades que los causan, antes de que la motivación para cometerlas tenga oportunidad de desarrollarse. Este tipo de solución se hace imposible debido a la escasez requerida por el paradigma del intercambio, y por las evidentes injusticias que permanecen no definidas o que parecen ser parte de un sistema inmutable.
El capital es el ego masculado. Es atribución de valor encarnada en el giro hacia el intercambio, la voluntad masculada, que dirige la energía hacia la acumulación de más riqueza y poder. Es el deseo y la habilidad de ser más. De hecho, más dinero es ser más (más habilidad para sustituir, para ocupar el lugar de). El ‘libre albedrío’ del capital, al igual que el mercado libre, en realidad no es libre. Se encauza hacia su propia supervivencia y supremacía, de acuerdo con el mandato de la masculación. En otras palabras, no es libre de practicar el regalar y el cuidar (contradiciéndose a sí mismo, sacrificándose, no creando escasez para los demás, y no creando el incremento de su propia abundancia). Regalar le es irrelevante. No se le da ningún valor al regalar, porque el valor de cambio está atrapado en la auto-semejanza, y la irrelevancia del regalar encubre la opresión de la explotación a través del intercambio ‘igualitario.’
Tanto el libre comercio como el libre albedrío capitalista constituyen un oximoron, si se considera a la palabra ‘libre’ como ‘gratis.’ (Hasta hacer compras es mano de obra gratuita, pero no reconocida—la mano de obra de elección ‘libre.’ No tenemos libertad para no comprar y no elegir—porque si no, no comeremos. Si no tenemos el dinero, no somos libres para comprar ni para elegir. No ‘merecemos’ existir.) Pero aun si entendemos ‘libre’ como ‘liberado de toda coacción,’ el mercado y la voluntad son libres para los que lo practican, a costa de mayor coacción para sus víctimas. Los autores del mercado libre y del libre albedrío capitalista están libres de la ‘orientación-al-otro,’ del compromiso de servir las necesidades de los otros. Y así tienen que ser si quieren ser exitosos. Algunas de nuestras multinacionales son más masculadas que nuestros hijos individualmente.
Lo que pensamos como la posición ética del libre albedrío, es sólo la posibilidad de los egos masculados de elegir de acuerdo a valores más amables, contradiciendo su socialización hacia el poder, o dejarse restringir por las equivalencias de la ‘justicia’ (mientras la mayoría de las mujeres elige de acuerdo a una ‘voz diferente’). Disponiendo de su desechada aptitud para cuidar nutriciamente, y de ser más, los hombres contradicen su voluntad masculada de dominio, aceptando las ‘restricciones’ de la orientación-al-otro.
Mientras tanto, quienes han sido socializados para cuidar a otros, son libres para imitar la modalidad masculada, adaptándose a una sociedad enferma. Pueden desarrollar un ego de intercambio trabajando en las proyecciones sociales de la masculación, como lo es el mercado, abrazando los valores del patriarcado. Sin embargo, las mujeres continúan siendo socializadas de manera diferente, hacia el cuidado, y por lo tanto siempre están en una posición potencial de enfermedad dentro de la sociedad, e internamente en conflicto con ellas mismas.
Las mujeres también tienden a elegir la ‘humildad’ y se critican a sí mismas desde una masculación que no les corresponde, liberándose de un defecto que no tienen. Critican la masculación como si fuera parte de ellas, en lugar de reconocerla como la internalización de un patrón auto-semejante de los hombres (de quienes no son sus ‘iguales’) y de la sociedad en su conjunto. Por eso las mujeres llenan las iglesias, las sesiones de terapia, los grupos de autoayuda, inspeccionando sus almas buscando huellas de arrogancia y de afán de poder, cuando de hecho ellas son las víctimas del comportamiento masculado de maridos, jefes, escuelas, universidades, negocios, gobiernos, y otras instituciones patriarcales. Los abordajes de ‘curación,’ al tiempo que proveen una comunidad y valores comunes, siguen ocultando los valores del regalar que les dan vida detrás de una cortina de humo, de dominación masculina, de los valores masculados de independencia individual, responsabilidad, culpa y retribución.
Si consideramos al capital como voluntad masculada, lo vemos como teniendo la libertad para obtener poder, para ‘ser más,’ para acumular infinitamente, a expensas de otros. La práctica de la filantropía permite al capitalista elegir ‘libremente’ la ‘orientación-al-otro’ mientras él o ella continúan ‘haciendo dinero.’ La caridad permite a los capitalistas convertirse en personas ‘más completas,’ equilibrando el intercambio con el regalar y al mismo tiempo satisfaciendo algunas de las necesidades creadas por el sistema patriarcal masculado y por las instituciones. Si bien estas actitudes pueden ser mejores que hacer dinero, sin mitigar la explotación, sólo mejoran la situación de pocos individuos, y convierten al individuo que hace caridad en una mejor persona. La orientación-al-ego del sistema captura nuestros regalos, mientras nos alienta a utilizar nuestros regalos a otros para nuestro propio auto-mejoramiento .
Sólo es cuando se le da al cambio social desde un meta nivel—con un meta mensaje que dice, “Este regalo co-municativo está hecho para cambiar el sistema hacia el regalar,”que el capital se hará general, liberado y liberador—dando al cambio el sistema (de intercambio) que lo creó. Esta elección libera al capitalismo de la masculación, y al proveer los recursos financieros libera finalmente a todos, para que puedan cuidar, para que puedan practicar la economía del regalar, a la manera de las mujeres. Los que están en posición privilegiada no pueden producir un cambio haciendo de cuenta que no son privilegiados, o simplemente regalando sus ‘marcas’ para convertirse en individuos sin privilegios. Por el contrario, deben encontrar las maneras de usar sus privilegios en un meta nivel, para validar el modelo y la lógica del regalar en vez del modelo de intercambio.
Hay una frase que se le atribuye a Winston Churchill: “La cuestión no es distribuir la pobreza equitativamente sino distribuir la riqueza equitativamente.” Creo que es una idea muy importante, igual que el uso de la palabra ‘equitativamente.’ A lo que debemos apuntar es a la riqueza para todos, no a un sistema nuevo de pobreza para todos. No es empobreciéndonos todos que podemos cambiar el sistema para beneficio de todos. De hecho, sólo la abundancia permite que florezca el regalar. Por lo tanto, debemos usar nuestra riqueza de recursos, el dinero acumulado en capital, nuestra tierra, nuestra educación, nuestra experiencia, nuestras habilidades comunicativas, nuestro saber político, psicológico y económico, nuestros grupos y redes de trabajo para crear una transición inteligente y no violenta desde el sistema basado en el intercambio, a un sistema basado en el regalar en abundancia.
Un paso en la dirección correcta sería detener el despilfarro de riqueza gastado en armamentos y en las fuerzas armadas en el mundo entero. Otro paso sería per-donar la deuda externa del llamado ‘Tercer Mundo,’ comprendiendo que éste es un mecanismo artificial de explotación y que la deuda de hecho ha sido pagada muchas veces. Al mismo tiempo, si se detiene la destrucción del medio ambiente se aseguraría que la abundancia continúe creciendo en el futuro y no se pierda dentro de un ecosistema artificialmente empobrecido y tóxico. La reducción bien planeada de la explotación y del malgasto harían posible la acumulación de la riqueza, lo que a su vez permitiría el regalar entre individuos, así como entre grupos y entre naciones.
Por la manera en que han proliferado las categorías de masculación, muchos pertenecemos a varias categorías. Somos privilegiados en tanto blancos pero no tenemos privilegios porque somos pobres. Somos privilegiadas porque somos ricas pero no tenemos privilegios porque somos mujeres. Tenemos privilegios porque somos hombres pero no tenemos privilegios porque somos de color. Debemos unirnos atravesando las categorías no privilegiadas, porque somos conscientes de que sufrimos, pero también debemos unirnos desde dentro de las categorías privilegiadas para acabar con ese sufrimiento, para cambiar el sistema para todos. De hecho, si logramos re-establecer de nuevo el modelo de la madre y nos equipamos con la lógica de la economía del regalo, podemos poner atención a las necesidades del otro y de satisfacerlas, no sólo a nivel individual sino también a nivel social. El verdadero cambio no es, colocar una categoría en la posición privilegiada en lugar de la otra, sino hacer efectiva la orientación-al-otro maternal, norm-al y general que hace puente y quiebra categorías.
La masculación convalida el auto-interés a todo nivel (incluso el auto-interés de grupo o de categoría). Debemos poder convalidar el interés por el otro a todo nivel. La respuesta no descansa para nada en las categorías, sino en dar y recibir, co-municándonos unos con otros como seres humanos, y colaborando para resolver los problemas generales, las necesidades de todos, al cambiar el sistema construido sobre la masculación.
Éste es el cambio de paradigma que la Nueva Era y otros movimientos espirituales han estado esperando. No se basa solamente en la conciencia—a pesar de que la conciencia juega un papel importante en el necesario cambio de perspectiva—sino en la satisfacción real y práctica de necesidades y de soluciones a los problemas. Tal práctica debe ser auxiliada por la sensibilidad cultural y la previsión, diseñando las formas de satisfacer las necesidades psicológicas y espirituales, como la necesidad de dignidad y de respeto, para la independencia y la autodeterminación de todos los que están haciendo la transición desde la modalidad del intercambio a la modalidad del regalo. El cambio de paradigma puede ser creado por mujeres, atravesando todas las categorías. Sus operadoras ya están en todos lados a través de los movimientos internacionales de mujeres. Las agentes de cambio no masculado ya están insertas en cada hogar.
¿Es por esta razón que tenemos que encubrirlos, porque saca a la luz el tema de la abundancia y del paradigma del regalar?
En esto las mujeres pueden seguir los pasos de sus padres, compitiendo y eclipsando a otras mujeres que están en el rol de madre. Luego, ellas, a su vez, serán eclipsadas por los hombres. Las feministas tienen que darse cuenta de que no es tomando más regalos ocultos y destruyendo al que da que podrán hacer del mundo un lugar mejor. Tal vez, deberíamos promover la lógica del regalo y honrar el modelo de aquellos que la practican en todas las áreas de la vida.
Ver: Maria-Barbara Watson-Franke, “The Lycian Heritage and the Making of Men,” en Women's Studies International Forum,16, 6, 1993, pp. 569-579.