Pienso que la frase ‘conocimiento carnal’ está bien dicha. Gran parte de nuestra experiencia interpersonal de amor y de sexo implica conocer y percibir física y espiritualmente a la otra persona, de acuerdo a la ‘fibra’ de dar y recibir. Este conocimiento requiere o invita a la orientación-al-otro, que en parte es la base de la experiencia de ‘perderse,’ tan conocida en la literatura amorosa. En una sociedad hecha a imagen del paradigma del intercambio, muchos hemos aprendido a no estar orientados al otro, por lo que la experiencia del amor puede ser abrumadora, una excursión hacia la economía del regalo, una concentración en el otro, una oportunidad de volver a percibir el mundo, de re-crear una sociedad humana de dos.
Nos vinculamos, formando nuestras relaciones unos con otros, con respecto a nuestras nuevas percepciones del regalo. Igual que Adán al nombrar las criaturas del Edén, y hablando acerca de ellas con Eva, nos volvemos conscientes de las particularidades y universalidades de cada uno, y tomamos conciencia de la conciencia que cada uno tiene del otro. El amor altera nuestras actitudes individuales con respecto a la orientación-al-otro, por lo menos por algún tiempo. Empezamos a necesitarnos y a querer darnos unos a otros. Empezamos a necesitar que el otro nos necesite, y nuestra entrega se liga al deseo del otro. Quizá sea este aspecto de orientación-al-otro del amor que en nuestra sociedad nos hace cantarle, hablar sobre él y añorarlo tanto. Dicen los predicadores y los pacifistas que “el amor es el camino.” Los únicos que no lo dicen son los economistas (y los terapeutas preocupados por la co-dependencia).
Hay una parte de nuestras mentes, de verdad, que nos está diciendo qué debemos hacer, empleando esas relaciones para decirlo. Me imagino que debe ser muy difícil que esa parte se extienda a toda la mente, porque no sabe que, en realidad, su contexto era uno económico. Nos dice, “Den, cambien el ego, cuiden a la otra persona con abundancia.” Freud y algunas psicólogas (y escritoras como Nancy Friday) plantean que en los hombres con los que nos casamos buscamos relacionarnos con nuestras madres. Han dado en el clavo de un resquicio de la economía del regalo, que generalmente es cortado de raíz.
De hecho, la relación amorosa al causar la ‘orientación al otro’ puede hacer que un hombre se comporte de una manera más cuidadora, como nunca lo ha hecho antes. Puede hacer que deje de lado su ego y se comporte como lo haría una madre con su bebé (¡te amo, Nena!), especialmente si la madre también estaba acostumbrada a vivir en la economía del intercambio y él tomó sus valores y su estructura del ego. La sensación de felicidad que trae el darse cuidados nutricios recíprocos (esperar el turno—no intercambiar—porque estamos orientados al otro) es la experiencia de la economía del regalo entre adultos. Se destaca por el hecho de que forman una sociedad de dos, ya que ese tipo de cuidado no es la vía escogida por la economía del mundo en que habitan.
Por cierto, su relación puede verse como un cúmulo de bendiciones, y lo es, en un mundo que se ha vuelto loco. La sociedad de dos pronto se ve alterada en su naturaleza y en su posibilidad de sobrevivir debido a la alienación que la rodea, como ocurre con otras instancias de la economía del regalo. Igual que una flor tropical creciendo en un clima frío necesita de circunstancias especiales, dedicación, atención y protección—que hacen que la sensación de calidez y de abundancia se pierda, de manera tal que la delicada planta empieza a sentir (acertadamente) que está en el clima equivocado. Pero, una vez más, esto no es ‘culpa’ del amor, sino de la escasez de amor y de bienes, generada por la masculación y por el intercambio en el mundo en general. Cuanto más crueles se tornan los sucesos en el mundo, más hostil se vuelve el medio ambiente para una relación de cuidados nutricios entre dos adultos.
Para poder sobrevivir en una situación de escasez, los amantes se adaptan. Dividen las tareas heterosexualmente de manera típica; él se mete de lleno en el paradigma del intercambio mientras que ella se queda brindando cuidados nutricios, aun cuando trabaje en la economía de intercambio. Por consiguiente, sus egos se modifican. Las mujeres damos nuestro regalo más preciado; damos a luz a nuestros hijos e hijas, y luego, practicamos el paradigma del regalo con ellos, puesto que lo imponen. Estamos obligadas por su dependencia ‘real’ a adaptarnos al modo de orientación al otro. Los hombres entran dentro de la jerarquía de competencia por los bienes escasos pero generalmente no tienen la suerte oportuna psico-económica de tener que cuidar nutriciamente a los niños. La participación en la economía de intercambio se convierte en el único medio para la supervivencia y por eso las mujeres comienzan a reforzar psicológicamente en sus parejas (y a veces en ellas mismas) esas características que les ayudan a tener éxito en el sistema. Posponen su amor, dejan de cuidarse nutriciamente hasta encontrar un momento más conveniente. Por fin, pueden llegar a creer que amar era infantil, una ilusión. Les hizo recordar, y con razón, su niñez, porque la relación entre la madre y el niño o la niña es la única gran experiencia de economía del regalo que casi todos conocemos.
Muchas mujeres, con el sistema de carga doble, a menudo tienen dos roles. Por el mismo trabajo se les paga menos que a los hombres—no sólo para demostrar su inferioridad y la inferioridad del paradigma del regalar, sino para que sigan necesitando del dinero que les proveen los hombres como resultado de su actividad en la economía del intercambio. Este aporte parece transformarse en una especie de pago por los servicios. En otras palabras, los cuidados nutricios gratuitos de una mujer tanto hacia su pareja como a sus hijos, son ‘compensados’ con el dinero que el marido le da. Así los cuidados gratuitos son encerrados dentro del paradigma del intercambio, atrapados por éste, casi vueltos a enmarcar como intercambio. No obstante, generalmente el dinero que la mujer recibe apenas le alcanza para comprar los bienes necesarios para cuidar nutriciamente a su familia. En una situación de escasez, los trabajos gratuitos de la mujer, parecen (y a veces lo son) una especie de esclavitud. Lo opuesto a la esclavitud parecería ser trabajar por un salario, cuando en realidad la liberación sería poder dar gratuita y libremente en una situación de abundancia.
Dar en la abundancia es una opción de la que sólo disfruta la gente rica—el marido trabaja en la economía del intercambio para hacer bastante dinero, y la esposa (quien no trabaja en esa economía) tiene tiempo suficiente para realizar cuidados nutricios a gran escala, ya sea haciendo voluntariado o participando en obras de caridad, algo que también su esposo puede hacer. Desdichadamente, esta clase de caridad mantiene el statu quo aliviando un poco los problemas, mientras que las causas siguen inalterables. El voluntariado, que depende del capitalismo patriarcal, hace que la modalidad del intercambio parezca ser necesaria para el mantenimiento de la actividad de dar regalos.
La caridad convalida la modalidad del intercambio cuando lo considera un prerrequisito. Aun los ejemplos más exitosos de marketing relacionados a una causa tienen este defecto. Ciertamente debemos cambiar todo el contexto virando hacia el paradigma del regalo para todos, y para eso necesitamos usar nuestros regalos.
Mientras que psicológicamente es beneficioso para nosotros cuidar nutriciamente a otros en una situación de abundancia, en la actualidad, dada la escasez generalizada, regalar puede ser visto como algo inusual, hasta como propio de la virtud de un santo. Esto se presta a que se vanaglorien los egos de los que dan, así como a una falta de respeto hacia los que reciben la caridad. Si consideramos el paradigma del intercambio y su lógica como la raíz de los problemas, se despersonalizan las acciones de los que dan y de los que reciben. La satisfacción de necesidades no debiera volver a poner en escena, para mejor o para peor, el tener o no tener. Más bien es parte de una forma más humana y realizable, que hace bien a la personalidad y al bienestar material del que da y del que recibe, liberados de la humillación y de la egomanía de los defensores del paradigma del intercambio. Es lo que lógica y co-munitariamente debe hacerse.
En nuestra sociedad, el tipo de trabajos a los que se puede acceder no favorece el desarrollo de la modalidad y de la mentalidad del dar en forma gratuita. La sociedad en su totalidad convalida la producción de bienes y servicios para el intercambio, y la valoración de los seres humanos de acuerdo a su estándar monetario. Dentro de nuestras relaciones personales, en nuestra experiencia directa, podemos experimentar con las corrientes sociales que fluyen a través nuestro. Podemos ‘dar’ mucho de nosotros, unos a otros, porque no lo hacemos socialmente en el plano material. Aquellos que tienen alguna riqueza material deben sentir, aunque sea en forma inconsciente, el tironeo de las necesidades de los otros. Desde la pantalla del televisor nos mira gente que se están muriendo de hambre. Observamos a los sin techo, a los borrachos, a los que tienen frío, durmiendo en los portales de los edificios.
Hay un dicho acerca de dar que, aunque verdad, es cínico, y dice, “Si doy todo lo que tengo a otra persona, él o ella van a ser tan ego orientados como lo soy yo.” Si el paradigma del intercambio sigue siendo convalidado, los que ‘tienen’ continuarán explotando a los que ‘no tienen.’ Si una persona un poquito orientada hacia el otro, le da su dinero al otro, esa persona se puede hacer más ego orientada. El secreto está en dar para convalidar el paradigma del regalo. Cualquier comportamiento que satisfaga necesidades de otro, si se da con la conciencia de que es parte del paradigma del regalo, sirve para convalidar este paradigma.
Pienso que quizás estemos tratando de ejercitar en nuestras relaciones amorosas el regalar co-municativo, hasta en la promiscuidad. Nos entregamos sexualmente a aquellos que parecen necesitarnos, porque nuestro subconsciente nos empuja a dar, mientras que, al mismo tiempo, vivimos en la escasez material, o nos han convencido de que dar materialmente no es algo viable. El entregarnos sexualmente nos permite sentir la emoción de dar y de recibir ‘en nuestra propia piel.’ La sexualidad nos permite hacer algo por otra persona, nos permite satisfacer una necesidad, sin tener que transferir bienes entre nosotros. Puede ser penoso dar y recibir bienes materiales, mientras que dar y recibir sexualmente es valorado como un deseo ‘normal.’ La promiscuidad sexual nos permite estar en la orientación al otro con muchas personas, a las que les damos en ese plano, mientras que en el plano de las necesidades materiales, la sociedad no nos permite darles.
Vivimos los problemas de nuestra sociedad a través de nuestras relaciones interpersonales. Por ejemplo, las mujeres les dan de más a sus hijos o continúan dándoles a los maridos abusivos. Pienso que nos damos cuenta inconscientemente de que regalar es el camino. Lo que no vemos es que a menudo damos en los lugares y en niveles equivocados, y que no lo podemos hacer eficazmente hasta que esté convalidado socialmente como la Manera de actuar, en vez de intercambiar. De hecho, creo que hay una confusión entre dar materialmente y amar—lo que nos hace pensar que amamos a alguien toda vez que estamos actuando de una manera orientado al otro con ellos. Toda necesidad que satisfacemos parece ser un regalo, aunque se trate de la necesidad de herirnos de un golpeador.
Tal vez, la razón de esto sea la confusión entre la orientación al otro que se da en el amor y en el sexo, y la orientación material hacia el otro, que estaría presente en la práctica correcta del paradigma del regalo. Aún hoy podríamos comenzar a practicarlo, regalando nuestro tiempo, nuestra energía y nuestro dinero, para cambiar las estructuras de la opresión. Si cambiáramos el paradigma por el paradigma del regalo, toda la sociedad estaría orientada al otro, y las necesidades serían satisfechas por otros, por lo que, constantemente, podríamos oír el llamado de las necesidades de otros.
Pero en ese caso, muchas personas estarían satisfaciendo las necesidades de muchos, por lo que la relación con la pareja sería muy diferente de lo que es ahora. Si somos capaces de practicar la orientación al otro, fuera del círculo de nuestra familia inmediata, y por el bien de todos, nos permitiría también poner en práctica una mejor orientación psicológica hacia los que queremos. Recibir de otros en general y también darles permitiría más lazos sociales, y no dependeríamos del sexo para ‘co-municarnos’ significativamente. Hablar de la búsqueda de una vida ‘con sentido’ es acertado ya que puede considerarse como una vida que atribuye valor dando y recibiendo y por lo tanto se le otorga valor a ella también.
Tal como están las cosas, en nuestras relaciones dependemos mucho unos de otros, porque es el único espacio en el que la mayoría de nosotros podemos dar y recibir practicando el paradigma del regalo, aunque sea de forma imperfecta. Es, por lo tanto, el más ‘humano’ de nuestros comportamientos y nos aferramos mucho a él. La posibilidad del abandono parece ser una amenaza a nuestra humanidad. El dar y el recibir que hacemos sexualmente, en el que surgen en nuestros cuerpos diferentes necesidades mientras procedemos y mientras nos satisfacemos unos a otros, crea un terreno común para la comunidad de dos al que es difícil renunciar.
Nuestro self crece, gracias a esta comunidad, tanto como crece en nuestra familia de origen en la que nos diferenciamos en tanto individuos sobre la base de un terreno común con otros. El ego masculado o el ego basado en el intercambio es más propensos a abandonar, rivalizar, negar comunicación e intimidad y a usar a la otra persona para que le refuerce nutriciamente el sentirse importante. Desdichadamente, la socialización de los hombres, alejada de los cuidados nutricios, permite este tipo de destructividad de la comunidad sexual. La seducción y el abandono (“ámalas y déjalas”) es la enfermedad del macho, aun cuando a veces son las mujeres las que abandonan. El deseo de dominar, que funciona bien en la economía competitiva del intercambio, puede darse a la fuerza en las relaciones personales, con el abandono y la crueldad mental, tales como el menosprecio y la no participación.
Los paradigmas del regalo y del intercambio funcionan como si fueran dos medios ambientes de la naturaleza que co-existen uno al lado del otro y lo que es conducta adaptativa en uno es destructivo en el otro. Es más aun, el medio ambiente para la ‘supervivencia del más apto’ es visto como el sostén del medio ambiente de la familia nutricia. Las familias de los más aptos son las que sobreviven en una economía de intercambio. Lo cual es una ilusión porque la existencia del medio ambiente competitivo es lo que amenaza al modo nutricio y que lo recarga hasta agotarlo. En realidad, son los cuidados nutricios los que mantienen el medio ambiente competitivo y no al revés. No puede ser abolido sin destruir también el medio ambiente competitivo, ya que el intercambio necesita de los regalos gratuitos para seguir existiendo.
Los competidores mismos son cuidados por los que nutren, y muchas de sus ventajas competitivas proviene de la clase de cuidados nutricios que recibieron. Gran parte de sus premios y de sus recompensas también les vienen de los cuidadores, incluso los mismos cuidadores. A las mujeres hermosas, sexy o ‘buenas esposas,’ a menudo se las ve como premios de hombres exitosos. En un nivel individual, nada de esto parece estar conectado con el resto, y las interacciones parecen deberse a las diferencias personales, las preferencias y las características. Pero desde un punto de vista más amplio podemos ver que las dos clases de comportamientos están ligadas, unidas por las cadenas de su complementariedad. Al grupo competitivo le resulta ventajoso que la relación no sea vista desde una perspectiva que permitiría al grupo nutricio tomar conciencia y liberarse. Efectivamente igual que muchos parásitos, los grupos competitivos se mimetizan externamente y se hacen pasar por dadores de cuidados nutricios.
Los dos paradigmas se diferencian uno de otro porque la capacidad de definir y todas sus transposiciones en las actividades de medir y atribuir valor, mediando la propiedad privada al sustituir una cosa por otra, y estableciendo equivalencias entre diferentes clases de cosas que serán intercambiadas, son vistas post hoc como de la incumbencia de la masculación.
Se dice que las mujeres están ‘sumergidas en la experiencia’—y de hecho, puede verse a la experiencia como sucediendo de acuerdo al principio de dar y en la modalidad de dar regalos. En un sentido todas nuestras percepciones y nuestras experiencias nos llegan gratis. Aunque debamos esforzarnos para tener un tipo de percepción en vez de otra (salir para ver el sol brillar), si nuestros sentidos están funcionando correctamente, siempre hay algo presente a ser percibido. La estructura de nuestra cosmovisión y nuestras necesidades determinarán cuáles percepciones seleccionamos para usar; sobre qué cosas ‘dadas’ enfocamos nuestra atención. Gran parte de la cosmovisión depende de las experiencias pasadas, y de la práctica de un paradigma u otro, como también en los ‘acentos de valor’ transmitidos a través del lenguaje y la cultura.
Los hombres relegan a las mujeres hacia el lado de la vida que tiene que ver con la percepción y con la materialidad. Los hombres hablan de nosotras entre ellos. Nos comparten a través de ese terreno común que es el lenguaje, mientras nosotras, estereotipadamente, estamos sumergidas en los ‘sentimientos.’ Antes hablé sobre las mujeres ocupando la ‘sombra,’ el lado de la mater(ia), y de los muchos. A esto podemos recurrir. Es el borde de la economía del regalo, como el lenguaje es el borde de la economía del intercambio.
Pero se enfoca la atención en el lenguaje mientras que el lado de la mater(ia), y de los muchos se pierde en la bruma. Debajo de la superficie del lenguaje, y de las cosas ‘dadas’ de la percepción yace la mano de obra gratis de siglos. Esa mano de obra gratuita está formada por el mantenimiento de cosas gratuito que las mujeres han hecho, y también en el trabajo no remunerado de los cuidados brindados a otros en la sociedad en general. Los regalos gratuitos recibidos en el pasado determinan qué cosas específicas percibimos—es decir, qué partes de la cultura material han persistido a través del tiempo, conformando nuestro mundo. También podemos considerarnos regalos dados por otros, y considerar a nuestros niños como nuestros regalos. Nuestros egos que tienden hacia los otros son menos auto-semejantes que los egos masculados, son más ‘transparentes,’ pudiendo, sin el filtro del ego, abrazar directamente al otro. Nosotros somos los niños y niñas que recordamos a nuestras madres (y las madres que son recordadas por nuestros niños y niñas).
Nuestros lados ‘masculino y femenino,’ por lo menos con la especificidad con que aparecen en la sociedad occidental, son, en realidad, una transposición del ego masculado del intercambio, y el self que tiende hacia el otro. Son productos y procesos de la economía del intercambio y de la economía del regalo. Dado que las dos modalidades co-existen una al lado de la otra en la sociedad, las estructuras del ego que promueven pueden ser internalizadas conjuntamente. Esto crea un tercer tipo de estructura de personalidad, que podría verse como una estructura transicional entre una clase de economía y la otra. Este tipo puede tener las ventajas de ambas, pero está atrapada por múltiples paradojas. El ‘dador de regalos interno’ hace vínculos atendiendo las necesidades y cuando éstas no pueden ser satisfechas se despiertan emociones intensas. Por el contrario, el ego masculado busca independizarse y dominar. No hay un encaje perfecto ni interno ni externo.
El ego masculado y los contenidos de su pensamiento pueden estar orientados a lograr ganancia para sí o para su familia, como una extensión de sí mismo. Considera su experiencia como ‘objetiva,’ sin el carácter de regalo, pero también sin el deber de mantener lo que lo rodea. Es menos consciente de las necesidades del entorno, desde una cama sin hacer, a un niño con hambre, o un depósito de desechos tóxicos. Gran parte de su tiempo está dedicado a ocuparse del lenguaje, la burocracia, de los medios sociales o materiales para hacer que otros hagan algo, o a dar para recibir. Desconoce esas misma cosas en sí mismo. De manera que al estilo estereotipado del profesor distraído, sus propias necesidades tienen que ser satisfechas por otros. Sin un cuidador externo, finalmente, el costado ‘dador de regalos’ de esta personalidad tendrá que dar un giro y cuidar su propio ego masculado. Así, las restantes partes ‘orientadas al otro’ se vuelcan al ‘otro interno’ y la persona se vuelve aun más egocéntrica.
Para aquellos que han sido socializados dentro del paradigma del regalar, el self se desarrolla, de por sí, orientado al otro, de manera que el aspecto cuidador está incluido como parte del ego que se desarrolla a través de la participación en la economía de intercambio. Tal vez esto explica la popularidad que tiene entre las mujeres la terapia ‘primero yo.’ Desde los grupos de co-dependencia hasta el entrenamiento de la afirmación basada en el intercambio, nos están enseñando a ponernos en primer lugar. Afortunadamente, puesto que hemos sido criadas para cuidar de los otros, el modo del regalo permanece como parte del ser que hacemos valer. Aunque pueda parecer funcional al statu quo deshacerse del modo de regalar, de sus ideas y de sus ideales, la economía del intercambio se destruiría a sí misma si lo hiciera.
Hay, por supuesto, casos patológicos de orientación al otro, pero es mucho más probable que la orientación al ego sea patológica. Socialmente, sus efectos son perniciosos para todas las criaturas del planeta, mientras se lo mantiene como modelo de salud. Ninguna de nosotras tiene la menor idea de que estamos haciendo todo esto, porque no reconocemos el regalar como paradigma al mismo nivel del paradigma del intercambio. De hecho, deberíamos hacer valer la comparabilidad de los paradigmas y no la igualdad de los sexos.
La igualdad que deriva de la masculación y del intercambio, es igualdad preparatoria para la cuantificación, o igualdad cuantitativa. La orientación a la necesidad enfatiza la variedad cualitativa. Paradójicamente, la economía del regalo pone más en evidencia las diferencias individuales, porque no las mide de acuerdo a un criterio único de valor cuantitativo. Si nos centramos en la economía del regalo como paradigma, en vez de menospreciarlo, y particularizando sus manifestaciones, podemos usarlo también, para echar luz sobre lo que el paradigma del intercambio está haciendo. Podríamos leer afirmaciones como, “Las mujeres son tan buenas como los hombres,” como meta afirmaciones diciendo, “El paradigma del regalo es tan bueno como (o mejor que) el paradigma del intercambio.”
Entre las características del paradigma del intercambio está la capacidad de formular juicios, ubicando algo en una categoría o en otra. Igual que en las costumbres matrimoniales en las que la mujer toma el apellido de su marido cuando se casa, las acciones y deseos de las mujeres son juzgados por el ego masculado como buenos o malos, apropiados o inapropiados, etc. Las mujeres aceptamos estos juicios por nuestra orientación al otro (positiva). No nos resulta fácil emitir juicios sobre nuestras cualidades, aunque un ego internalizado pudiera hacerlo por nosotras. “¿Soy inteligente? ¿Soy hermosa? ¿Soy buena?” Podemos estar eternamente preocupadas con estas evaluaciones, volviéndonos orientadas al ego, aun al definir nuestra orientación al otro. Nuestra capacidad de vernos a través de los ojos del otro nos permite buscar su definición de nosotras mismas y luego juzgarnos como él lo haría.
Cuando actuamos la definición, en tanto definiens, servimos el definiendum que los hombres tienen de nosotras, tratando de merecer su palabra positiva. Confundimos nuestra desvalorización con ‘humildad’ y permitimos que los estereotipos nos guíen como profecías que se autocumplen. Absorbemos internamente la división entre las palabras y las cosas, y entre la mente y el cuerpo—a pesar de que como participantes de la economía del intercambio ahora podemos estar viviendo la división de manera distinta. Las mujeres renunciaban al trabajo lingüístico abstracto, tal como las matemáticas y las finanzas, porque consideraban que no era femenino. Aun ahora nos esforzarnos por merecer nuestro propio juicio positivo sobre nosotras mismas, midiendo lo que valemos según un criterio creado por los hombres para las mujeres, por los egos masculados para las que regalan.
Uno de los principios del regalar es que no debe hacerse para recibir una recompensa. Por lo tanto, si procuramos ser juzgados por otros o aun por nosotras mismas como ‘buenas’ o ‘lindas,’ estaremos bordeando el área del intercambio. Sin embargo, otros podrían juzgarnos libremente de manera positiva, y esto podría aparecer como un regalo por el cual debemos estar agradecidas. Muchas veces recibimos el juicio de ‘buena’ o de ‘linda’ a pesar de que no lo hemos buscado. Anhelamos estos juicios ‘gratis’ de los otros, debido a nuestra dificultad para mantenernos en la lógica del regalo internamente. El intento de vivir según nuestros propios criterios pone en marcha una dinámica auto-manipuladora.
Tal vez, esa auto-crítica a la que muchas de nosotras nos entregamos, nos permite conducirnos a través de nuestro propio juicio, mientras permanecemos en el paradigma del regalo. Si nos castigamos por lo que hacemos ‘mal,’ no parecerá que actuamos buscando una recompensa, como si nos juzgáramos como ‘buenas.’ Mucha gente buena parece rechazar la exaltación de su propio ego. Quizá nos parezca que al evitar el comportamiento masculado, podemos permanecer en el paradigma del regalo. En realidad, pertenecer a uno u otro paradigma está probablemente determinado, no por el auto-dominio ni por la manipulación, sino por múltiples repeticiones de acciones, motivadas en una u otra dirección, en diferentes momentos y situaciones, y en diferentes niveles. Los contextos externos e internos, determinan el éxito y la convalidación práctica de estas acciones.
Las mujeres podemos tratar de exaltar en nosotras mismas las características que los hombres valorarían en nosotras, realzando nuestros ‘atractivos,’ para que ellos nos presten atención, para que usen nuestros regalos y para que nos regalen su juicio positivo. De hecho, antes nos acechaba el fantasma de la ‘solterona’ como el de alguien cuyos regalos quedaban sin ser usados porque tal vez ella no era suficientemente buena. Nadie la necesitaba. De hecho, necesitamos de la necesidad del otro para poder practicar la economía del regalo con ellos, ya sea nutriéndolos con toda clase de bienes o ‘entregándonos nosotras’ a ellos. Tener la necesidad de la necesidad del otro ha sido desacreditado por nuestra cultura, pero es parte del dilema creado por la co-existencia del regalo y del intercambio.
Por ejemplo, las madres ‘sofocantes’ (en inglés smothering) retienen a sus hijos demasiado tiempo. Necesitan ser necesitadas, porque su dar ha quedado cautivo dentro de la familia. Son incapaces de encontrar, fuera de la familia, esas necesidades que ellas podrían colmar, o de orientarse a ‘otros en general’ trabajando por un cambio social. Paradójicamente, en una situación de escasez, hay también escasez de necesidades a las que las dadoras de regalos puedan tener un acceso que posea ‘sentido’ y aprobación social. Si se considerara a la economía del regalo como la norma, todos serían necesitados por todos.
En una economía del regalo probablemente se formarían algunos tipos de especializaciones y de interacciones habituales sobre la base de un reconocimiento general de los valores del paradigma del regalo, y de las estructuras de personalidad conectadas con ella. No se le negaría a la gente con la capacidad y la energía de nutrir y cuidar el acceso a las personas con necesidades, ni se detendría el flujo de bienes. Dar y recibir no serían etiquetados como ‘despreciables,’ sino que se convertirían en un comportamiento normal. La tierra nos atrae hacia ella, el agua corre cuesta abajo, el viento sopla según la presión atmosférica. En los asuntos humanos también hay una fuerza de gravedad y una presión diferencial, que deben ser respetados. El intercambio funciona como un sistema de esclusas en el río, un sistema que hace que el agua fluya cuesta arriba, lejos de aquellos que tienen las necesidades hacia los que tienen más que suficiente. Nuestro altruismo es manipulado y vuelto en contra nuestro. Necesitamos, desesperadamente, convalidar el flujo original.
También hay fuerza de gravedad en las relaciones personales, y el flujo también puede ser alterado ahí. Empezamos a contar con los cuidados que otra persona nos brinda, creyendo que los ‘merecemos,’ considerándolos como pago por alguna de nuestras buenas acciones. Después damos por válido este razonamiento, e insistimos en seguir siendo cuidados de la misma manera a la que estamos acostumbrados. Cuando la otra persona no lo hace por nosotros, lo hacemos nosotros mismos, procurando o tomando lo que necesitamos o lo que creemos que necesitamos. No respetamos más los deseos del otro. Hacer esto es muy fácil en la economía de intercambio en la que vivimos ahora, pues es visto como una actitud ‘normal.’ Si estuviésemos viviendo en una economía del regalo, permaneceríamos en una actitud de orientación al otro, viendo las necesidades del otro y satisfaciéndolas. Confiados en que, llegado el momento, ellos harían lo mismo por nosotros. No se necesitaría la estructura del ego masculado.
Pienso que, en la práctica, esta bien fundada confianza permitiría más transparencia en nuestra experiencia. Habría mucho menos miedo, menos intolerancia y menos odio, porque la persona no tendría que estar constantemente a la defensiva, protegiéndose ‘para poder sobrevivir,’ de los que se apropian violentamente, y de la indiferencia, de la manipulación, y de la auto-crítica por hacer estas mismas cosas a otros. En otras palabras, no habría más estructuras artificiales bloqueando el flujo de la compasión. Estas estructuras también causan el miedo, la auto-compasión (la orientación al ego de la compasión) y la angustia, que bloquean la claridad de nuestro self y de nuestras interacciones. Vuelvo a repetir que no veo esto como una ‘falla’ de la persona que se orienta al ego, ya que el sistema del patriarcado en su totalidad lo/la empuja en esa dirección. Lo que es más, los términos de culpa y reintegro son en realidad valores basados en el intercambio, y por lo tanto convalidan el paradigma del intercambio, aunque se los aplique a uno de sus defectos.
Las estructuras sociales auto-semejantes más amplias, que convalidan la lógica del ego masculado, deben ser reconocidas como poco prácticas, obsoletas y dañinas. La masculación y su proyección al exterior, debe ser vista en realidad como alterable y perniciosa para la sociedad en general, y para el individuo también. Cuando practicamos el atender al otro, a una persona que posee o que es poseída por un ego masculado, vemos que él o ella deben desmantelarlo y cambiarlo. Él o ella serían más felices y eficientes sin el ego masculado, orientándose al otro. Es posible crear un ambiente en el que la orientación al otro sea convalidada e internalizada como tal, sin dirigirlo en primera instancia al ‘otro interno’ o al dominador interno o externo. Esto puede lograrse si no masculamos a nuestros hombres, y si cambiamos del paradigma del intercambio al de dar, convalidando así los valores que la mayoría de las mujeres (y muchos hombres) ya tienen.
La monetarización de la mano de obra no sólo encarna algunos de los procesos de la definición, como lo son la sustitución y la equivalencia, sino que también funciona como el juicio sobre el valor social otorgado a una persona. Supuestamente, el dinero y el mercado libre nos miden según un criterio objetivo e igual para todos, lo que lo hace más difícil de tratar, especialmente si somos juzgadas negativamente por él, o si somos excluidos del todo de la economía monetarizada. Empezando por los salarios de las mujeres que son más bajos que los salarios de los hombres, y que nos definen como ‘inferiores’ a los hombres. La muestra económica de juzgar según el salario se redobla luego en otro tipo de juicios, reforzando su poder sobre nosotras. Nosotros nos medimos y nos motivamos por el criterio monetario, e influimos sobre nuestros juicios acerca de nosotras mismas y de otras, como siendo buenas, inteligentes, eficientes, etc.
Estos juicios parecen provenir de algún criterio de evaluación externo en el que el valor de algo es evaluado ‘objetivamente,’ y que encaja bien con la evaluación cuantitativa del ego masculado. Somos una sociedad obsesionada con las evaluaciones, desde las notas en la escuela hasta contar las calorías, desde el pronóstico del tiempo hasta las pruebas psicológicas. Nos sometemos a exámenes y permitimos que los resultados dominen nuestro comportamiento. Aun en nuestros exámenes de conciencia más íntimos, nos juzgamos y nos dominamos por nuestra evaluación. El movimiento que intenta recuperar la auto-estima pretende contrarrestar los efectos negativos que la dominación logra a través de la auto evaluación negativa.
Desde luego, debemos darles valor a los criterios y a los juicios, si nos vamos a someter a ellos. El autoritarismo de los padres, la moralidad, y la religión se establecen para que les otorguemos ese valor. Si no lo hacemos, es más difícil que otros nos dominen psicológicamente.
Se crea una especie de segundo sistema de intercambio en el que luchamos por conseguir reconocimiento. Ofrecemos nuestras acciones, cierta clase de ellas, al escrutinio de los otros y su juicio es nuestra recompensa. Aun el regalar se hace teniendo esto en mente muchas veces. Anhelamos el juicio de los otros que nos juzgan como ‘buenas,’ o inteligentes, o capaces. Entonces, habiendo recibido estos juicios, los usamos para conformar nuestras identidades, para conformar nuestros conceptos sobre nosotras mismas.
Una de las formas en que las personas ejercen poder sobre otras es dando o negando un juicio, o dando uno negativo. Una razón por la que procuramos recibir una definición positiva de parte de los otros, atribuyéndole tanta importancia, se debe al patrón de juicio que subyace en el salario, que a su vez es influido por el patrón que subyace al poner precio a los productos. Nuestras relaciones amorosas frecuentemente siguen este mismo patrón. Cada uno de nosotros es ‘evaluado’ por su amante, elegido por ser el ‘mejor’ entre otros ‘productos’ o ‘empleados’ similares. (Los economistas ahora hablan del ‘mercado del matrimonio.’) No debería ser así. Estamos influidos en exceso por los arquetipos inconscientes del intercambio—y seríamos mucho más felices si no fuese así.
Algunas veces interiorizamos los procesos de evaluación y de juicio, y nos dominamos de acuerdo a valores de la sociedad o a los propios. Debido a esta actividad interior, ya sea a través del auto dominio o de la aceptación de sí, nos afirmamos como ‘buenas,’ etc. La moral funciona siguiendo esta línea e induce a una ‘conducta correcta’ en una situación de intercambio. Incapaz de resolver los problemas existentes o de cambiar el paradigma socialmente, la moral, lo mismo que la caridad, se aprovecha de una mala situación. Quizá hasta salve a su practicante individualmente, convirtiendo a él o a ella en ‘bueno’ en vez de ‘malo.’ No obstante, a la persona se la estimula a concentrarse en sus propias cualidades, permanece así orientada al ego, sin cuestionar el paradigma.
El ‘precio’ de no cuidar nutriciamente, o de no valorar al dominador, puede ser la violencia física. El ‘regalo’ es obligado, convirtiéndolo en algo similar al ‘regalo’ del trabajo de un esclavo. Durante siglos, la gente por medio del patriarcado ha estado cautiva en situaciones en que la violencia es el castigo por no dar. Los muchos son castigados por los unos o por las jerarquías, por no obedecer o por rebelarse. La obediencia se convierte en una aptitud para sobrevivir.
En esta situación, la única respuesta viable al sufrimiento puede ser tomar medidas de restricción a la generosidad personal. Si bien la gente dadora de cuidados practica el regalar en forma individual, no parecen proponer una solución viable y por lo tanto no sirven para la solución del problema general porque debe realizarse a gran escala. Probablemente, muchos de estos individuos que regalan y cuidan quisieran cambiar los paradigmas sociales; sólo que no pueden ver las cosas en esos términos o no saben lo que es posible.
Los movimientos que luchan contra la violencia doméstica y sexual han organizado cuidado individual para el cambio social en el ámbito de la familia. Estos movimientos no cuestionan aún otros aspectos del patriarcado, como la violencia contra el medio ambiente y lo internacional; se ocupan del problema en un área importante, ponen en práctica los valores del cuidado del otro—y están organizados. Otros movimientos por el cambio social, por la paz, por el medio ambiente, por la justicia económica, y por la liberación de los pueblos, hacen una importante labor hacia un cambio sistemático, pero generalmente no apuntan a los patrones del patriarcado como la causa de los problemas, ni a los valores de las mujeres como solución.
Las mismas consideraciones pueden aplicarse a las soluciones que propone el gobierno para estos problemas. Aunque la intención es buena y hasta funcional a corto plazo, operan sobre la base del intercambio. Apelan a la responsabilidad individual en oposición a la dependencia, le quitan a la gente la asistencia social, integrándola al mercado. Es una solución que agrava el problema, porque vuelve a afirmar los valores que lo causan. El modo en que el estado paternalista hace regalos expresa menosprecio y es ineficaz. Sin embargo, para el Estado paternalista, el culpable es el que recibe, es visto como pasivo y poco inteligente—y despreciado como si fuera menos que humano. En consecuencia, el dar y recibir en forma creativa ha sido reemplazado por la integración individual al intercambio, y por el refuerzo de los valores capitalistas masculados.
El altruismo individual a veces sí provee un modelo de hacer regalos, y extiende su influencia a un grupo más amplio. Pero, a menos que sea un intento de llegar a la raíz de los problemas, puede ser sólo una manera de vivir dentro del paradigma del intercambio. Ayuda a mantener, en algún grado, cierta cordura individual y una ayuda a los otros, pero no provoca ningún cambio radical. La compasión, la caridad, y la moral, cuando son practicados en forma individual, no provocan un cambio de paradigma que, necesariamente, es un proceso colectivo.
Por eso es importante ver que las mujeres están tomando conciencia—el movimiento internacional de mujeres—a la luz del paradigma del regalo. El paradigma del regalo ya está ahí, entre los valores de las mujeres que cuidan. Además, cuando las mujeres convalidan individualmente sus valores (que no son los del patriarcado), ya son parte de un colectivo, que representa a más del 50% de la humanidad. El paradigma del regalo es profundo, dominante y no reconocido. En los varones, la masculación ocurre a muy temprana edad, pero las mujeres asumen los valores de la masculación más tardíamente, cuando empiezan a ver el mundo a través de nuestros ‘otros’—aquellos humanos que la sociedad ha separado de nosotras y a quiénes hemos cuidado demasiado.
Al tomar conciencia de nuestros valores de cuidado al otro como paradigmático, las mujeres que trabajamos para cambiar la sociedad, podemos liberarnos de la imposición de los valores de la masculación por sobre los valores del cuidado al otro. Proponiendo el paradigma del regalo como el modo humano para todos, podemos también liberar a los hombres y a la sociedad del salón de los espejos del paradigma del intercambio. Hombres y mujeres podrán reconocer el carácter de alienante y no necesario de la masculación, tomar distancia de él, y desmantelarlo de una manera no masculada y sin violencia. La transición hacia una manera diferente puede ser más fácil, porque la manera distinta no tiene que ser inventada. Ya existe en el regalar que media humanidad pone en práctica, y que forma parte de la matriz oculta de la otra mitad.
El tipo de orientación al otro que es funcional para el cuidado de niños y niñas es interactivo y difiere de una moral que trate de imponer la ‘acción correcta’ y las ‘actitudes correctas’ a otros o a una misma. La moral puede inmiscuirse en el cuidado nutricio, especialmente cuando, debido a la escasez o al estrés, es difícil satisfacer las necesidades. En los momentos difíciles, una persona se tiene que ‘forzar’ a actuar orientada al niño o el otro, es decir, asumiendo los cuidados como un tema moral.
Los filósofos reaccionarios y machistas han interpretado el vínculo madre-hijo como algo ‘natural.’ Darle valor a las necesidades del otro no es ‘natural,’ en un sentido mecánico, y tampoco es parte de una moral sustentada en reglas. Es un principio sui generis—propio de su tipo—que tal vez no es reconocido como tal, porque no contiene dentro de sí los elementos auto reflejantes del ego, por los cuales generalmente reconocemos algo como un principio, como algo ‘re-al’—porque nuestra forma de pensar se da según un modo masculado.
Si nuestros egos, y las interpretaciones filosóficas de la re-alidad están orientadas al ego, y son producto del intercambio y de la masculación, las cosas que hacemos que no están orientadas al ego permanecen fuera de su ámbito. No logran hacerse conscientes, por lo menos, no de la misma manera. Hay una instrumentalidad en el egoísmo, que nos obliga a dar valor a lo que le puede ser útil y a no dárselo a otras cosas. Ve sus estructuras reflejadas y define esa escena familiar como ‘real,’ mientras las otras cosas que no tienen esas señales son extrañas, irrelevantes e i-reales. El ego auto semejante es un poco como el animal que marca su territorio con orina, y luego lo reconoce como propio. En el regalar, no estamos interesados en marcar el territorio, sino en proveer el bienestar del otro en alguna medida.
Si el lenguaje se basa en el regalar, el regalar no puede ser considerado como siendo en mayor parte pre-verbal e infantil. Si le agregamos al lenguaje otros ejemplos del regalar, como sueños, arte y acciones para el cambio social, empezamos a ver emerger al regalar como el gran principio no reconocido de la especie humana. Debemos comprender que la Madre es para dar, y que tanto hombres como mujeres pueden también hacerlo. Efectivamente, el intercambio—surgido desde el proceso de nombrar y definir—no trabaja para satisfacer las necesidades de los muchos. Sólo adoptando el principio de la Madre—no como algo biológico o instintivo, sino como un comportamiento humano consciente—podremos satisfacer las diversas necesidades materiales y culturales de los 5.5 billones de seres humanos que viven actualmente.
Ahora, lo que necesitamos es hacer entrar a la modalidad del regalo en la conciencia orientada al ego, para mostrar que es aconsejable para todos. Esto se puede lograr, si se ven las cosas desde un meta nivel, con una perspectiva global, y en términos de una totalidad. De hecho, el interés del ego y el interés por el otro coinciden a nivel global. La supervivencia del planeta (interés en el otro) coincide con la supervivencia del ego individual, e incluso con la totalidad del sistema complementario del intercambio y del regalo. Si cada uno de nosotros va a ser destruido junto con la destrucción del planeta, cada uno podría dar su energía para buscar soluciones a los problemas que causan esta destrucción, ya sea que nuestra motivación esté orientada al ego o al otro o sea una combinación de ambas. Para la gente orientada al ego éste es un momento de transición hacia el modo de regalar. Desde el meta punto de vista, que ve ambos paradigmas, todos podemos optar por un cambio de paradigma. Es el comienzo de una solución.
Yo creo que las prácticas religiosas, que hacen un llamado a la unidad de todos, están buscando este meta nivel, mientras expresan su búsqueda en términos que evocan la superioridad del uno como opuesto a los muchos. Mientras proponen un uno que sea inclusivo—la inclusión es un aspecto de la lógica del regalo—no obstante no centran su atención en las dinámicas patriarcales reales entre el uno y los muchos.
Desde el punto de vista que trata de abarcar todo, es posible incluir ambos paradigmas en el mismo nivel de importancia. El paradigma del intercambio auto-reflejante no es más importante que el paradigma del regalo, aunque su forma auto-semejante crea esa ilusión. Sólo el paradigma del regalo puede sostenerse como representación de la lógica del comportamiento humano. Mirando a ambos paradigmas, desde una perspectiva más amplia, si restituimos el criterio de competencia entre los paradigmas—lo que no es contradictorio porque tiene lugar en este nivel ‘más alto’—vemos que el paradigma del regalo le gana sobradamente, como la manera más funcional para lograr que los seres humanos piensen y se comporten.
Podemos dejar de lado nuestro esfuerzo individual por ser la muestra y permitir que el paradigma del regalo se convierta en la muestra para el comportamiento humano. Al cesar la masculación misma, el lenguaje, la definición y el nombrar, liberados de sus encarnaciones auto-semejantes, pueden continuar su mediación creativa en las subjetividades humanas, y en las culturas del mundo, en las que el regalar material se convertiría en la norma. Si analizamos y comprendemos lo suficiente al intercambio, al ego y sus elementos podremos mantener cualquiera de sus aspectos que pudieran sernos útiles. De la misma manera que podemos usar algunas de las tecnologías de una manera saludable, ecológica y pacífica para proveer los medios de cuidar nutriciamente a todos con abundancia, tal vez podríamos decidir mantener algunos elementos del intercambio, y de la conciencia orientada al ego, para proveer algunos tipos de actividades útiles, y partes de nuestra estructura de personalidad.
Una reinterpretación de la moral como conducta que crea una transición hacia el paradigma del regalo, sugiere que deberíamos actuar de acuerdo a la orientación al otro y a la de dar vida y promover la conciencia de esa conducta como paradigmática.
La moral no funciona eficazmente debido a los patrones de dominación que impregnan sus estructuras. Un regalo que es forzado, ya sea desde afuera o desde adentro, pierde muchos de los aspectos positivos del regalo. Es más, nos colocamos en una posición en la que podemos ser manipulados. Dependemos mucho de los juicios de otros, igual que en la masculación o en la definición por dinero. Queremos la medición y la evaluación justa de nuestras acciones. Enamoradas, podemos intentar hacer que otros se orienten al otro hacia nosotras, en lugar de nosotras orientarnos a ellos. Algunos juicios positivos acerca de nosotras parecen asegurarnos esa posibilidad. Por ejemplo: obtenemos juicios positivos de otros poniéndonos lindas. Entonces los amamos por amarnos. Así, estamos en la misma posición con respecto a ellos que lo estamos respecto a nosotras amándonos a nosotras mismas: esa parte nuestra que ama a nuestro ego basado en el intercambio. Tanto internalizamos como externalizamos las relaciones entre los paradigmas, en las relaciones con nosotras mismas y con los demás.
Se habla mucho del amor incondicional en nuestra sociedad saturada de terapia. Tal vez, lo que los terapeutas han hallado es la cualidad terapéutica del regalo de amor orientado al otro, en una sociedad regida por el intercambio, en la que gran parte del amor se da en un marco de soborno y trueque, ‘dado’ en una manera condicional. Los que aman por fuera del paradigma del intercambio pueden considerarse precursores de un mundo mejor.
Las necesidades imperiosas de aquellos cercanos a nosotras pueden provocar el regalo del amor incondicional. La trágica epidemia del SIDA ha estimulado mucho el regalar sin que haya ligazón afectiva. Los movimientos contra el abuso infantil, la violencia doméstica, las adicciones, y los movimientos que luchan por la paz, la defensa del medio ambiente, los movimientos antinucleares, la liberación de los pueblos, todos necesitan muchísimas horas de dedicación, un gran compromiso de energía vital y de imaginación.
‘Liberar’ a otros de nuestra atención funciona (según aconsejan los maestros que enseñan el pensamiento positivo) porque asegura el mantenimiento de la orientación al otro sin esperar ninguna retroalimentación de su parte. Por otro lado, una posición tan extrema, como lo es amar unilateralmente, no sería necesaria si la sociedad no estuviera tan pervertida por el intercambio. Un dar y recibir activos, esperar el turno, son conductas apropiadas entre dos personas (como también entre ellos y el resto de la sociedad) y pueden tener lugar sin que involucren dar para recibir.
Sólo cuando hemos sido tan lastimados por el intercambio y por la dominación que hemos perdido la confianza, es que necesitamos que otros nos amen incondicional y unilateralmente. Sin embargo, podemos ver esta solución con recelo, puesto que los terapeutas, la sociedad y nuestros padres nos han enseñado que está mal recibir sin dar algo a cambio. Queremos el amor del regalar incondicional, pero nos han enseñado que el intercambio es el único modo respetable y humano de comportarse, por lo que llegamos a sospechar que el amor del regalar es en realidad una táctica de poder. Es la primera parte de un intercambio en el que nos involucramos involuntariamente (¡nos amaron sin preguntarnos!) y que nunca podremos terminar de ‘pagar.’
Muchas de nuestras prácticas de crianza de los niños son brutales. Hacemos que niños y niñas nos obedezcan amenazándolos con abandonarlos o con pegarles. Así, les estamos enseñando intercambio y razonamiento condicionado del tipo de ‘si... entonces’: “Si haces eso, esto te va a pasar.” Hacemos que los niños nos valoren a nosotros y a nuestras palabras, de acuerdo a lo que queremos. Aquí, la entrega de la voluntad y la satisfacción de la necesidad de los padres de ser obedecidos son imitaciones grotescas del cuidado nutricio que se da y se recibe.
Hasta en la adultez nos persigue la amenaza del abandono. La sociedad nos hace lo mismo que nos hicieron nuestros padres. El fantasma de no tener casa, del desempleo y de la soledad amenaza a cada hogar, a cada lugar de empleo, a cada familia y a cada individuo. Hay una amenaza constante de escasez de amor, igual que existe la amenaza de la escasez del dinero y de bienes nutrientes. En nuestra sociedad orientada al desperdicio, de acuerdo al modelo del producto para el cual no existe mercado, o al que el acelerado ciclo de producción de intercambio y consumo casi no le da uso, podemos vernos en cualquier momento revolviendo la basura. Cuando caemos de las categorías privilegiadas del mercado, se nos ubica en el tacho de basura del tiempo y del espacio. Tal situación influye en los egos ‘masculinos’ y ‘femeninos,’ los asusta y los lleva a ubicarse en posiciones de dominio o de sumisión. Los hace seguir el modelo del Don Juan, el de la dominación del dinero uno-muchos, o el de la Súper Mamá del producto útil, por miedo a ser descartados o abandonados.
Lamentablemente, en nuestra sociedad las imágenes fálicas y los modos fálicos refuerzan el ego masculado a cada momento. La falta de rituales y de trabajos significativos, por fuera de estos patrones, hace resaltar la masculación. Todo, desde las fuerzas armadas hasta la economía de explotación, integran la idea de la masculinidad con la idea de agresividad. Los varones adolescentes aprenden que la manera de dominar a otros es mandándose la parte con grandes automóviles fálicos o con muchas novias. Las jóvenes adolescentes aprenden a prestarle atención a los automóviles grandes y a contemplar la posibilidad de ser seducidas y luego abandonadas. Desde un misil hasta el número 1, desde la Torre de Trump hasta la torre de marfil, la imagen fálica auto-semejante llama la atención sobre sí misma. Crean rituales cristalizados a los que todos en la sociedad pueden relacionarse continuamente según su posición o rol particular. Puesto que estos objetos están presentes en el diario vivir, no reconocemos su poder constante, pero inconscientemente influyen constantemente en nuestro comportamiento y en nuestras motivaciones.
Practicar el intercambio para poder regalar es el compromiso o el híbrido que la sociedad ha propuesto entre los dos paradigmas. No obstante, dar para poder recibir en términos económicos nos hace más proclives a hacer lo mismo en nuestras relaciones. Cuando medimos el intercambio emocional y sentimos que no hemos obtenido lo suficiente, parece razonable alejarnos y que no hacerlo sería auto destructivo. A veces, en lo monetario, la pareja no ‘contribuye lo suficiente con lo doméstico’—a veces, emocionalmente, él o ella no dan lo suficiente, o él sale con otras, y por lo tanto no está ‘intercambiando’ con nosotras mismas. Los terapeutas y los amigos nos ayudan a evaluar las acciones correctas o incorrectas de nuestra pareja, y aconsejan acerca de la conveniencia de seguir o no en la relación.
En las relaciones basadas en el dar, el dar en sí sería lo que es dado, asegurando un ambiente favorable a los dos, dando libertad de acción para el crecimiento. La atracción sexual provoca una gran cantidad de atención de parte de la otra persona. Cada uno ‘invierte energía’ en el otro, luego quiere dar o cuidar al otro y ser recibido por ella. De hecho, creo que muchas de las relaciones comienzan con dar, luego tan pronto ocurren cosas desagradables, aparece el pensamiento del intercambio. El dador quiere empezar a ser receptor, y empieza a calcular cuánto ha dado. Ella ‘pone límites,’ especialmente cuando ve que su dar no puede continuar así, y paradójicamente ella tiene que cambiar a la modalidad del intercambio para poder continuar dando.
Actuando de acuerdo al paradigma del regalo, es probable que la co-municación material, nos hace más proclives a seguir amando unilateralmente. Quizá por esto tantas mujeres continúan amando, manteniendo a los hijos que los hombres abandonan, y continúan siendo fieles a sus maridos que andan mariposeando por allí. Aun en un ambiente hostil, la economía del regalo se perpetúa a sí misma, por lo menos por algún tiempo. Si practicáramos el regalar en la abundancia—no sólo en el hogar sino socialmente como modo de organizar nuestra economía y nuestras instituciones—mejorarían nuestras relaciones humanas y nuestros conflictos internos podrían curar fácilmente.
Russ Rymer describió recientemente el caso de una ‘salvaje’ moderna, una niña sin lenguaje, en Genie, Harper Collins, Nueva York, 1993. El libro de Rymer demuestra cuán pocos cuidados gratis, de regalo, recibió la niña. Primero, como víctima del aislamiento y del abuso de sus padres, luego como títere de los intereses de la burocracia académica. Estuvo casi tan lejos de recibir cuidados nutricios francos como Victor de Aveyron,un siglo antes, quien fue sometido a las restricciones autoritarias de Jean Marc Gaspard Itard. Genie fue capaz de hacer categorías pero nunca pudo aprender sintaxis. Ella tenía un cuarto lleno de contenedores—baldecitos de arena y tazas plásticas—que yo leo como análogos a categorías de palabras sin regalos. Yo creo que la idea de ‘pertenecer a’ o la idea de propiedad no eran suficientes para que la niña pudiera aprender el lenguaje. Ella necesitaba de la co-municación nutricia previa al lenguaje. Ella no participó en suficientes acciones de dar y recibir por fuera del intercambio, como para poder generalizar a las relaciones en el lenguaje y atribuirles valor igual que lo hacen los demás. Rymer sostiene que, aun después de liberada del cautiverio, la niña fue usada como un objeto de investigación por sus ‘encargados’ académicos. Genie pudo alcanzar el ‘estado pivote’ del desarrollo, pero no pudo ir más allá. No podía proyectar las relaciones de regalo a las palabras. Sus incapacidades ponen en evidencia los defectos del intercambio. Para el intercambio, la categoría es más importante que el contenido. Más aun, los seres humanos (especialmente los hombres masculados) son valorados por lo que tienen y se supone que nacen con: el género masculino, el alma, una personalidad, una identidad, y (algunos creen) con el lenguaje—mientras que el regalar construye estas ‘propiedades.’ A Genie no se le dio gratis, por lo tanto no tenía el modelo de dar gratuitamente,por el cual ella habría podido dar un valor orientado al otro, a los contenidos de sus categorías, o de construir su self social lingüísticamente.