Siempre me he preguntado como de un intercambio individual igualitario puede resultar una ganancia. La respuesta que tengo para dar es que la ganancia fluye a través de los regalos que llegan al intercambio y al mercado desde las áreas de no intercambio. Estos regalos provienen, en primer lugar del valor que le damos a la igualdad (como hacen las madres con las semejanzas de su hijo al padre), en segundo lugar, por darle valor a la orientación del ego y al intercambio mismo, tercero, por cuidar al trabajador y cuarto, por darle al capitalista a través de la plusvalía. Existe otro intercambio ‘igualitario’ entre trabajador y capitalista al que se le da valor desde afuera. El trabajador acepta un salario, pero sólo porque él o ella no puede sobrevivir de ninguna otra manera. A cambio del ‘privilegio’ de recibir un pago fijado por cierto trabajo regala tiempo extra, atención, trabajo y lealtad. La consecuencia lógica es que cuando hay escasez la sola oportunidad de tener un trabajo remunerado se convierte en un ‘regalo.’ A cambio del ‘regalo’ del trabajo se entregan cuidado, honestidad, lealtad, excelencia en el trabajo, buen humor. (Esto podría verse como un intercambio recíproco de regalos—tal como sucedía en algunas sociedades pre-capitalistas.) Mientras que los intercambios en el mercado pueden ser equivalentes en un nivel, en otro nivel se están dando regalos invisibles constantemente a su alrededor y a través de él.
La ‘plus valía’ de Marx es el valor de la mano de obra que excede al salario, basado en el costo de reproducir al trabajador. En realidad, la plus valía constituye un regalo del trabajador al capitalista. Puesto que el trabajo de la esposa o de la madre no se toma en cuenta en la reproducción del trabajador, ese valor fluye hacia la plus valía. Los empleos escasos están sobrevaluados, y los regalos fluyen desde los desempleados hacia quienes los desempeñan.
Los operadores de la economía no le prestan atención a cuál es su origen, sólo se fijan en la acumulación de cantidad para un uso futuro sin variación cualitativa. Se justifican en el salón de los espejos, por la auto-semejanza de todos los procesos de intercambios igualitario que tienen lugar en el mercado y a diferentes niveles que constituyen el contexto de cada intercambio. Es más, la homogeneidad o la característica del dinero de ser ‘una palabra,’ permite que el mercado reemplace el vocabulario cualitativamente variado del lenguaje con la jerarquía cuantitativa de los precios.1 En el mercado, la única forma en que podríamos nombrar y por lo tanto reconocer y apreciar un regalo como valor es cambiándolo por dinero, lo que sería contradictorio con su carácter de regalo. Entonces los regalos permanecen invisibles y desvalorizados.
La ganancia surge, en parte, porque damos a la igualdad y la valoramos por encima de la necesidad. Si alguien participa en el intercambio igualitario reciben, él o ella, el regalo de ser valorados, en vez de recibirlo alguien que simplemente tiene una necesidad. Por lo tanto, cualquier excedente que pudiese ir hacia la persona que sólo tiene una necesidad, es ‘libre’ de fluir en forma de regalo hacia la ganancia de los que intercambian. La persona que tiene la necesidad no es considerada como un igual, a no ser que ella o él tengan algún otro producto o dinero, como resultado de una transacción anterior. En realidad, ser igual en tanto intercambiadores sólo implica que las personas que practican el hábito del intercambio, producen para, e intercambian con, otros igualmente interesados en sí mismos y adversarios. Su igualdad como actores y como valores en el proceso de intercambio implica intercambiabilidad—sustitución recíproca, y su falta de vínculos implica indiferencia.
Hay necesidades que devienen del proceso de intercambio mismo—como las necesidades que provienen de los procesos de masculación—que deben ser satisfechos por regalos dados al proceso desde afuera. La modalidad del regalar se corre a un lado para que la modalidad de intercambio tome su lugar transfiriéndole su ignorado valor potencial como modo de distribución. Así nutre al intercambio y a quienes lo practican. Si hay competencia porque un producto abunda, por ejemplo por sobreproducción, entonces los precios bajan. Si los precios bajan, el consumidor recibe como regalo una mayor parte del valor del productor, y eso pone en peligro el futuro de la producción a ser intercambiada.
El mercado, igual que el ego masculado, es una invención psico-socio-lingüística artificial, que usa la descontextualización. Igual que el ego, necesita recibir valor (sin intercambiar) de la donación de regalos, al mismo tiempo que compite con el regalo y le gana. Las personas que participan de esta invención artificial, intercambiando, desarrollan la necesidad de ser valorados como opuestos a los que están afuera del mercado. También necesitan ser mantenidos por otros. Para motivarse a involucrarse en esta práctica artificial incluyen una recompensa extra (un ‘incentivo’) en el precio de sus productos. La ganancia que reciben es un regalo, proveniente no sólo de los que producen la plusvalía (y aquellos que los nutren), sino también de los compradores de bienes escasos. Es una contribución de regalos desde lo desconocido y de los muchos desconocidos. La escasez de empleos y la escasez de bienes funcionan conjuntamente para mantener los intercambios igualitarios altos y el flujo de regalos hacia los ‘que tienen.’
Merecer es una manera, similar a sí misma (auto-semejante), de dar valor no sólo a los que intercambian sino también al intercambio. Quienes producen para el mercado merecen una recompensa. Los que intercambian reciben el valor de ser definidos por igual como miembros adversarios de la misma clase contradictoria. Son vistos como superiores a los desempleados y a los que nunca serán empleados y a los que no compran ni venden. La equivalencia de sus productos con el dinero, parece implicar la equivalencia (exclusión mutua) entre ellos, así como la habilidad de usar las mismas palabras para referirse a cosas similares, implica equivalencia (inclusión mutua) entre interlocutores.
Nuestro ser comunitario se desarrolla a través del lenguaje y de los dones materiales. Podemos suponer entonces que el intercambio y la interacción material de no dar (regalar) son la base de una clase particular de seres. En lo material se desarrolla un propietario privado, mientras que psicológicamente se desarrolla un ego que es funcional al proceso y a la propiedad: es competitivo, procurando tener cada día más, de tener o ser el definiendum, y de convertirse en el masculado privilegiado.
Aquellos con el tipo de ego adaptado al intercambio forman parte de la clase dominante de los muchos egoístas (interesados en sí mismos), todos intentando ser privilegiados. La acción individual competitiva del macho, coincide con la lógica de la sustitución tomando el lugar del regalar. También lo hace la nación masculada, la clase, la raza o la religión, dominando a otros que son obligados a ceder y a entregar valores y bienes a los conquistadores. Los grupos que se reflejan a sí mismos y los que reflejan al hombre, dominan a los grupos que se orientan hacia la necesidad de los otros y encima son nutridos por ellos. Los egos producidos por el intercambio, definen su expansión y la expansión del mercado como ‘civilización.’
El género es algo que podemos crear e imponernos en el camino, pero las culturas lo hacen aparecer como algo biológico y como algo imposible de cambiar. Tendemos a considerar los roles de los géneros como constantes y a considerar las adaptaciones individuales como variables. Por ejemplo, las diferencias de temperamentos individuales se interpretan como diferencias de género. Se dice de una niña agresiva que “actúa como un niño”; un niño complaciente es visto como “actuando como una niña.” La idea de que una característica nuestra es nuestra naturaleza, nos obliga a buscar dentro nuestro para hallarla. Pero si lo que estamos buscando es una construcción cultural, es, por lo menos en las primeras etapas, algo que todavía no existe dentro nuestro—tenemos que construirlo de acuerdo a los modelos y a las definiciones que nos han dado. El lenguaje en sí es un elemento modelador importante. Veamos de nuevo como funciona en la masculación.
No nos hemos dado cuenta de como los factores culturales son responsables de la definición de género, porque la forma de la definición está entremezclada en el contenido del género, y su génesis está involucrada en la práctica actual. Éstos son factores culturales complejos y confusos. La definición de género encarna la estructura de la definición en sí misma, por su contenido, ya que el hombre ocupa el lugar de la mujer. El comportamiento masculino se esfuerza por desempeñar la posición general dominante del definiendum. Reconocemos este comportamiento como algo relacionado a la palabra ‘masculino’ y lo volvemos a insertar en la ecuación original, dando lugar a una estructura social semejante a sí misma o auto-semejante. Hay un nivel meta en juego, tal vez sin que lo sepamos. Insertamos la forma de la definición misma al género. Luego reinsertamos al género en la forma de la definición.
Inmersos en el lenguaje, los términos de género están disfrazados para que parezcan otros términos, y el disfraz agrega a su potencia2 de profecías auto-cumplidas. La auto-semejanza de los términos de género—con sus referencias a la agresividad y al dominio en el caso de los términos masculinos, o por contraste, la auto-semejanza con cosas que ceden en el caso de los términos para mujeres no competitivas—parecen fijar el mandato de comportamiento dentro de los términos mismos. (Vea la Figura 22.) El mandato parece residir ‘dentro’ de los términos, pero en realidad depende de un contexto externo que ya ha recibido su influencia durante generaciones. El comportamiento de género del padre ya ha sido influido por el término autosuficiente ‘masculino’ cuando es tomado como modelo por su hijo. La madre, igual que su madre antes que ella, refuerza el error al ceder ser el modelo para el niño. En la medida en que entrega al niño a la otra categoría porque ella es mujer, se convierte, para la niña, en modelo de quien cede y deja que otro ocupe su lugar.
El padre, que se relaciona con la palabra ‘masculino’ como muestra de la misma, asume en su familia la posición de la palabra, tomando el lugar de la madre como muestra. Mientras tanto la ‘cosa’—la madre—relacionada con la palabra ‘masculino’ se hace a un lado como muestra, asumiendo la posición relativa de ser uno de los muchos. La niña sigue su ejemplo mientras que el niño seguirá eventualmente las huellas de su padre. Aquí se forma la analogía con el proceso conceptual específicamente en el momento en que la palabra toma el lugar de la muestra, que se vuelve innecesaria como punto de comparación para mantener la cualidad común de los ítems relativos.
La madre cede la posición de muestra y ocupa la posición de una cosa dentro de las muchas cosas que se relacionan con la palabra-padre, que ahora mantiene la polaridad para esa categoría. La posición de muestra (auto-reflejante) del padre coincide con la palabra, porque, igual que la palabra, sobrepasa a la madre como muestra. Esta situación en la familia se repite también en la definición, donde el definiens ejecuta un servicio y cede, funcionando como la madre. El definiendum, ocupa el lugar de equivalente permanente y sustituto de cosas en esa categoría de cosas funcionando como el padre. El padre posee al falo y a la madre, y es la ‘palabra-muestra encarnada’ para el concepto del niño—y tal vez para todos los conceptos (tal como lo pueden ver los niños de ambos sexos ).3 Otra vez la situación en que el hombre toma el lugar de la mujer (y los valores patriarcales toman el lugar de los valores de las mujeres) repite aquélla en la que el proceso total del intercambio toma el lugar del regalar.
Las mujeres sirven y se hacen a un lado, y la economía del regalo se hace a un lado, mientras que los hombres avanzan y dominan como los equivalentes en el centro. Este patrón, puede verse reflejado aun de otra manera en la definición. El carácter del definiendum vuelve a reflejarse sobre el definiens cuando el contenido es masculino. Y viceversa, cuando el contenido es femenino, el definiendum se vuelve ‘femenino,’ más parecido al definiendum. Por ejemplo, en ‘Las mujeres son el sexo débil’—’sexo débil’ como el definiens débilmente se hace a un lado, y ‘mujeres’ ocupa el lugar del definiendum. Por lo tanto, el contenido (las mujeres como cosas o seres que ceden) resuena con la función tradicional de ceder del definiens. Las ‘cosas’ (mujeres) relacionadas con el definiendum en este caso tienen características del definiens.
‘Los hombres son el sexo fuerte’ funciona de modo opuesto, donde fuerza hace resonar y repite las características de ‘dominio’ del definiendum, que toma el lugar del definiens. Las ‘cosas’ (hombres) relacionados con el definiendum, en este caso tienen las características del definiendum. Se construye así un puente por auto-semejanza entre el nivel de contenido y el nivel de la forma de la definición. Ninguno de los niveles es necesariamente de esa manera, pero cada uno tiene su peso adquirido en la función que desempeña en la construcción social del género. Una vez que la palabra ha sido encarnada en el comportamiento masculado de ‘dominio,’ la definición de género resuena con su propia imagen de comportamiento heterosexual.
El nivel epistemológico, construido de acuerdo a la fibra de dar y recibir, seguramente está influido por la manera en que hacemos nuestras definiciones e infectados con nuestra mala interpretación del género. Los seres humanos son conducidos artificialmente a roles ‘masculinos’ y ‘femeninos,’ porque interpretamos erróneamente que nuestros ‘dones’ físicos implican que pertenecemos a categorías drásticamente diferentes, casi a especies distintas. El hombre crea artificialmente un contenido para su género trazando nuevamente algunos de los pasos de la categorización y este patrón vuelve a reflejarse sobre los mecanismos lingüísticos por los que la categorización se impuso. Las mujeres permiten la repetición de este patrón sirviéndole, lo que causa que se incluyan en él, porque de hecho, es un patrón asimétrico de cuidado y de categorízación-dominación.
De esta manera la modalidad del regalar está encerrada en una relación con la categorización que se opone a ella. Luego cede en tanto principio conscientemente viable, y es anulada por la dominación que, de manera similar, toma su lugar. Hay una complementación de estas dos formas conflictivas en el nivel del objeto y en el nivel meta. Nombrar al niño como ‘masculino’ se proyecta a las relaciones humanas en la sociedad y esto vuelve a confirmar el nombrar al niño como ‘masculino.’ (Vea la Figura 23.) De esta manera cada definición se convierte en un ejercicio en hetero-sexismo artificial. Cada definición resuena con las proyecciones sociales de la definición de género. Por lo tanto la definición de género es continuamente proyectado en la conciencia individual a través de nuestro discurso, de nuestra capacidad de definirnos a nosotros mismos, y de definir a los otros. La definición misma se convierte en la norma y le quita no sólo el servicio de su propio definiens femenino, sino la importancia y aun el derecho de existir de aquellos que no corresponden a los patrones heterosexuales.
Por ejemplo, los enjuiciamientos a fanáticos de derecha tienen un aspecto auto-confirmante, porque la forma heterosexual de la definición (y del nombrar) confirma su dominio y resta importancia a quienes ceden sus definiciones Desde los epítetos usados por los muchachos adolescentes para dominar a las chicas adolescentes, ‘puta’ y ‘prostitutas,’ hasta los juicios manifestados por los jefes, maridos o otras figuras de autoridad, ‘incompetentes’ y ‘tontas,’ requieren que las mujeres cedan al definiendum dominante cuando son dichos por los hombres masculados a quienes ellas sirven.
Los insultos homosexuales, raciales, ideológicos, a los discapacitados, etc. también ‘degeneran’ a menudo en la violencia física actual. Los que definen dominan y los que son definidos ceden. Los dominantes que definen ahora son el definiendum, los que son definidos ahora son el definiens o la cosa que está cediendo.
No reconocemos la heterosexualización de la forma de la definición por una parte porque le hemos dado una ‘muestra’ que nos permite ignorar su funcionamiento de género. Esa muestra es la ecuación abstracta, que aparece ser la forma o la ‘esencia’ de la definición en sí. Utilizando la anotación alfabética ‘A = B’ sustituye los que toman el lugar vacío con palabras o ‘valores.’ Porque son tomadores de lugares vacíos, no generales (como las palabras-regalo cuya generalidad ha sido construida como las muestras sustitutas), parecen implicar la abilidad de ser sustituidas reciprocamente: si A = B, B = A. Además, la ecuación puede parecer ser simplemente una versión más complicada de la tautología (completamente recíproca): A = A. Esta ecuación, que es una imitación bien simplificada y abstraída de la definición, vista como la ‘muestra’ para todas las definiciones, su modelo o ‘forma,’ nos permite dejar como irrelevantes el dominio y el ceder que en realidad están ocurriendo en la definición heterosexualizada.
De hecho, la ecuación recíproca y neutral (¿debemos decir ‘sanitizada?’) domina la definición exactamente como el intercambio domina desde el trueque, el regalar y también desde el servilismo forzado. Entonces damos valor a esta imagen de la neutralidad o la ‘igualdad’y los procesos del dominar, el dar y el ceder empiezan de nuevo. La ecuación de valor para el mercado otorgada solo a los productos que (como los hombres masculados del OBN) ya pertenecen a la categoría de valor y solo tienen que ver con la cantidad de este valor. Es utilizada exclusivamente con las cosas que ya están consideradas intercambiables. Aunque la ecuación entre un producto y su precio aparece neutra, el dinero se convierte en el definiendum encarnado que domina físicamente mientres el producto del intercambio cede físicamente. Al mismo tiempo el proceso entero del intercambio por el dinero reemplaza el regalar.
La retroalimentación de la forma heterosexualizada de la definición a la definición produce unas imágenes auto-similares patriarcales en niveles sociales diferentes. La posición inferior de las mujeres (como el definiens) sirve como algo que no se ve, para retroalimentar (y cancelar) la forma de la definición. Luego la actividad de regalar, invisible, que proviene de esta posición le da valor a la forma de la definición y a la ecuación y deja que tome su lugar como modelo de interacción humana. De hecho, le sigue una proliferación de los auto-semejantes. Las mujeres, las clases ‘inferiores,’ los muchos, los niños, el pasado, el futuro (todo excepto el presente, los dotados y los hombres dominantes) juegan el rol de definiens para el definiendum de los hombres. En una escala microscópica, la relación se repite entre las naciones donde una domina y muchos la sirven. Por ejemplo, Estados Unidos domina las naciones en su área de influencia, que ceden y sirven a su hegemonía cultural y económica. Estas relaciones de regalos son invisibles para la mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos.
La definición (junto a su espejo esterilizado, la ecuación) se encarna en nosotros en los procesos del ego. Sobrepasa el regalar orientado-a-otros y se da valor a sí mismo. Hace que otros le den valor, porque (como cualquier definición) necesita que se le dé valor desde fuera para poder funcionar.
En el mercado, a nivel micro, en cada intercambio hay un movimiento hacia ‘arriba,’ que también ocupa el lugar del regalar. Cada intercambio, con la ecuación de valor sobrepasando al regalo, funciona de un modo similar al nivel macro del mercado mismo, que toma el lugar del regalar como modo de distribución. Los niveles micro y macro se confirman entre sí (porque las semejanzas parecen confirmar). Al mismo tiempo, se le da mucho valor desde fuera al mercado como la totalidad dominante conformada por innumerables intercambios—y por lo tanto a cada intercambio sobre y por encima del regalar. De manera parecida, en el pensamiento del ego masculado, el nivel micro de la ecuación y de la definición es igual (en su estructura o en su proceso) a expresiones del nivel macro de una identidad masculina auto-reflejante y auto-semejante que domina.5
Las encarnaciones en gran escala de las palabras y las definiciones, en el intercambio y en las jerarquías, en las organizaciones comerciales y en las religiosas, sociales e instituciones políticas, funcionan como niveles macro, que vuelven a confirmar los niveles micro del ego masculado y la forma de la definición (heterosexualizada) o del juicio. Estas instituciones también proveen nichos para que los egos masculados actúen sus destinos sociales, creando cadenas de dominación. Hemos creado estructuras sociales auto-semejantes o similares a sí mismas y diferentes escalas en las que se pueden ‘reflejar’ unas a otras. La forma de la definición (y la masculación) se repite una y otra vez, justificando así la importancia que se le da a la semejanza por encima de la diferencia—y al valor conceptual basado en la norma del proceso uno-muchos por encima de los procesos dirigidos por el regalar que se orienta a la necesidad.
Al regalar no se le permite ninguna capacidad explicativa, de modo que a las actividades basadas en el regalar (tales como la atribución del valor mismo) son explicadas por profesores renombrados como derivados de los conceptos, de los sistemas de elementos que se excluyen entre sí, de las escalas de las preferencias marginales bajo un régimen de escasez o por procesos psicológicos o fisiológicos sui generis o permanecen en el misterio.6 Nuestra sociedad está atrapada en un salón de espejos, y nosotros llevamos espejos en nuestras mentes, en nuestras organizaciones y en nuestras carteras.
El ser que regala y que es orientado ‘al otro’ no depende del pensamiento para ser porque su portador adquiere relevancia social al satisfacer las necesidades de los otros y recibir de ellos. Es probable que gran parte de la identidad masculada, también provenga de la participación no reconocida de regalar y recibir. Sin embargo, se les atribuye la capacidad para conformar la identidad, al pensamiento, a la equivalencia, al reflejo y a ‘encontrarse a uno mismo.’ La identidad de los que dan regalos se crea y valida a través de la acción de dar regalos materiales en sí, y no sólo por hacer, su análogo, en el lenguaje y en el pensamiento.
Lo que es más, puesto que el que deriva su identidad del pensamiento tiene muchas necesidades, el que da regalos las satisface y lo validan a él (usualmente, pero no necesariamente, un hombre) como el que lo ‘merece.’ Si la persona con una identidad más abstracta logra una posición social general, su cuidador es a veces visto como alguien que le da, a través de él o de ella, a la sociedad como un todo, transitivamente. (Esto vale también para aquellos que estando en las jerarquías están en posición de regalar, sirviendo a los que están en una posición social más alta.)
Las mujeres han estado cuidando a los hombres con sus espejos. Pero en lugar de distribuir espejos para todos, debemos ponerlos a un lado y dirigir nuestro dar unas a otras, y hacia la solución de los problemas sociales que ellos han creado. Las mujeres necesitamos cuidar y resolver los problemas sociales directamente nosotras, y no entregar nuestra autoridad a los hombres masculados auto-reflejantes. Necesitamos cuidar de la sociedad como un todo, promoviendo el modelo de regalar a un nivel general, para todos. No sólo practicamos el cuidado-del-otro en nuestras vidas personales y en la solución de los problemas en general. Por ejemplo, damos dinero, tiempo e imaginación para satisfacer necesidades sociales generales, paz económica y las necesidades ambientales, terminando con el hambre, la guerra y la contaminación. También proponemos el regalar como modelo para un necesario cambio de paradigma para todos.
“Pienso; entonces yo soy” son las palabras del que intercambia como ‘dueño de muestra’ privilegiado. El cogito de ‘Descartes’ negaba la importancia de la existencia de los otros, de la sociedad como un todo, de la madre, de la naturaleza, para la propia existencia individual. Descartes adoptó una posición de escepticismo radical—al no aceptar nada como algo ‘dado.’ El primer paso que dio fue salirse del contexto del regalar y recibir e intentar encontrar la base auto-evidente de su ser. Debido a la descalificación que hace de la orientación al otro, no permite a los que intercambian encontrar la confirmación de su existencia en la satisfacción de las necesidades del otro, y en la existencia y bienestar permanente de los otros. Entonces él o ella deben encontrar su confirmación en el reflejo de sí mismos. La falta de gratitud del receptor provoca también el desconocimiento del otro como fuente.
Hay un aspecto de auto-semejanza que influye en el proceso de formación del ego—particularmente en la formación masculada del ego del cogito. Aquí, como en el intercambio, hay un giro hacia la lógica de la sustitución, que ocupa el lugar de la lógica del regalo. Un ejemplo de la lógica de la sustitución: se provee ‘pensar,’ por lo que el uso del verbo ‘ser’ (yo ‘soy’) se justifica. Hay también un giro del discurso hacia la definición y la auto-definición, dejando de lado las necesidades comunicativas contingentes. Porque está descontextualizado (o se descontextualiza a sí mismo), el ego debe continuar siendo validado y sobre-valuado para poder seguir existiendo. Descartes hizo posible la validación interna del ego al dirigir la atención sobre su auto-semejanza. El cogito está influido por la ecuación y la auto-semejanza del intercambio e implica valorar la igualdad (aun la tautología) y la consecuencia lógica por encima de la necesidad. La igualdad de pensar y ser surgen sin duda de la misma fuente: que es la negación del regalar en el lenguaje. ¡Usualmente el ser del sí mismo incluiría las relaciones con los otros!
El regalo de Descartes al patriarcado fue la satisfacción de las necesidades co-municativas del ego como prueba lógica de su existencia. Esta necesidad se deriva de la negación del dar-y-recibir que ya es prueba de la existencia humana material. La auto-semejanza en el pensamiento crea una norma, una especie de espejo (en el techo) de referencia, un reflejo del sí mismo, que en realidad es su producto. Es una re-verberación en el micrófono, que confundimos con un mensaje del universo o de la estructura de la comunicación y del ser—y parece ser la evidencia de que el ser es la fuente del ser. Igual que en el concepto en que la muestra masculina se relaciona con la palabra ‘masculina,’ “yo pienso; entonces yo soy,” es similar a sí mismo, auto-referencial. Descartes reconoció el pensar como definición; luego la definición de sí mismo se hizo tautológica (yo soy yo) apuntalándose en ‘yo pienso; entonces yo soy.’ Aquí la definición misma tiene un origen dominante—él mismo.
El pensamiento que define se convierte en la ‘marca’ del ‘uno’ de la muestra para el concepto de existencia. Ambos, igual que el intercambio, están sobre-valuados. Igual que el falo, la ‘marca’ semejante a sí misma que coloca al hombre en la categoría privilegiada, fue el pensamiento en categorías que tuvo Descartes en el momento que pensó en esta frase inmortal. Ubica a los que piensan en la categoría privilegiada de ‘existir’ y por lo tanto, toma el lugar del dar como una justificación para ser. El pensamiento que define y el verbo ‘ser’ funcionan usando la sustitución, y ‘ser’ trae consigo el pensamiento (los actos de sustitución relacionados con las palabras) al presente. El pensamiento es definido como definición, y como estableciendo ecuaciones y lógicamente consecuente—si/entonces—en vez de como transposición del regalar.
Que algo ‘sea’ solo significa que es lo suficientemente valioso como para ser relacionado a las palabras (para otros), mediante un acto que puede ser sustituido por el verbo ‘ser.’ Así es que el pensamiento es una actividad socialmente valiosa y el sujeto social que la está haciendo ‘es’—especialmente si él o ella tiene éxito y logra hacerlo valioso (para los otros). Al decir Descartes que él piensa pone en primer plano un carácter social general del pensar, que él identifica consigo mismo. ‘Yo estoy pensando’ es auto-referencial, y parece obvio o transparente porque se asemeja a sí mismo: A esta actividad la llamamos pensar—se expresa en frases tales como ‘yo pienso,’ ‘yo soy’ y ‘yo pienso; entonces yo soy.’ Hay un giro hacia la sustitución en la frase en sí, como también lo hay en el verbo ‘ser.’ Y Descartes satisface, cuando lean su libro, las necesidades de otros egos de saber que existen. ¡Que regalo!
Pero Descartes no estaba solo, a pesar de que estaba fuera de contexto, porque el pensar tenía que ser valioso de manera que fuera relacionado antes que él con una palabra como nombre, como también con otras palabras contingentes en su discurso. Tanto las palabras y el pensamiento son evidencia de la existencia de otros y del contexto en el que el pensador (supuestamente fuera de contexto) opera. En el pasado muchos le han dado valor al pensamiento.
Pero también se le da valor al pensador en el presente, no sólo se lo da el/la pensador/a sino todos aquellos que lo nutren generalmente como parte de la sociedad e individualmente como a una persona conocida. La fórmula es: tomen el pensamiento como la cualidad importante (¿la invariante sensorial?) de la cosa que es la muestra, luego digan que lo estamos haciendo, tan parecido a la muestra, tan sustituible por la muestra y por cualquier palabra que pueda sustituirla de tal modo que nuestros actos podrán ser sustituidos por el verbo ‘ser.’ Entonces, ellos y nosotros existimos. Es otro ‘tener’ el que nos hace ‘merecedores’ de existir. Nosotros correspondemos a ‘existiendo.’ Tal vez podamos llamar a todo esto ‘Lingüística anti-cartesiana:’ Descartes estaba simplemente re-escribiendo el pensamiento como ser y viceversa, y (como Chomsky y muchos otros filósofos a quienes la masculación los hizo equivocar) haciendo un énfasis exagerado sobre la importancia del proceso (volver a nombrar) de reescritura mismo.
Ser miembro de la categoría privilegiada es un requisito para eventualmente convertirse en la norma. Para los niños, ésta es la posibilidad de convertirse en hombre, en padre, una muestra para la familia y para lo ‘humano.’ Para ambos, niñas y niños, puede significar lograr los puestos más encumbrados en sus profesiones. Ser miembro de la categoría privilegiada, crea la necesidad de seguir teniendo ese tipo de relevancia para merecer la definición. Es una necesidad para los niños (y para otros que intercambian) desarrollar la identidad masculada (intercambio)—lo que significa dominar, renunciar a la madre y a regalar, etc.
El regalo que el niño (o el que intercambia) cede es su identidad ‘femenina’ (actualmente humana) que cuida. Por esto, él o ella son validados por otros, aunque sea económicamente, y son recompensados con la auto-estima que le es permitida a aquellos de nosotros que actuamos conforme a la norma masculada, convirtiéndonos en exitosos ‘dentro del sistema.’ Esos exitosos parecen existir y ‘merecer existir’ más que los que no tienen éxito. Aceptamos el paradigma del intercambio de la misma manera en que adoptamos el paradigma del lenguaje cuando éramos pequeños, o cuando los niños asumen su identidad masculina. Pareciera ser que las cosas ‘son’ así.
Hemos estado diciendo que el verbo ‘ser’ sustituye los actos de sustitución de las otras palabras en la definición, dándole a ser una similitud parcial con la masculación y con el giro hacia el intercambio. ‘Es’ se asemeja al símbolo de ‘$.’ El grado de existencia de los hombres parece ser superior al de las mujeres, ocurre igual con algunas razas y clases sobre otros. Si a esto le agregamos la idea de merecer, podemos ver como los diferentes ‘giros’ hacia un nivel ‘más alto’ avalan la supuesta superioridad de los hombres blancos de clase alta, que parecen ‘merecer existir’ más que otros.
Al desempeñar el rol del definiendum en la tautología (‘yo soy yo’) o (‘yo soy un ser pensante’) los hombres están sustituyendo el acto de la sustitución, como lo hace el verbo ‘ser’ cuando sustituye el acto de sustitución en la definición. Ser parece implicar ser masculado, y el más masculado (o masculado más a menudo), domina a los otros, y ‘merece’ existir más. Esto ocurre porque ‘ser,’ igual que la masculación, ya está asociado con la sustitución y el intercambio.
Los egos masculados son los que hacen las categorías y se incluyen a sí mismos en la categoría como muestras, avalados por el verbo ‘ser’ y por el dinero—por lo que ‘naturalmente’ usan el dinero para perpetuar su propia existencia. ¿Cómo merecerían hacer las categorías si no merecieran existir? Entonces, las mujeres, las clases, las razas, o los grupos de preferencias sexuales que son obligados a pensar que no merecen vivir (o no son lo ‘suficientemente buenos’) tienen que justificar su existencia, cuidando y sirviendo a aquellos que lo ‘merecen.’ (Puede aplicarse a cualquiera colocado en la categoría de los que no merecen por los que controlan la definición.) ‘La existencia,’ entonces, se convierte solo en otra categoría privilegiada.
El intercambio ubica a las personas y a las cosas en una categoría especial, que recibe valor desde afuera. En su rol de otorgarle valor a esa categoría, los muchos que sirven a los que merecen, también merecen. Parecen participar, hasta cierto punto, en la categoría privilegiada por sustitución de poder. Al darle valor al sistema y ayudando a otra persona a tener éxito en él, nos colocamos en una cadena transitiva, de manera que algunos bienes provenientes de los que intercambian en esa categoría, nos llegan. Éste es el caso de las esposas ‘que no trabajan,’ que reciben las migajas del intercambio. El hecho de que algunos bienes sí regresen a ellas hace creer que el cambio es la fuente de los regalos, el gran cuidador.
Ésta es una de las razones por las que las mujeres continuamos nutriendo al intercambio y a los que intercambian con nuestra confianza, nuestro amor y nuestro trabajo no remunerado. El modelo de masculación se ve más atractivo y merecedor que el modelo de la madre, y nosotros lo cuidamos maternalmente. En la pubertad, escogimos el modelo masculado sobre el modelo de la madre, como algo más viable. Muchas hijas dejan a sus madres (por lo menos en espíritu) porque están convencidas de que la masculación es humana y que es su deber cuidar a alguien en esa categoría, o convertirse en alguien perteneciente a esa categoría—alguien que ‘contribuye’ y que por lo tanto merece existir y ser cuidado.
La persona que, en alguna medida, no logra merecer existir, permanece en tierra de nadie. Su falta de ‘autoestima’ se debe en realidad a la co-optación de una existencia (privilegiada) por parte de mujeres y hombres exitosamente masculados y a la ayuda que han recibido para lograrlo. Tanto el merecer como la existencia conllevan la sustitución del regalar por la masculación y el intercambio. Debemos unirnos a los sustitutos y renunciar al regalar, o nutrirlos si queremos merecer existir.
Puede ser que la mujeres crean que pueden lograr ‘un equilibrio entre el trabajo y la familia,’ manteniendo una actitud de cuidado hacia su marido y sus hijos, mientras trabajan para la economía del intercambio. Este equilibrio, sin embargo, avala la modalidad masculada. Al otorgarle igual valor al regalar y al intercambio, ocultamos la creatividad y la fertilidad del regalar, reduciéndolo a una comparación acorde a los principios del intercambio (igualdad) y eclipsando su capacidad de ser un modelo—así se drena la energía de los que dan. Volvemos a validar el intercambio al usar principios para regular el regalar.
También a los hombres se les incita a que ‘redescubran lo femenino’ dentro de ellos, mitigando así los extremos de la masculación, sin cambiar paradigmas. Igual que el reformismo o la beneficencia, estas actitudes sólo hacen que el patriarcado sea más viable para algunos de sus miembros. La máxima ‘nada en exceso’ se usa demasiado. Los grupos privilegiados ‘equilibran su lado masculino y femenino’ mientras arrasan con las ventajas de la economía de explotación masculada y del sistema ideológico, que obliga por la fuerza a los muchos a ubicarse en una posición de regalar a favor de ellos. Nuevamente, las ecuaciones son sobrevaluadas y las necesidades ignoradas. La medida patrón que cuantifica los cuidados (haciendo una equivalencia con no cuidar) es exactamente eso—mezquina. Permite que los grupos privilegiados vivan más confortablemente entre ellos, sin resolver los problemas que causan la infelicidad del conjunto.
El modelo del equilibrio, igual que el modelo más completo de masculación, en realidad le quita crédito al aspecto original y creativo de dar y recibir. Confunde el asunto al integrar lo femenino de acuerdo a los estándares masculinos. Evita que podamos ver las necesidades que claman por ser cumplidas. Por lo tanto hay, en primer lugar, una meta necesidad de que vayamos más allá del equilibrio, para que las necesidades de todos sean satisfechas. Pero, desde luego, éste no es un punto de vista equilibrado. Los principios de la masculación y de la maternidad entablan una lucha, causando un efecto de subibaja. Somos como una persona que alterna su peso de un pie a otro, nunca logrando el suficiente equilibrio para dar un paso adelante o dar un giro hacia un verdadero meta nivel—ni siquiera somos capaces de ponernos de pie para evitar la destrucción de nuestro planeta
Todo el mundo adopta el modelo masculado. Las hijas admiran a sus padres y a sus novios, y no les dan valor a sus madres. Las madres sobre-valúan a sus esposos y a sus hijos, des-valorizando su propia actitud de regalar y las de sus hijas, quienes con frecuencia eventualmente harán lo mismo. El feminismo en alguna medida está cambiando esto y los pensamientos y comportamientos de las mujeres que cuidan son relatados en cuentos y poemas, y también en estudios sociológicos. Pero aún no le atribuimos el mismo valor que les atribuimos al intercambio y al comportamiento y pensamiento masculados.
El cuidado es el origen de nuestra especie—no lo es la competencia, ni las jerarquías ni la supervivencia del más fuerte. Las madres humanas garantizan la supervivencia del más débil—de los recién nacidos. Todos somos ineptos de alguna manera; piel delicada, estómagos vulnerables, dientes pequeños y dietas variadas nos convierten en animales con muchas necesidades que los regalos de otros pueden y deben satisfacer. Nuestra adaptabilidad da lugar a que nuestras necesidades y deseos proliferen y se vuelvan específicos. (Tengo hambre—no de cualquier cosa, sino de tamales como los que hacen en el sur de Texas—aunque yo no sepa como hacerlos. Mi necesidad—mi deleite, en este caso—es específica, y viene de mi historia.)
El proceso de identificar necesidades y satisfacerlas—durante el cual aprendemos sobre las variedades culturales específicas de bienes y servicios, provistos para satisfacer múltiples necesidades y deseos, para luego aprender como proveerlos y como recibirlos de otros—es el proceso humano básico. Dándole más valor al regalar, y en este caso a la transmisión cultural, tal vez nos permitiría acceder a la generalidad que ahora parece que encontramos en el dinero y en otras estructuras sociales del uno-muchos. La necesidad artificial del intercambio se ha extendido entre todos, lo que crea un grado de generalización en los medios para el intercambio, que sólo rivalizan con las cabezas de estado—cuyas imágenes, después de todo, están estampadas encima.
El intercambio nos desafía a probar que nosotros podemos satisfacer las necesidades de los otros, haciendo que nuestra propia supervivencia dependa de nuestra ‘aptitud’ de producir lo suficiente en un proceso de ‘selección poco natural.’ Algunas especies de animales desarrollan jerarquías en momentos de escasez, mientras que en los momentos de abundancia el modelo de dominio se relaja—y entonces la alimentación y el apareamiento se dan de manera menos estructurada. La creación de escasez que facilita el intercambio entre los humanos hace que el modelo jerárquico parezca imprescindible para la supervivencia. Imitamos el comportamiento jerárquico de aquellos grupos de animales que ya hemos dejado atrás por nuestra evolución gracias a los cuidados maternos. Regalar, en el lenguaje, aún mantiene nuestro salto cualitativo en un plano abstracto, mientras que en lo concreto parece que hemos dado un salto hacia atrás al hacer que se torne difícil realizar los cuidados nutricios, actuando de manera feroz, parasitaria y competitiva.
Diversas tecnologías como la tecnología amigable con el ambiente, tienen el potencial de proveer en abundancia para todos. Esta abundancia amenaza al intercambio al hacerlo irrelevante e innecesario. Regalar abundantemente provee para todos, y la abundancia es necesaria para que el regalo mejore eficazmente la calidad de vida. En la abundancia, dar bajo presión (como aparece en el intercambio y en las jerarquías) no tiene razón de ser, porque las necesidades pueden ser satisfechas por múltiples fuentes.
Las jerarquías se usan para re-crear continuamente la escasez al desviar cualquier excedente de ganancia. Así mantienen al intercambio como el modelo de distribución para todos. Las guerras se arman para replicar a los desafíos planteados a las jerarquías y a los mercados por otras jerarquías y mercados. Estas guerras destruyen los recursos, creando escasez y así se aseguran la continuidad de un ambiente propicio al intercambio. La preparación para la guerra y el gasto en la fabricación de armamento de alta tecnología, y el mantenimiento de grandes ejércitos también devasta la economía civil en ‘tiempos de paz,’ de modo que la abundancia no se acumula.
En apariencia es lo opuesto. En la industria armamentista el empleo es muy visible y lucrativo, y aparenta ‘contribuir’ a la economía. Sin embargo éstos son puestos que no producen nada, son regalos del público para los trabajadores. Pagados con los dineros de los impuestos, y dedicados a la protección de un grupo o sistema, parecen poseer el significado social y general al que toda la sociedad aspira. Desdichadamente, el contenido de esa generalidad sólo es la propagación de la muerte. Los productos de esa mano de obra nunca entran en la economía de cuidado; en cambio, son usados para destruir la abundancia potencial de la co-munidad local y global.
El incremento del gasto de gobierno necesario en tiempos de guerra (y los regalos de tiempo, energía y entusiasmo que los ciudadanos patrióticos dan al esfuerzo nacional) le inyectan más elementos del regalar a la economía como un todo. Esto la estimula (creando más ganancias) al tiempo que permite un ‘uso’ de la producción—o sea su destrucción en la guerra—que no representa una amenaza para el sistema de intercambio, al no permanecer en la economía y crear la abundancia.
Las colonias y los territorios conquistados proveen (mínimamente monetaria) la mano de obra regalada y los recursos necesarios, que permiten, en los países colonizados la toma excesiva de ganancias por unos pocos. Estas ganancias luego pueden ser reinvertidas en las industrias bélicas de los países colonizadores. De esta manera, los regalos provienen de ‘otro lugar,’ y no amenazan las economías monetarias ‘desarrolladas’ con su presencia en abundancia, porque pueden ser rápidamente recicladas como producción de desechos—de armamentos.
Ahora, a pesar de las distancias geográficas, el Norte ha creído necesario crear escasez en el Sur, a través de los préstamos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, del ajuste estructural y del agotamiento del medio ambiente. Esto hace posible canalizar los regalos de los muchos con mucha más precisión hacia empresas que no crean la abundancia que podría desafiar el sistema.
En vez, los flujos de regalos—mano de obra barata (mano de obra de la cual el mayor porcentaje es regalado) y los bajos costos de la materia prima (alto cociente del regalo)—crean una abundancia de bienes de consumo al que tienen acceso solamente aquellos que trabajan en cierto nivel de la economía de intercambio a través de su ‘demanda efectiva.’ Estos bienes nuevamente diferencian a los ‘que tienen’ de los ‘que no tienen.’ Las industrias de la comunicación utilizan la radio, la televisión y las computadoras para difundir información, música e imágenes ‘gratis’—producto de nuestros regalos artísticos. Estos productos son ‘elegidos’ por el mercado y generalmente sirven para vender otros productos (modificando las necesidades y los deseos), y también para crear consenso alrededor del sistema del mercado mismo.
Todos estos resultados extremos vienen de la con-validación de la masculación por un sinnúmero de estructuras superpuestas auto-semejantes que han sido mal interpretadas. Desde el gobierno hasta el lenguaje, desde la economía a las religiones, desde la milicia a la academia—estas estructuras se superponen, se repiten y se avalan entre sí. Las maneras en que formulamos nuestras ideas de la existencia, del ser, y del pensamiento descontextualizado, validan a los hombres masculados a través de la similitud entre sus procesos y los procesos de masculación (que se originan en nombrar y definir de todas formas).
El intercambio, como sustitución de la lógica de la sustitución del regalar, hace surgir la pregunta acerca de merecer como también la pregunta del poder, y de la inclusión o exclusión de la categoría a la que se da valor. Nuestra aseveración de ‘ser,’ a pesar de que haya sido lógica y desarrollada antes del intercambio, valida al intercambio después de dar el giro a través de la similitud y viceversa. Muchos de los procesos de sustitución—como la masculación el verbo ‘ser,’ el intercambio, y los juicios de correspondencia y merecimiento—se agrupan para formar una ‘realidad’ que se auto-perpetúa y que se auto-estructura, un tipo de mecanismo que en múltiples niveles diferentes es dominante y ocupa el lugar de un mundo basado en el regalo, siempre presente y posible todavía.
La ‘nueva’ realidad parece ser más válida, más ‘real’ que la anterior, que no obstante sigue dándole su apoyo. A pesar de que no se le reconoce, el proceso de regalar, como la ostra que hace la perla de un grano de arena, continúa regalándole a la más que dura realidad del intercambio, (hasta cierto punto) haciéndola más humana. El statu quo masculado, con sus jerarquías y sus privilegiados, se mantiene gracias a los regalos de las mujeres y de los hombres que están fuera y dentro de él. Como lo que es parece merecer existir más que sus alternativas (las realidades alternativas, por ejemplo, de los hombres ‘primitivos’) y nosotros lo nutrimos.
Mientras tanto, para no ser menos que los donadores ocultos, los que han tenido éxito en la economía del intercambio, a veces compensan su egoísmo dispensando un poco de caridad (generalmente no muy abundante), a las de clases inferiores o al proponer soluciones tendenciosas para aquellos problemas sociales que ellos han creado. Por ejemplo, recientemente oí la siguiente propuesta: los niños de madres que estaban protegidas por la seguridad social deberían ser enviados a orfelinatos, como si los ‘expertos’ profesionales asalariados en un contexto institucional fueran mejores para los niños que las madres solas. Habiendo reducido a las madres a la más espantosa pobreza, haciendo a la crianza de los niños algo casi imposible, los políticos y los ‘pensadores sociales’ proponen ocupar sus lugares con otro modelo monetario paternalista más.
La recompensa para estos pensadores está en ‘demostrar’ que el modelo masculado no es sólo más eficiente sino más compasivo que lo que las madres puedan hacer directamente. La maternidad puede ser un trabajo más del que las mujeres pueden ser despedidas. Y el poder de incluir o excluir de la categoría se le otorga una vez más al hombre masculado y a las instituciones. La identidad de las madres como las que regalan no es reconocido, y aun cuando su trabajo no está remunerado, se les puede quitar. Despojadas de sus hijos, se les quita también su identidad como dadoras de regalos y de su identidad dentro del intercambio. No tienen modo de crear una identidad o de merecer existir. Carentes de todas las posibilidades de masculación para su inclusión en las categorías superiores, estas mujeres, en contraste, dan a esas categorías, y ellas reciben el castigo por carecer, lo que calma el miedo y la envidia de los que tienen. Es la manera de expiar su crimen de proponer el modelo de maternaje sin hombres.
De hecho, el Estado se mete como sustituto del padre, eclipsando de nuevo a la mujer. La ley o la caridad de los padres colectivos desvaloriza y hasta mancilla a veces la realidad de una vida basada en el regalar. Y lo hace ya sea como asistencia social capitalista o bajo la forma de administración de recursos por un estado socialista o comunista
El visitante extraterrestre reconocería la importancia de que la mujer hace el 60% del trabajo agrícola, pero sin embargo solamente son dueñas de un 1% de las tierras. Usualmente las feministas piensan en esta extraña desproporción en términos de justicia—esto es, creando un intercambio para hacer que las mujeres lleguen a ser dueñas de igual cantidad de tierra que los hombres. Quiero proponer la idea de que la razón por la que la mujer es dueña de tan poca cantidad de tierra, es porque nosotras nos relacionamos de manera diferente con lo que nos rodea. Necesitamos desmantelar las estructuras del patriarcado, incluyendo las estructuras de la propiedad que están basadas en la masculación, y proponer un modelo de propiedad basado en el regalar.
El dinero es el medio para satisfacer las necesidades co-municativas en la comunidad de los que intercambian, dueños de la propiedad privada. El valor del intercambio está en la importancia de los productos para aquella co-municación contradictoria que se excluyen mutuamente. Igual que el verbo ‘ser,’ el dinero sustituye el acto de sustitución de un producto por otro.
Yo creo que el valor co-municativo de las cosas se expresa en palabras, que ocupan el lugar de regalos en la creación de los vínculos humanos. Las palabras también pueden ser vistas como teniendo valor por su posición relativa entre las palabras en el sistema de la langue. Si ciertas clases de cosas no fueran recurrentemente relevantes para los seres humanos, no se relacionarían con las palabras en tanto nombres de las cosas (a pesar de que se hablaría de ellas en las frases). Por eso, la razón por la que se les donan palabras a ella o a él es porque son usadas por el colectivo, que está compuesto por muchos que nunca vamos a conocer.
Lo que es valioso para el colectivo está fuera de la interacción comunicativa individual, y fuera de la transacción individual de dinero en el intercambio. En realidad es para otros. La identidad de un objeto cultural puede ser encontrada en el regalo verbal sustitutivo, fuera de la interacción comunicativa individual, en lo colectivo. Una situación análoga ocurre con la determinación cuantitativa del precio. El precio se determina por el valor del producto para otros en la sociedad, a quienes nunca conoceremos. Si observamos el valor cualitativo de las cosas para la comunicación en tanto son expresada en palabras, y el valor cuantitativo de las cosas para el tipo de comunicación contradictoria que es el intercambio material, tal como se expresa en el precio, y hacemos una corrección en cuanto a la diferencia entre el valor cualitativo y cuantitativo, podremos entender el mecanismo de ambos.
De hecho, para ambos es la importancia de las cosas para la comunidad lo que las pone en primer plano en nuestra conversación o en el mercado. Son ‘para los otros por lo tanto son para mí.’ Los gatos se llaman ‘gatos’ porque son para nosotros lo que son para los demás. Una lata de café cuesta $4.00 porque eso es lo que cuesta también para los otros. Cuando el monto que los otros están dispuestos a dar varía, también varía para el individuo. Podemos ver el valor de los diferentes componentes del café: el precio que se pagó al cafetalero por el grano, el precio de la mano de obra, el precio del transporte, la molida, la lata, etc.
Cada uno de estos y cualquiera otro componente que pueda tener, depende de lo que las partes son ‘para lo otros,’ de lo que los otros dan por eso. Para cada transacción económica o lingüística, la identificación de lo que algo es, depende de lo que es para el colectivo—para los muchos—que están fuera de la transacción misma. Hemos dicho que el verbo ‘ser’ es el sustituto del acto de sustitución y que el dinero cumple un proceso similar. Para las esferas de lo económico y lo lingüístico respectivamente, algo es valioso cuando es suficientemente importante para la mayoría, tanto como para que su lugar sea ocupado por una palabra que lo nombra, o por ‘es’ como sustituto del acto de sustitución, o por algún otro producto de intercambio—y por dinero como un equivalente de su precio.
Tanto el lenguaje como el intercambio ponen la co-municación del regalo fuera del centro de atención. Esto ocurre en la mente colectiva (particularmente cuando el valor de cambio se ha convertido en muestra del valor). Los aspectos de regalo en la vida son relativamente inconscientes y no se discuten. Se han asimilado a los regalos que toman el lugar de regalos al intercambio (que es un modelo muy atrayente) y a la definición influida por la masculación. Por esta razón, el valor del regalo no es reconocido colectivamente. Es más, casi no se lo nombra. Parecería paradójico decir que el regalo es valioso; el valor está dado por que algo existe para la colectividad, y que la colectividad no acepta el regalar como algo existente.
Por otro lado, si vemos al verbo ‘ser’ y al dinero como sustitutos para el acto de sustitución, es razonable que el regalar—que no es sustituido—no parezca ser pertinente al lenguaje ni ser valioso para el intercambio. Por lo tanto, si el lenguaje y el cambio requieren de la sustitución para asegurar la existencia del valor, regalar, que no es sustituido por nada, pareciera no existir ni ser valioso. La masculación, por el contrario, que es una construcción de sustituciones auto-semejantes, parece existir y ser muy valiosa. No es sorprendente que atraiga todos los regalos que no se dan a regalar per se.
Por otro lado, tanto el ‘ser’ y el intercambio por dinero, son influidos y ‘agotados’ por la masculación que retroalimenta el principio de dominación en la definición y en la economía—por lo que ‘ser’ o ‘ser valioso’ implican dominio o ser el uno o la muestra. De nuevo, nada de esto es ‘culpa’ nuestra. Estas contradicciones son más que todo enredos lógicos.
De este modo el verbo ‘ser’ y el dinero reflejan el poder que le hemos otorgado al lenguaje para que nos aleje de nuestras madres y de la Madre. Nosotros no vemos que ‘ser’ y ‘valor’ tengan relevancia en la sustitución, porque negamos la realidad de lo que ha sido sustituido. Igual a como negamos a la madre (y la tierra) como modelo sustituido—como si ella no existiera (en especial sí la existencia tiene que ver con sustitución). ‘Olvi-damos’ que la madre es activa y que activamente da y con compasión cede. Nuestro marco de referencia original viene del regalar, pero por haber sido masculados o por cuidar a aquellos que han sido masculados y sus procesos, aprendemos a valorar a los aspectos de definición del lenguaje y de la vida—sustitución, tener, guardar el intercambio y ‘ser’—en vez de a los aspectos de regalar y al dar.
La madre no tiene que ceder. Si la madre no cediera, nosotros podríamos enmarcar de nuevo nuestra visión del mundo, y ver cuánto de la vida hay ya en su modo de regalar. Podríamos ver las cosas como regalos de la Madre Tierra—no sólo como productos de los nombres dominantes de Adán—y por lo tanto los trataríamos con el cuidado que ellos necesitan para no ser destruidos. Muchos ya estamos haciendo eso cuando apreciamos y valoramos los regalos de la naturaleza, de la cultura, de la sincronía, de la buena voluntad, y el regalo de la vida misma. Lo que percibimos como la inmanencia de ‘ser,’ es en realidad el resultado de nuestra modalidad creativa y receptiva, dirigida con gratitud hacia los regalos de la vida y de la tierra, mientas se suspende (momentáneamente) la mediación agotada del lenguaje y el intercambio.
Tal vez podamos percibir a la comunidad como parte de la Madre, dándole valor a las cosas y a nosotros, y las cosas dándole valor a sus nombres, que nos damos unos a otros, valorizándonos. La tierra se co-municaría con nosotros a través de los frutos y el canto de los pájaros, de nuestros cuerpos y de nuestro ser dador. Participaríamos en una relación co-municativa con la naturaleza. Ahora el modelo de la comunidad está conformado por dueños uno-muchos que se excluyen mutuamente, poseyendo propiedades que le dan valor a su posición, y desacreditando la categoría de los ‘que no tienen.’
La propiedad que tiene que ver con regalar (propiedad que se puede dar y recibir) es diferente de la propiedad privada que se mueve a través del intercambio. Podemos crear un vínculo de cuidado con la propiedad y no uno de dominio. Tal vez el paradigma del regalo requeriría una clase más liviana de propiedad, más como la propiedad de nuestros cuerpos que (cuando se sienten seguros) se pueden básicamente compartir, pero por ahora generalmente no son compartidos. Podríamos tener una relación con la propiedad, de uso, de compañerismo, gratitud y de mayordomía. Lo podríamos considerar de acuerdo al modelo del busto, como la propiedad de algo que puede dar de una manera amigable, y no sobre el modelo del pene—que es más como la propiedad de un instrumento penetrante o una ‘marca’ que nos pone en una categoría superior.
El modelo de la mujer atendería las necesidades, y en la abundancia las necesidades podrían proliferar en variedad y especificidad. Podrían incluir también necesidades psicológicas de seguridad y de vinculación con el medio ambiente, para que el que se ocupa de algo sea de quien ese algo es. En la abundancia, la necesidad de propiedad sería menos fuerte de lo que es ahora, porque la consecuencia de no tener solo sería que los regalos vendrían de otra parte. Cuando tener y no tener ya no están investidos psicológicamente con las pesadillas de la niñez, ya no serían ‘necesarias’ la ley y la retribución. Y no sería necesario ni estaría permitido que el Estado apareciera como padre-dueño de la colectividad.
En la actualidad, la clase de propiedad que significa poder compartir y disfrutar de la naturaleza y de sus abundantes recursos, está reservado para los ricos como recompensa por tener más. La cuestión está en hacerlo extensivo a todos, incluyendo a los ricos, que todos disfruten de la abundancia de la naturaleza y de la cultura, sin impedírselo a nadie. Debemos reconocer cuán profundamente hundida en una psicosis colectiva está nuestra sociedad. Con urgencia debemos curarla y curarnos nosotros también.
Los indígenas y sus culturas han empleado el modelo de la madre y del regalo más que nosotros. Sería interesante averiguar hasta qué punto ellos integran los mecanismos lingüísticos con los regalos y qué clase de propiedad proponen. Los Iroquois, una sociedad matriarcal, en el que un consejo de mujeres tenía el poder de decisión, y que usaba un nombre de mujer (no de hombre) para significar ‘ser humano,’ nombraban con diferentes nombres propios a cada uno de los miembros de la tribu. Un nombre estaba disponible sólo cuando moría la persona que lo llevaba. Los nombres de los miembros de la tribu conformaban una langue, y podríamos ver a los miembros como las ‘cosas’ socialmente valiosas—una cultura, un mundo—relacionado a esas palabras. En el patriarcado europeo—o puerarquía—hemos transformado a algunas cosas en cosas: mujeres, y a algunas en palabras: hombres—y mediamos entre sus ‘propiedades’ con la ‘palabra-dinero.’
Nuestro estado patriarcal de cosas, de ninguna manera es una forma más racional de organizar la sociedad que la manera ginárquica de los Iroquois. Todas las diferentes culturas, que existían antes de que fueran dominadas, destruidas y redefinidas por el Hombre Blanco y sus formas, eran experimentos socioeconómicos en los que se involucraban los muchos. Algunas de ellas valoraban a las madres y al regalar simbólico y co-municativo. Podemos aprender formas alternativas de vida de ellos.
En la modalidad del regalo, ‘ser’ es la co-municación con la tierra y con los otros seres humanos, y de hecho aún estamos en la modalidad del regalo a pesar de la participar en el intercambio. Nuestra experiencia incluye las percepciones recibidas por los sentidos y la información—dándole destinos al mundo según lo experimentamos, con necesidades que podemos satisfacer, necesidades de los otros, nuestras o del ambiente. Las necesidades crecen de acuerdo a los medios para satisfacerlas, el oído se acostumbra a la música que escucha. Algunas necesidades son más básicas que otras, pero aun esas se diversifican de acuerdo a los gustos y preferencias de los diferentes medios de satisfacción, los diferentes regalos de la Madre Cuidadora y de lo que provee la Madre Naturaleza.
La existencia de la mujer no consiste en ceder, o ser propiedad de, o dueña de, sino de una relación completamente diferente con el mundo (y con la propiedad). Se trata de una relación cuya potencialidad no es mutuamente excluyente sino que se orienta hacia las necesidades, ‘destinada a otros.’ Las barreras son necesarias solamente para las peleas entre los ‘uno-muchos’ luchando para ser ‘muestras’ mayores. Si nosotros le diéramos valor a las necesidades y reconociéramos y apreciáramos su complejidad, también podríamos satisfacer y reconocer las necesidades de todos y de cada uno, de mantener su independencia. Los cuidados de las mujeres se extienden lógicamente al medio ambiente. El otorgar valor a todas las necesidades en todos los niveles, también nos permite valorar las necesidades generales a gran escala.
En la actualidad, la necesidad de sanar al planeta es una necesidad del colectivo, y en forma colectiva se está tratando hacerlo—sin pasar por el modelo humano de la madre cuidadora. Muchos estamos preocupados por la Madre Tierra, pero seguimos considerando que el maternaje humano no es importante. Es en la maternidad y en los cuidados de la madre, donde podemos encontrar el marco de referencia para poder vivir en paz entre nosotros, para que detengamos el dominio y la destrucción de la tierra.
Si pudiésemos disminuir la economía de intercambio junto a la envidia motivada por la castración, de tener y no tener, podríamos vivir en armonía, con un tipo de propiedad semi-privada, que también sería pertinente para el colectivo como medio ambiente. Los bosques ya no serían valiosos para los aserraderos propietarios del mismo, sino para los seres humanos y las especies que viven en él y que usan sus regalos con respeto, cuidándolos. Los bosques convertidos en troncos no satisfacen ninguna necesidad colectiva, sólo satisfacen la necesidad que motiva la ganancia del propietario privado. Deben crearse las necesidades de los compradores con demandas efectivas. Ya sea que los árboles se vayan a transformar en papel higiénico, palillos chinos o materiales para la construcción, existen alternativas y las necesidades del público podrían ser educadas hacia éstas para bien de lo colectivo y del medio ambiente.
En vez, a gran escala, el intercambio capitalista, utiliza al colectivo como medio para la satisfacción de la necesidad de todo el mundo de los medios de comunicación económica, por dinero. La necesidad de una ganancia es abstracta. Todo el mundo necesita lo mismo. Esta necesidad común de tener (más) dinero distorsiona nuestra percepción de las otras necesidades. El valor del dinero es como el valor lingüístico de todo, como ‘ser,’ visto como la sustitución (dominio), no de la inmanencia del regalo.
La nada no es el opuesto a ser. Lo que realmente es el opuesto a ser, es la reinterpretación del verbo ‘ser,’ que incluye el regalar, sin dar signos, conectado al lenguaje por medio del regalo, y no a través del dominio, de la sustitución y del ceder. De igual manera, el opuesto a la relación uno-muchos de la propiedad no es no tener sino la propiedad basada en la gentileza de la mujer. Debido a la masculación, a los privilegiados que sí ‘tienen’ se los premia con una abundante relación nutricia con la propiedad. De igual manera, una mujer nutricia, parece ser la recompensa que se les da a los hombres, por ser masculinos. El arrebatar la propiedad a los otros, hace que no podamos recibir y transmitir su valor, y nos hace incapaces de apreciar su relevancia a un colectivo que comparte. De acuerdo a la lógica lingüística, es para nosotros y, por lo tanto no para los otros y por lo tanto—no para nosotros. Cuando mantenemos algo dentro del sistema de la propiedad privada mutuamente excluyente, no podemos imitar con ese algo el modelo de los cuidados maternales.
Recientemente, informes sobre la llamada gente ‘primitiva’ se han popularizado en Estados Unidos, porque describen formas de vida que se centran en el regalar, con una base espiritual. La historia de los aborígenes australianos, que viajan sin ningún equipaje, dependiendo para su supervivencia de los regalos del creador para sobrevivir—y recibiéndolos—es un ejemplo de una forma de vida basada en el regalo (a pesar de que en estos momentos ocurre en escasez). Estas historias se vuelven muy populares en Estados Unidos, porque nos indican una actitud que nos sana, a pesar de que participemos en una economía que lo contradice.
Las terapias religiosas o de la Nueva Era promueven la gratitud por las bendiciones que recibimos, colocándonos en el marco de referencia del regalo. Las preguntas que surgen son, “¿Podemos sanar individual o espiritualmente, mientras que la sociedad de la que somos parte merodea por la tierra destruyendo a esa gente que nos inspira con su fe y sus maneras alternativas?” y “¿Puede nuestra curación individual cambiar el paradigma en lugar de reforzarlo, al asimilar algunos de sus principios en un nivel individual?” Nuestros intentos de sanar individual y espiritualmente deben ir de la mano con los intentos de sanar al colectivo y al planeta.
A la inversa, los intentos por corregir lo colectivo, tales como el movimiento feminista, los movimientos de ‘izquierda’ que persiguen el cambio social y económico, y el movimiento ambientalista, deben pasar también por la cura individual. El modelo de la madre está en ambos niveles, en el colectivo y en el individual. El paradigma del regalo, portado por los cuidados maternales, es la norma funcional y poética a la que la sociedad puede regresar.
De acuerdo a la lógica del intercambio, el modo de propiedad de la mujer merece existir, por lo que la mujer ha contribuido a la humanidad hasta ahora. Si queremos cambiar los paradigmas hacia la manera de la mujer, no podemos hacer uso de la lógica del intercambio, re-instalando de nuevo la modalidad de pagar. Olvi-dar a la madre implica aceptar el intercambio, alejarse de la madre y tomar otra cosa en su lugar. Cuando olvi-damos a la madre, no estamos per-donando a la madre y al modo de la madre. Para que funcione el modo del regalo todos tenemos que estar a favor de per-donar. Y debemos mantener las definiciones en el plano verbal y no encarnarlas.
1 Los precios constituyen un sistema diferencial como la langue de Saussure, organizado de acuerdo a la cantidad por numeración progresiva y no a la cualidad.
2 Algunos lenguajes no usan pronombres específicos para cada género. Otros piadosamente extienden la distinción de género a todos los sustantivos, para reconfortar a los niños mostrándoles que todo es parecido o diferente de la madre, y que tiene poca significación en el valor.
3 El hecho de que la definición como un todo es un servicio ejecutado por el que habla o por el que escribe para el que escucha o el que lee a menudo es olvidada, por lo que la relación de dominio y ceder pareciera que sucede entre las palabras sin la intervención de los humanos. El valor es dado a las palabras y entre nosotros por los interlocutores ‘fuera’ de la frase, pero esto en general no es usualmente considerado.
En el lenguaje, la necesidad comunicativa es una consideración determinante. Los valores abstractos de la ecuación parecen estar más cerca de los de la percepción: percepción X = percepción Y parecería ser un contenido apropiado para una ecuación. Pero no es necesario comunicar eso a nosotros mismos o los unos a los otros en nuestras vidas diarias porque ya lo sabemos. Nuestros aparatos perceptivos funcionan. Lo que percibimos usualmente ya es un hecho en lo que se refiere a nuestra consciencia de ello. Nuestras necesidades comunicativas surgen en relación con los otros, con respecto en cuales percepciones nos fijamos y su relevancia con las colaboraciones, entendimientos, ideas colectivas o personales, mitos, historias, vistas del mundo, etc.
5 Cuando una orden jerárquica se establece en la que un hombre se convierte en la ‘muestra’ o el dominante con respecto a los otros hombres, aquellos que ceden pueden continuar manteniendo su identidad como ‘muestras’ y dominantes con relación a sus esposas e hijos.
6 Aun en Marx la ‘plusvalía de la mano de obra,’ será vista como esa porción de regalo atrapada y filtrada a través de del proceso de definición del cambio. Si la mano de obra pudiese satisfacer las necesidades directamente, podría entonces resultar en co-municación y podría atribuir valor. Sin embargo, debido al mercado, la mano de obra que lleva un producto se expresa en forma relativa respecto a la mano de obra que lleva todos los productos, como un valor de cambio. En esto, es como una cosa que se relaciona con una palabra (cuantitativamente dividida). Marx no incluyó ninguno de los otros regalos que son dados al proceso de la mano de obra—como es el trabajo de las mujeres en la casa, regalos de precios altos y bajos, regalos de la naturaleza—como contribuciones al valor de la mano de obra.
En forma similar, la ecuación trabajo y dinero deriva de la distribución de la negación del regalar.
Tal vez el homúnculus, el pequeño hombre visto por los filósofos que se sientan en nuestras mentes y reconocen regresiones sin fin, es la imagen internalizada del falo que corresponde con todas las cosas en la posición de la ‘muestra’ en todos los lugares. Pero, como lo vieron los filósofos, es sólo una ficción de nuestra imaginación, un reflejo de una reflexión. Ellos razonan que, si el conocimiento se basa en la reflexión de la realidad, y nosotros tenemos un dibujo de la realidad en nuestras mentes, nosotros tendríamos que advertir que estos dibujos son dibujos de estos dibujos. Por lo tanto hay un hombrecillo en nuestras mentes con dibujos de dibujos, y a su vez este hombrecillo tiene otro hombrecillo en su mente, etc. Sobre lo que los filósofos no reflexionan es que ese humúnculus podría ser sustituido por una mujercita—o mejor aun, una madrecita, una materícula. En lugar de estar ahí dibujando, reconociendo la imagen del niño cuando llora, la madre reconoce la necesidad e interviene, hace algo por resolverlo (por ejemplo, darle de comer). Por eso, si materícula estuviese allí en nuestras mentes, ella reconocería el dibujo del niño llorando y sentiría la necesidad de hacer algo más, como satisfacer las necesidades que los dibujos le sugieren. La división entre lo interno y lo externo será resuelta de maneras distintas por el materículum y por los homúnculos. La razón de esto es que el reconocimiento de las semejanzas es más estático, menos informativo, que el proceso de satisfacer las necesidades. Por eso, cuando la satisfacción se transfiere al escenario interno, puede mantenerse como un proceso activo. El homúnculus es totalmente dependiente del cuidado de la materículum, que lo único que él puede hacer es reflejar. Pero parece que él no puede reproducir dibujos de la materícula, ni en ‘su’ propia mente ni en el mundo externo. Tal vez ella se mueve muy rápido para él. Tal vez se mueve tan rápido como lo hace la carga eléctrica de una sinapsis a otra. De hecho, ¿no podríamos ver actividad cerebral en términos de dar, un movimiento desde la abundancia a la carencia? En este caso, ¿no será que estamos haciendo algo que calza más o menos con lo que hacemos en el plano lingüístico y en el mundo externo? Tal vez esos que están interesados en las cuestiones del cerebro-mente podrían tratar de satisfacer sus necesidades con esta teoría de la película en movimiento de la realidad.
Típicamente el dinero de estos préstamos ha sido rápidamente acaparado por las elites, mientras que los pobres de estas naciones se extenúan tratando de pagar los intereses—y lo principal se demora.
Ver a George Thompson en la influencia del desarrollo del dinero y la filosofía. Studies en Ancient Greek Society, vol. II: The First Philosophers, 2nd ed. Londres: Lawrence and Wishart, 1961 [1955].
A pesar de que la relación básica entre las palabras en el langue de Saussure es puramente de diferenciación por mutua exclusión, tienen algunas similitudes que se ven como los complejos de Vigotsky.
Por ejemplo, si los gatos no están presentes en una cultura, se podría hablar de ellos como ‘esos animales extraños que ronronean y tienen una cola larga’.
Por ejemplo, he tenido muchas dificultades con los términos ‘cuidando’ y ‘maternal,’ porque implican un enfoque en la infancia.
Ver a Elizabeth Tooker, “Women in Iroquois Society,” en Iroquois Women, An Anthology, ed. W.G. Spittal, Iroqrafts, Ohsweken, Ontario, 1990. “Por costumbre de los Iroquois, cada clan tenía un solo set de nombres personales. Cuando el niño o la niña nacen le dan un nombre que ‘no está siendo usado.’ El ‘nombre de bebé’ generalmente es cambiado por un ‘nombre de adulto,’ que no está ‘en uso,’ eso es, uno que pertenecía a alguien que murió o de alguien que cambió de nombre.” (112).