Capítulo 22


Especulaciones cosmológicas

La vida en la tierra es un intento que la tierra hace para imitar o expresar la relación que tiene con el sol. Puesto que el proceso de vida y muerte ha dejado un humus del pasado del que crecerá el futuro, la expresión ha cambiado a lo largo del tiempo. La tierra, en toda su diversidad y fertilidad, es el producto de su interacción con el sol—interacción en la que el sol da un tipo de energía constante y la tierra da una gran variedad de energías. La tierra tiene una evolución y una historia; el sol no, o por lo menos parece no tenerlo, ya que su evolución es mucho más lenta. Lo que sucede en el presente en la tierra es el resultado de lo que pasó antes. Las capas de la tierra sobre las que crecen las plantas y sobre las que caminan las personas y los animales son subproductos de acontecimientos pasados, todos los cuales implicaban el uso que la tierra hizo de la energía del sol. Sistemas cerrados como el de los árboles y las briznas de hierba, se elevan hacia el sol. Habiendo incorporado la energía de la luz, ellos mismos son rayos de sol de la tierra, o ‘rayos de la tierra’ tratando de alcanzar al espacio.

Los animales y los seres humanos que se paran en dos o en cuatro patas, o los pájaros que vuelan hacia las nubes, todos ellos son energía de la tierra en movimiento dirigido hacia afuera. Más allá de esto, está nuestra capacidad de movilizarnos hacia una meta. Guiados por nuestra vista, nos movemos de un lugar al otro, igual que como se mueve la energía del sol hacia la tierra. En esta dimensión la vida imita su origen. De igual manera, los espermatozoides se movilizan hacia el óvulo; se crea el huevo o cigota que a su vez se desplaza hacia ese lugar en el útero donde ocurre la fertilización. Pero también, en la dimensión consciente, surge una intención que se impulsa a sí misma. Como un rayo de sol que se lanza hacia la tierra, se mueve hacia su meta u objetivo, combinándose quizá con otros elementos pasados de la vida, para crear un resultado, un rayo de sol incorporado a un rayo de la tierra, energías terrestres, rindiendo frutos.

Nuestras voces y las de los animales, los peces, los pájaros, nacen de las gargantas y llegan a oídos receptivos, en los que son incorporados y se convierten en entendimiento, comportamiento y sensaciones. La luz solar de nuestra atención ilumina nuestra experiencia pasada, presente y futura, y las experiencias de otros que nos llegan a través de los sentidos, o a través de sus historias, o en lo que leemos y vemos. Nuestra atención consciente brilla sobre nosotros mismos y nos ayuda a planear y a decidir, clarifica nuestras intenciones y las lleva a cabo. Sin embargo, socialmente se ha creado una especie de juego de espejos, en el que estamos atrapados por nuestro reflejo, enfocando nuestra energía hacia dentro de nosotras.

Esto se ha combinado con el uso de energía acumulada de otros, o del grupo, para fomentar la energía enfocada sobre nosotros mismos. Es como si el rayo de sol se incorporara a la tierra y regresara a sí mismo multiplicado, como si los rayos de sol fuesen un sistema cerrado también. Hay una confusión entre la vida—plantas y animales—y la energía. Es más aun, esta forma de atención centrada sobre sí misma puede hacerle daño a los demás, puesto que se apropia de la energía de los otros para intensificar la propia. El sol no hace esto. El juego de espejos produce un hambre insaciable de energía para enfocar y hacer brillar al propio ego con más fuerza, atrayendo una y otra vez la atención de otros.

En tanto seres humanos de muchas y variadas culturas, hemos tratado de entender lo que fuimos, lo que hicimos, o lo que supuestamente debíamos hacer, y dónde vivíamos. Sólo recientemente nuestra astronomía nos ha dado alguna idea aproximada del universo, de nuestro planeta y de nuestra estrella. No nos hemos de extrañar ni sorprender entonces, si pensamos que podríamos habernos equivocado en como nos dirigimos e imaginamos nuestras metas.

Freud dejó muy claro que en su época, a veces (también pasa en la nuestra), los niños tenían ideas muy distorsionadas sobre el sexo—y que eso influiría luego en sus pensamientos y en sus emociones. Sería lógico pensar que una falsa cosmología podría tener una influencia negativa en nuestra imaginación colectiva. La idea de que el sol es el centro del universo habrá influido sobre nuestro pensamiento y nuestro comportamiento social mucho más de lo que nos damos cuenta. Y la mera idea de que estamos sobre una pequeña partícula de polvo cercana a una chispa de luz, en medio de billones de otras, nos deja atónitos y no sana nuestra imaginación. En cambio, la visión de la tierra desde la luna permite una perspectiva desde la que podemos ubicarnos en un contexto productivo. La tierra es un lugar especial, una gota brillante de vida. Somos parte de eso.

No fue Copérnico sino Ptolomeo quien tuvo razón: la tierra es el centro del universo, de nuestro universo, porque somos seres humanos. Ahora que empezamos a poder ver lo que la tierra es, tal vez sea más fácil ver lo que somos y lo que debemos hacer.

Primero, debemos respetar nuestro planeta, la vida de la que todos somos parte. Lo que es excepcional aquí, no es que los rayos del sol se dirigen hacia nosotros, sino que la tierra es capaz de hacer algo con ellos. Debemos vernos como luz incorporada, como vida incorporada. Tenemos que ser como Ricitos de Oro y encontrar la cosmología de nuestra propia dimensión, la perspectiva de la tierra que sea ‘justo la correcta’ para nosotros. Debemos entender nuestro sitio en la tierra y dentro del sistema solar, para poder clarificar la relación entre nosotros. Uno de nuestros problemas particulares en la actualidad es vernos como personas únicas, relacionados en tanto individuos con otros cinco billones y medio de seres humanos. Es notable la semejanza entre este problema y el de ver nuestra tierra y nuestro cielo en relación con billones de soles y de posibles planetas, a medida que se descubre gran número de galaxias.

Podríamos llamar a esto una teoría del conocimiento por medio de la proyección. Proyectamos una pregunta humana apremiante sobre alguna rama del conocimiento y luego la encontramos allí. Esto no quiere decir que el conocimiento obtenido así no sea verdadero, sino que lo que motiva su búsqueda es un problema existencial social o colectivo, más que una motivación aséptica de ‘curiosidad’ puramente individual o incluso una no tan aséptica búsqueda de ganancia individual. ¿Y no es la avidez por el conocimiento una especie de traducción de la avaricia y la avidez por bienes y dinero, que constituyen la motivación de nuestra sociedad basada en el intercambio?

La teoría de la evolución de la supervivencia del más apto, que se desarrolló al mismo tiempo que la de la supervivencia del más apto de la economía capitalista, es otro caso en cuestión. Tal vez, si entendiéramos el mecanismo de la proyección podríamos entender por qué lo hacemos y cuál es la dificultad social o personal que estamos tratando de sanar. Luego podríamos averiguar cuánto de nuestra perspectiva está causada por la proyección, qué elementos son vistos o cuáles son ignorados a raíz de ésta. Y lo que es más importante aun es que, tal vez, podríamos sanar nuestras dificultades humanas y al hacerlo percibir mejor el universo. Si sabemos que estamos proyectando, lo podemos tener en cuenta y comprender así las distorsiones que nosotros mismos creamos. Hasta podemos usar este conocimiento para planear conscientemente un mundo mejor, en el que no ocurran los problemas que causan las proyecciones.

Volvamos al punto de la visión de la tierra que la ve en relación con el sol. En nuestra sociedad atomista e individualista hemos comenzado a desvalorizar la importancia de establecer relaciones. El bienestar personal del individuo se ve como el objetivo principal de la interacción y del proceso social, como también la única razón de su existencia. Las terapias que abordan la co-dependencia y a las familias disfuncionales, tienen muchos seguidores y gozan de aceptación pública en Estados Unidos, y aportan dinero y prestigio social a quienes las proveen.

El sufrimiento originado en nuestras relaciones demuestra lo importante que son para nosotras. Las canciones de amor llenan las ondas de radio, las historias de amor los anaqueles de revistas, las repisas de las librerías y los cines. Las relaciones son verdaderamente importantes para los seres humanos; son (parte de) la manera como nos humanizamos. Sólo que no sabemos como establecerlas. No tenemos muchos buenos ejemplos. La hipótesis que planteo aquí es que el mejor modelo de relación que tenemos es la relación entre la tierra y el sol. Podemos proyectar nuestros problemas allá, y luego verlos con más claridad dentro de nosotros.

Pero, ¿por qué no mirarlo desde una postura más intencional? La Hipótesis Gaia considera a la tierra como un ser viviente. En este caso, somos Ella misma haciéndose consciente. Ella está tomando conciencia de su relación con el sol, y de su papel en ella, y de su creatividad del precioso milagro de la vida. Tal vez entonces, somos la proyección de su problema. Los humanos jugamos el rol de amante y amada, de sol y tierra. Interiorizamos estos roles en la conciencia, y el de ser objetos de atención (dando y recibiendo atención). ¿Recibimos nuestros propios cuidados o los de otros como la tierra recibe la luz, usándola para la creatividad, o la reflejamos de vuelta (como hace la luna) en el juego estéril de un espejo de quién es más brillante, más grande o más caliente?

¿Es el sol la fuente de vida o es la tierra? En tanto hombres y mujeres lo representamos: los hombres son activos, soles; las mujeres pasivas, tierras. Éste es el estereotipo eterno. Pero, si le damos una segunda mirada, vemos que ambos roles son creaciones de la tierra. Entonces, la tierra produjo a los que representan al sol y a los que representan a la tierra. De hecho, toda la obra es montada por la tierra.

Es la tierra la que ha hecho del sol un dador de vida, al recibir la luz creativamente. Hasta donde sabemos los demás planetas no han hecho esto. De igual manera, los animales machos producen millones de espermatozoides, pero si no hay un útero, o un óvulo para recibirlos, no se produce ninguna forma de vida. Las semillas caen de los árboles o son llevadas por el viento pero si no encuentran refugio en la tierra, no llegan a vivir. Pero, por supuesto, los espermatozoides y los óvulos son producidos por la tierra, las semillas y el humus son todos productos de la tierra.

En muchas de nuestras relaciones heterosexuales damos más valor a una de las personas, generalmente al hombre, y se le da menos valor al otro, generalmente a la mujer. Una mujer, debido a su creatividad, le atribuye al hombre importancia solar, y lo ve como fuente de vida, de creatividad y de ingresos. Por recibir esta atención (al igual que la tierra), el hombre se vuelve activamente creativo, y parece confirmar como verdadera esa atribución de valor. Toda la sociedad participa de un sistema, que privilegia un polo de la relación y esconde o ignora al otro. Las mujeres definimos a los que definen como los definidores. Luego disimulamos nuestro rol activo, y los hombres, muy felices de usurpar el crédito por ello.

Si actuamos el rol de la tierra, ¿por qué no le/nos reconocemos el poder, la creatividad, la vida, y las cualidades de dar vida y conceder valor? ¿Por soledad quizá? Los otros planetas y el sol están tan lejos. ¿El sol está vivo también, y es de un orden diferente? ¿Es que la tierra no quiere aceptar que lo está haciendo todo sola? ¿Podremos los humanos alguna vez amar la tierra lo suficiente? ¿Podrá ella amarse algún día lo suficiente como para compensar que el sol no está vivo? Pero tal vez el sol esté vivo, tan vivo como ella está, y en el mismo orden de realidad, o en uno diferente, y está solo.

Nuestra atención imita al sol, pero cuando nos concentramos en una estrella, la estrella está en la posición de la tierra. Y lo mismo ocurre con el espacio. Seguramente esta dimensión de receptividad alrededor de ella consuela a la Madre Tierra, y el conocimiento que hemos adquirido la ubica en un contexto, le da un hogar. La confusión que surge de la existencia de millones de galaxias se disipa cuando nos damos cuenta de que debe haber otros seres vivientes allá afuera.

La Madre Tierra, igual que ET, algún día podrán llamar a sus hermanas. Mientras tanto, debemos mantener la esperanza de aprender a vivir unos con otros sin arruinar su exquisita belleza y armonía antes de que encuentre otra vida. ¿Acaso somos destructivos para representar mejor lo que captamos como el rol del sol, y mientras seguimos desacreditando el rol de la tierra? ¿Hemos creado un Dios-hombre-sol-patriarca, para que nos haga compañía también, proyectando nuestro problema y el de ella, más allá del sistema solar hacia el universo?

Yo creo que tenemos que aceptar el hecho de que todavía no sabemos demasiado acerca del universo. Sin embargo, a lo que tenemos acceso inmediato es a nuestras percepciones, y al contexto social. Tenemos que alumbrar con nuestra atención solar consciente nuestros mecanismos psico-sociales, para averiguar por qué vemos lo que vemos. Hay mecanismos de selección desconocidos para nosotros que surgen de nuestras motivaciones, que nos llevan a buscar y encontrar unas cosas más que otras. Éstas retroalimentan luego a los contextos en los que surgieron nuestras motivaciones. Vuelven a confirmar los problemas que las crearon. Sólo cuando sanemos nuestras motivaciones, pueden estos mecanismos funcionar con claridad, como deberían, creando una alineación de varios tipos de realidad de la que somos parte.

Tal vez nuestra atención consciente corresponde al sol, y la subconsciente a la tierra, debido a la interiorización de la polarización social entre activo y pasivo. Pero nuestro costado terreno, como lo hemos venido diciendo, sólo en apariencia es pasivo. Recibe activamente, no sólo dándole contenido a la conciencia, sino dándole un contexto y un valor. Le da a la conciencia su potencialidad para conocer, como parte de un ser humano, donde ocurren muchas cosas.

La conciencia es como la luz del sol refractada por la atmósfera. Tiene que atravesar y tocar muchas más cosas que las que se ven a simple vista. Puesto que los seres humanos son productos sociales, hay una contribución de los muchos y del pasado para cada uno de nosotros. Nuestra conciencia de luz solar no sólo ilumina muchos de estos aspectos en serie, sino que también es definida por esto. Tal vez, igual que la tierra, e igual que las mujeres que acostumbramos dar regalos, nuestro subconsciente produce conciencia, pero no reconoce el papel que le toca. Así, la conciencia parece provenir del cielo y no de la tierra.

En este siglo, nuestro conocimiento (y a través nuestro, el conocimiento de la tierra) del sistema solar, de la galaxia y del cosmos ha aumentado considerablemente, mientras que el conocimiento acerca de la naturaleza de la tierra y de su relación con el sol no está todavía muy clara. De la misma manera, en cuanto a las relaciones sociales, no entendemos la relación madre-niño, el cuidado nutricio uno-por-uno anterior a la de aventurarnos en las relaciones con los ‘muchos.’ No entendemos lo que está pasando en casa, antes de aventurarnos hacia el mundo exterior. La relación entre la tierra y el sol, que ha producido tanta vida milagrosa, no es una relación disfuncional. Tampoco es disfuncional la familia solar. Pero, al identificar al padre con el sol, hemos reproducido la imagen social de la muestra masculada igual a sí misma, restándoles importancia a la actividad y a la creatividad de la ‘receptora pasiva’ femenina y de los muchos, mientras que ponemos énfasis en la iniciativa del ‘dador activo’ masculino.

La necesidad es esencial para el regalo, porque sin la necesidad el regalo sería nada. Así, la tierra ha creado múltiples necesidades, que el sol puede satisfacer con su luz—luz que de otra manera no sería usada y sería estéril. La interacción de estas necesidades entre sí, recrea las interacciones del dar y recibir entre el sol y la tierra. La asimetría es la clave. El sol sólo da, mientras que la tierra recibe y vuelve a dar, aunque presumiblemente no le puede devolver al sol, puesto que el sol está tan lejos que presumimos no lo puede recibir. Entonces, lo que sucede es que muchas de las relaciones de la vida son, en realidad, imágenes similares a sí mismas de las relaciones similares entre la tierra y el sol. Son guiones, maneras de actuar el dar y el recibir de manera creativa. La beba recibe la mirada amorosa de la madre—y luego, cuando crece, se relaciona activamente con la madre, turnándose.

La ameba encuentra alguna porción de materia que recibe y usa creativamente, como la tierra que en su viaje por el espacio encuentra la luz del sol. De la misma manera la hoja de hierba usa la luz del sol para sus procesos. La oruga activamente encuentra la hoja de hierba, ese rayo de tierra hecho de luz incorporada creativamente, y la usa para sus procesos. El pájaro, en sus caminos más activos, encuentra la oruga.

Pero nosotros, y tal vez para la tierra también (¿tendrá ella un problema de autoestima?) le damos más importancia a lo masculino, identificándolo con el ‘uno’ y el sol (sun, que suena igual que son, ‘hijo’), porque no vemos al receptor como creativo—y las necesidades son vistas como carencias y no como lo que es necesario para que el regalar se complete.

Hasta podríamos considerar casi todas las relaciones como metáforas de la relación entre el sol y la tierra—una enorme variedad de actuaciones de la relación asimétrica del dar unilateral, y de recibir creativamente y volver a dar (y dejando los subproductos y desechos del proceso, que luego se convierten en regalos para otro orden, u órdenes, o de vida). Todo lo correspondiente a la vida puede verse como un intento que la tierra ha hecho para retroalimentar al sol, para relacionarse. Para dar como lo hace el sol debe crear las necesidades que pueden recibir regalos, eso es, recrear algo en su misma (la tierra) posición. A través de la vida, ella le dice al sol, “Esto es lo que está pasando entre vos y yo; esto es lo que pasa.”

Todo esto ocurre en la superficie del planeta, donde brilla el sol, presente (regalo) a la ‘vista.’ La vida, en toda su variedad, podría verse como la proliferación de imágenes de la relación entre la tierra y el sol. En términos humanos podría verse como una inmensa y gozosa investigación filosófica de esta relación. Y en términos humanos, esta relación se llamaría amor. Tal vez es el intento de la tierra de co-municarse con otro orden de ser, su modo de agradecer ese calor que la acaricia en la profundidad de la noche del espacio, de investigar sus identidades y la relación entre ellos.

Lo importante es que nosotros, los humanos, nos alineemos con esta relación, sin interpretarla mal, como lo hemos hecho tantas veces, porque partes de nuestra organización social y lenguaje han creado los profundos patrones de masculación que la oscurecieron. Como no podíamos ver la tierra desde el espacio ni sabíamos que estaba aquí, o que estaba haciendo algo. Estábamos demasiado cerca; sólo podíamos mirar hacia fuera. Creíamos que era pasiva, sólo recibiendo la luz, así como pensábamos que las mujeres eran pasivas. Ocultábamos nuestro dar, su dar, y veíamos sólo el sol, la muestra-luz privilegiada como dador. Patrones patriarcales engendraban imágenes fálicas similares a sí mismos por todos lados y se convalidaban unos a otros.

La luna y el sol parecen rivalizar como dominadores de los cielos, cada uno, un ‘uno’ privilegiado, en el tiempo que tiene adjudicado. La luna cambiaba en sus diferentes fases y era muchas con respecto al sol. La idea de la luz reflejada llegó a aparentar ser la identidad de la mujer y de la luna. Olvidamos que la gran tierra oscura y creativa era la imagen apropiada de la madre. Pero en realidad el reflejo que le atribuíamos a la luna era del orden del ego que no da, una meta imagen de la vida y de la relación sol-tierra, falsa, estática y no dadora.

Hemos visto a la tierra y al sol, a las mujeres y a los hombres, a los niños y a las niñas, a las madres, a las cosas y a las palabras, a los ciudadanos y a los presidentes, a las mercancías y al dinero, como cosas que no se relacionaban de manera activa y equitativa, sino como estando capturadas en una imagen de reflejo más o menos estática. Ahí donde uno era real, el otro sólo servía para devolver esa realidad. Sin embargo, la luna provee un cierto meta nivel cósmico para la tierra. Simplemente dice, “Aquí también brilla el sol, pero yo no lo recibo creativamente como lo hace la tierra. Luz y oscuridad tienen lugar aquí también.” La luna ha influido en la manera en que la tierra ha desarrollado vida y conciencia. Sus rayos provocan nuestra imaginación. Ella parece ser cierto aspecto autor-referencial de la tierra. Su toque suave mueve nuestra marea.

Durante siglos, para los seres humanos, la luna ocupó el lugar de la tierra como la ‘otra’ del sol, cuando en realidad la tierra era la otra que daba vida al sol. Aparentemente el reflejo de la luz del sol era el opuesto y complementario del dar activo del sol, mientras que en realidad era el uso creativo de dar vida. Entonces, también parece ser que el intercambio, basado en el reflejo de lo que se da, honraba con acierto al sol, lo realzaba.

Lo que fue dado fue devuelto en un equivalente. El reflejo convalidaba el intercambio como una forma de vida, y los patrones del ego masculado, el dominio y la competencia, parecían ser modos de representar los roles del sol activo y la luna pasiva. Entonces, el sol era visto como si tomara la iniciativa hacia la tierra, la que era vista como pasiva. La tierra no devuelve sólo un reflejo o una imagen del sol, sino muchas imágenes vivas de su relación con el sol, muchas imágenes del sol y de ella misma en su relación recíproca. También hay imágenes de la luna, reflejos del reflejo de la construcción misma de imágenes, la imaginación.

El hecho de que hay dos cuerpos celestes en el cielo nos sugiere la importancia de la relación de dos caras, aun cuando creíamos que la tierra era plana, porque veíamos a esos dos astros en el cielo y los veíamos en términos de nuestras relaciones de género, que ya eran imágenes de vida hechas en la tierra, de las relaciones entre la tierra y el sol. Pensamos que la relación entre el sol y la luna era igual que la relación entre el sol y la tierra, e identificamos a la luna con la mujer, como ‘menos luminosa,’ perdedoras en la competencia de ser más brillantes. Tal vez, cuando conocimos los tamaños relativos de la tierra, de la luna y del sol, comenzamos a pensar a la tierra y la luna como hijos e hijas, y al sol como el padre. Entonces la imagen de mujer-niña se superpuso a la de mujer de creatividad, ocultándola.

No sólo individuos entraron en este juego y actuaron estas relaciones, sino que diferentes clases y órdenes de imágenes vivientes de relaciones se tenían a sí mismas para relacionarse. Esto puede parecer complicado, pero es fácil de entender, si vemos al sol como el dador unilateral, a la luna como la que refleja y a la tierra tanto dadora como receptora, repitiendo (encarnando y no reflejando) la relación. (Un nivel meta completo no estaría sólo conformado por el simple reflejo del otro, sino también por el reflejo del dar y recibir del otro, incluyendo al self, y el reflejo de la relación de reflejo.)

Si somos la tierra, volviéndose consciente de sí misma, hemos tenido malos entendidos mayúsculos debido a nuestra incapacidad de vernos a nosotros mismos en nuestro contexto (y el de ella) verdadero respecto a la luna y el sol. Si los humanos son imágenes de nuestra cosmología inmediata, nos corresponde comprenderla y alinearnos con ella. Alinearnos con los malos entendidos nos hace sufrir y provoca la destrucción de nuestra Madre creativa.

Si el principio de la vida está en la creatividad de las necesidades para usar los regalos, no debemos dejar que las necesidades y los seres que las tienen mueran, porque estamos reflejando o tratando de actuar según la idea que tenemos del sol, cayendo en los patrones de la masculación creados por nuestra sociedad. Las necesidades forman una especie de fuerza gravitatoria hacia la que nuestros regalos deben fluir—como el agua, ese regalo fluido que fluye hacia el centro de gravedad, y la lluvia, que como luz del sol transformada fluye hacia las plantas sedientas. El viento circula desde áreas de alta presión hacia áreas de baja presión. Darles a las necesidades es la respuesta que está soplando en el viento.

Las malas interpretaciones acerca de nuestra sexualidad se extienden y encajan con las malas interpretaciones sobre la cosmología. Vemos nuestra tierra como algo carente, y no como la gran fuente creadora de recibir y dar que verdaderamente es. De hecho, por ignorar su creatividad, valoramos de más la ‘independencia’ del sol, que, como pudimos ver en las fotografías tomadas en la luna, ahí el sol no fue capaz de crear nada ‘independientemente.’ Más bien era el sol en relación con la tierra lo que era creativo, y la tierra con relación al sol. Debido a la preeminente presencia del sol, por su visibilidad, y la visibilidad de la luna, la tierra era vista como ‘menos que’—porque no daba luz (pero sí daba fuego, que como las palabras, puede ser regalado al tiempo que se le conserva). Todo esto encajaba con (y resonaba con) el patrón sexual y social de los hombres, como los ‘unos’ activos y las mujeres, como las ‘muchas’ pasivas.

Quizá la tierra misma se haya sentido incapaz, comparada con el sol o con la luna, y aislada y sola, tan lejos del sol y de los otros planetas. En tanto hijos e hijas de ella, los seres humanos han aportado a ese sentimiento. No sólo la hemos ignorado y malinterpretado sino que la hemos desvalorizado, incluyéndonos nosotros; con la misma mentalidad que nos ha llevado al espacio y que finalmente nos permitió verla desde más allá, hemos convertido en basura y degradado muchas de sus creaciones más delicadas y maravillosas.

Nos consideramos hijos e hijas del universo, y añoramos ver vida en los planetas de Aldebaran, si es que los hay. Estamos dispuestos a gastar trillones en programas espaciales pensando en ese objetivo. No obstante, no hacemos nada por la asombrosa variedad de escarabajos de las selvas de la tierra. Nos interesan tan poco que dejamos que se extingan. Tenemos que aprender a darle valor a la Madre creadora—tanto a nuestras madres humanas como a la Madre Tierra. No tenemos que ver a las necesidades como carencias, sino re-valorar la vagina simbólica como el gran lugar oculto de la creación, en la que la vida crece y continúa. Y debemos ver esa creatividad de un solo tiro que el falo simbólico representa, basada en la negación del valor y de la labor femenina permanente. Todos deben convertirse en seres que se nutren unos a otros y que nutren la Madre Tierra. Debemos restaurar las necesidades a su sitio de honor y satisfacerlas.

Como conciencia de la tierra, debemos convertirnos en su auto-estima, dejando que nuestro amor fluya, como fluye el agua hacia los centros de gravedad. Ella está sufriendo como sufren muchas de sus criaturas, mucha de su gente. Debemos actuar por ella. Qué poco compasivos somos cuando anhelamos el espacio sideral, mientras que no nos importa este milagro en el que vivimos. Es nuestro pensamiento establecido por el patriarcado, nuestra alineación equivocada en la relación sol-tierra, lo que nos fastidia en el presente y no nos permite ver el Jardín del Edén. Nos lleva a ser tóxicos para los demás y a destruir la tierra. En todos lados a la gente pobre se la obliga a actuar el rol de la madre negada y exhausta, explotada, devastada, y odiada. Son las imágenes similares a sí misma de la Madre Tierra, que están siendo destruidas por un patriarcado cuyo hijo, sano y vivaz viaja en su nave espacial fálica a ‘fertilizar’ otros planetas.

Debemos darnos cuenta de la gravedad de esta situación, y dirigir nuestro amor y nuestro dinero hacia necesidades. De esta manera, podemos cumplir el mandamiento de la Madre Tierra, “Nútranse los unos a los otros,” imitando su relación cósmica, clara y creativa. Podemos liberarnos y liberar a la tierra del falso encantamiento del reflejo, y del engrandecimiento de la muestra.

La multiplicidad de la vida que la tierra ha creado rivaliza con la multiplicidad de la galaxia. Debemos comenzar a valorar las relaciones ‘muchos a muchos,’ que los egos orientados al otro pueden promover. Primero tenemos que dirigir nuestra atención hacia la tierra en la que vivimos, honrar y bendecir a nuestra Madre, satisfacer sus necesidades, y las necesidades de nuestros semejantes que están en casa.

Tal vez sea verdad que somos capaces de decir en un nivel lo que hemos aprendido y sentido en otro nivel. Muy a menudo he tenido que estar lejos de aquellos a quienes amo, y ahora por muchos años he amado a una mujer unilateralmente. Sin recibir respuesta a mi comunicación, me volví más creativa, al tiempo que daba para los proyectos dedicados al cambio social. Yo sé como se deben sentir el sol y la tierra. Estoy alineada con una parte de la imagen, luego con la otra. Desde luego, cuando el amor de los seres humanos es respondido, podemos turnarnos en ser el sol y la tierra para el otro.

De acuerdo a esto, me permito sugerir que conforme nos liberemos de la masculación, regresemos a las raíces de nuestra cosmología. Tal vez, nuestro término ‘hum,’ que uniría en la infancia a hombres y mujeres con sus cuidadores, sus nutridores, y entre sí, podría sustituirse a medida que crecen, no por ‘hombre’ y ‘mujer’ sino por ‘sol’ y ‘tierra.’ Esto sólo podría ser algo sanador cuando la tierra sea restituida a su legítimo lugar como fuente creadora de seres humanos femeninos y masculinos, y el sol como dador unilateral de energía. Tal vez, podríamos tomar la sugerencia de los que nos ven como andróginos, conteniendo lo masculino y lo femenino, lo activo y lo pasivo, y llamarnos ‘tierras’ en los momentos en que recibimos creativamente, y ‘soles’ cuando damos unilateralmente (en ambos casos, ya nos habríamos desprendido conscientemente de la estructura uno-muchos del concepto, y de las distorsiones provocadas por la definición de género).

Deberíamos tratar de co-municarnos con la tierra, no con las estrellas. Si Gaia está viva, de seguro tiene un lenguaje. Es la diosa que nos habla a través de la sincronía, y de lo nutricio y también de otras formas. ¿Cómo le podemos hablar? Ella es de un otro orden de existencia. Somos como células de un cuerpo tratando de comunicarnos con el cuerpo entero. ¿Qué regalos podemos dar? Primero, creo que podemos darle el regalo de la paz entre nosotros, sanando nuestras sociedades. Esto nos ayudará a darle el regalo de nuestro respeto por su belleza y creatividad, terminar con la contaminación, reparando la devastación que hemos causado. Con nuestros regalos, encontraremos nuestra lengua Materna común.

Como toda nuestra atención ha estado enfocada en el ‘uno,’ los muchos han estado en la oscuridad, desconocidos e ignorados, como las estrellas en otras galaxias, donde aparentemente estarían nuestras respuestas. Las estrellas son tantas, que son como las neuronas de nuestro cerebro. ¿Son ellas imágenes de las estrellas? ¿Son las estrellas las neuronas de la tierra, excepto que están afuera—como nosotros, pero al revés? La tierra sería un cuerpo minúsculo dentro de un cerebro inmenso de estrellas.

Esta mañana vi las estrellas cuando desperté. ¡Parecían ser tantas! Éste es el problema, ‘uno-muchos.’ La tierra se está encontrando a sí misma dentro de una inmensa colección de otros, antes de saber qué es—o qué son el sol o la luna. Igual nos pasa a nosotros con los 5.5 billones de seres humanos que viven en la tierra. Los humanos podemos formar grupos para relacionarnos con grupos más grandes, pero, ¿puede la tierra formar un grupo con otros planetas? Los que están vivos, ¿no estarán muy lejos? ¿Es ella la única hija viviente del Sol? ¿Están los otros planetas vivos, aunque no tengan vida en ellos? ¿Estará la tierra tratando de llegar a ellos a través de nuestros viajes espaciales? En esto tenemos que lograr una co-munidad con ella. Tenemos que confortarla, pues se encuentra sola.



James Lovelock, The Age of Gaia: A Biography of Living on Earth, Norton, Nueva York, 1988.