Creo que la conciencia misma deviene, en parte, del juego entre diferentes niveles de cooperación. Sin embargo, en el patriarcado, nos hacemos conscientes y también formamos la conciencia masculada del ego de la siguiente manera:
Cuando nosotros (u otros) atribuimos un rasgo de muestra, convirtiéndonos en el punto, como lo haríamos con algo en el mundo externo, nos convertimos también en nuestro propio tópico, eso que ‘nos apunta.’ Esta auto-referencialidad, anuda, cierra la puerta, bloquea la vista de los antecedentes, refleja. Toma el lugar del otro, interrumpiendo el flujo orientado-al-otro. Le damos crédito a esta puerta-espejo, cerrada (parece ser un espejo, no sólo porque vemos nuestro reflejo en él, sino porque otros también están ocupados en la auto-referencia). Creemos en nuestra propia presencia para nosotros, como si fuéramos nuestro propio origen. A partir de ahí creamos un ego dominante, como una muestra con la que podemos comparar nuestros diferentes momentos (nuestros muchos internos) y los de otros más o menos parecidos a nosotros externamente. Cuidamos este momento de equivalencia interna que es auto-semejante a las otras puestas en acto internas y externas del proceso de masculación.
La consecuencia de lograr la identidad de género relacionado al padre como equivalente, se refuerza cuando se repite la ecuación de dominio en la conciencia individual, a través de la auto-referencialidad. Entonces, en lugar de cuidar a otros, valoramos la equivalencia, por encima de los cuidados nutricios, aun internamente. Esto, a la larga se convierte en la valoración del ser por encima del dar, de lo abstracto por encima de lo concreto, de lo general más que lo particular—a pesar de que todos no son concomitantes. En cambio, el verdadero origen continuo de nosotros mismos es interactivo, y procede de nuestra orientación-al-otro—de la presencia de otros para nosotros y de nuestra presencia para ellos. Confundimos nuestras proyecciones comunes de nuestras auto-reflexiónes auto-referenciales con el centro de nuestra creatividad. No obstante, la fuente de nuestra capacidad para ver esas proyecciones, y de dar y de recibir, se encuentra oculta profundamente en nuestra orientación al-otro, como el fuego que refleja las sombras en la cueva de Platón.
Las personas con un ego masculado verbalizan, igual que todas las demás, creando así su conciencia mediatizada por la lingüística. El espejo auto-referencial del yo se convierte en el sujeto-hablante-dominante, sin que esto sea una necesidad social o psicológica. Puede haber una mediatización lingüística, una interacción con otros, desarrollo del sí mismo sin el espejo del ego dominante—que es 1 = 1 = 1, repitiendo el contenido del salón de los espejos de la ecuación. De hecho, muchas mujeres se sienten mal en nuestra sociedad capitalista individualista, porque en general no tenemos esa clase de ego. Muchos hombres también están incómodos, porque a pesar de la presión de la masculación, han podido mantener una conexión con el modelo de la madre.
La auto-semejanza de cada ‘uno’ con el índice ocurre también porque podemos implementar activamente la indicación, al dirigirnos hacia la muestra, como lo hace el dedo. Desde el momento en que dirigimos nuestra atención hacia nosotros mismos, a la manera de la auto-semejanza, poniendo en segundo plano algunas cosas nuestras, haciéndonos internamente uno-muchos, podemos iniciar una acción hacia un objetivo, hacia un tópico, hacia un destino que hemos elegido. A esto le llamamos frecuentemente ‘voluntad.’ Sin embargo, a esa altura, habitualmente no hemos tomado en consideración los regalos o el impulso comunicativo que está del otro lado de la puerta-espejo del ego. La motivación para regalar parece ser una parte de los muchos—una parte del resto de los contenidos de nuestra conciencia a la que no atendemos. Podemos permitir o no que nuestras e-mociones, nuestros impulsos orientados-a-los-otros, atraviesen la puerta, haciendo que ignoremos el espejo para satisfacer las necesidades del otro. Nuestra motivación ‘correcta,’ a la que apuntan nuestras acciones, parece surgir de la reflexión auto-semejante.
Nosotros hacemos un cálculo, “¿Qué será lo mejor para mí?” La necesidad de este filtro ha sido creada por el contexto competitivo del patriarcado. También necesitamos saber ‘quiénes somos’ para poder sobrevivir. Nosotros tenemos que poder decir a qué clase, a qué género, a qué raza, a qué religión pertenecemos o cuál es nuestra preferencia sexual. Si conocemos nuestra definición sabemos cuál es nuestra posición en la jerarquía y las reglas que se nos aplican—como sobrevivir en el sistema y como ser menos vulnerables. La auto-semejanza que se da en diferentes niveles nos permite decir, “Esto se parece a mí; esto no es como yo,” haciéndonos nuevamente de acuerdo a las imágenes masculadas en las diferentes áreas de la vida. El ego con relación al subconsciente es también una clase de muestra del concepto, con la resonancia que esto tiene en lo externo, desde la familia al gobierno, que también están hechas a esa imagen. Generalmente, la experiencia de la mujer es diferente a la del hombre, porque somos definidas por ellos, y cuando la palabra del hombre ocupa nuestro lugar en el matrimonio, nosotras nos convertimos en la ‘cosa’ muestra cuyo espacio es ocupado por la ‘palabra.’ ‘Sabemos’ que nuestra posición en el sistema no es estar arriba.
Podemos ver al yo con su voluntad como otro ícono del índice, literalmente moviendo el cuerpo hacia su objeto o destino (con otros aspectos del ser retenidos en el fondo). Pero cuando cuidamos, cuando trabajamos satisfaciendo las necesidades del otro, nuestro comportamiento se vuelve a alinear con aquellas motivaciones que están ‘detrás de la puerta-espejo.’ Cuando nos involucramos en comportamientos de dominación, que agrandan al yo y negando a los otros (intercambio) solo expandimos el momento auto-semejante, el espejo, retomando nuevamente al momento de comparación en el concepto. Los valores del ego masculado filtran el comportamiento de regalar.
Desde luego que hay variaciones en esta situación que se replica a sí misma. Algunas mujeres consideran que es posible tener un ego orientado al otro que puede crear auto-preservación. También, es posible regalar después de la masculación, como lo hacen hombres y mujeres que mantienen a sus familias con los salarios que ganan. En el regalar post-masculación igual que en la conciencia, hay un filtro, el presupuesto, que depende de la priorización de las necesidades. Está impulsado por la disponibilidad y no por la necesidad, como lo estaría en la abundancia.
En la pareja, el hombre tradicionalmente toma el lugar del ego, mientras que la mujer toma el rol de la que cuida, el de los muchos, el del subconsciente. La persona que ha sido desacreditada, abandonada, por no parecida (no semejante a la auto-semejanza) retorna como la que cuida el estándar (masculino) auto-similar. Su costumbre de regalar es apartada del ámbito público y dirigida a la familia. Con su energía ella nutre y sostiene a los que filtran, a los que están en el ámbito público y a los que tienen éxito en él.
La misma conciencia del ego, es un tipo de filtro basado en el intercambio y la masculación que media entre los modos del regalar y los del intercambio. La propiedad privada también actúa de filtro para el regalar, pero la conciencia de la mujer habitualmente está socializada, para continuar regalando. La participación en el mercado laboral posibilita la reconciliación de los dos modos después del hecho. El trabajador o la trabajadora mantienen a su familia dándole de la ‘propiedad’ de su definición económica—de su salario. El mercado está basado en la masculación, y este proceso está más en sintonía con aquellos que experimentaron ese proceso cuando eran niños.
Para la mujer el mercado es un contexto externo en el que, por supuesto, puede tener éxito pero que no resuena con su categorización original. Ganar un salario y mantener a una familia resuelven conflictos psicológicos que la mujer inicialmente no tiene, por lo que no la afecta de la misma manera. La ventaja para ella está en que participar en el mercado puede resolver los problemas prácticos del estatus del ‘no tener,’ y esto le permite a algunas mujeres acceder a las categorías privilegiadas construidas por el patriarcado.
El salario, una porción del equivalente general, determina la pertenencia a la categoría en la que se incluye un hombre de una familia tradicional, es decir lo que ‘vale.’ Luego, cuando le entrega a su esposa, parte de ‘su nombre monetario,’ él puede ‘sanar’ su masculación. El dinero es un reemplazo temporal para el término de género ‘masculino.’ Él no puede compartir ‘masculino’ con su madre, no puede darle parte o la totalidad de su nombre genérico, pero sí puede compartir su nombre económico con la sucesora de su madre, con su esposa que regala. El salario define lo que él puede recibir y lo que puede dar, por lo tanto, es un filtro, igual que el ego. Los juicios sobre la identidad, parecen determinar lo que la persona puede tener, puesto que él o ella se pueden adecuar a eso, tratándolo como una profecía auto-cumplida.
Las casas que un obrero de la construcción ayuda a construir toman el lugar de los regalos de la naturaleza, convirtiéndose en propiedad de alguien. Sin embargo, el ‘nombre’ monetario del trabajador, a menudo no le da el suficiente dinero para que él o ella se compren una casa. Lo que él o ella ‘dan’ a la comunidad (como intercambio) sustituye al dar individual orientado-al-otro y a la creación de comunidad con su familia. La ‘palabra-dinero,’ $, toma el lugar del acto de esa sustitución.
Los hombres y las mujeres que entregan su salario a sus familias son como las personas que dan el nombre ‘masculino,’ el nombre que privilegia al niño y hace que otros le den a él. Pero el niño recibe el ‘nombre’ porque él tiene la ‘marca,’ como la etiqueta del precio. Cuando un hombre mantiene a su esposa y a sus hijos con su salario, él le está dando a ella el ‘nombre,’ aunque no tenga la ‘marca.’ Cuando ella da a luz a un hijo, su falta está resuelta. Por tener un hijo, parece merecer que el marido comparta su nombre dinero.
La relación entre la mano de obra gratis de la mujer en la casa y el salario está influida por la transposición de la definición de género y no es idéntica al intercambio. Él le da a ella parte del nombre-dinero, mientras ella le siga brindando gratis su labor de cuidadora. Labor que no se calcula cuantitativamente ni se le asigna dinero. El salario de él es la palabra re-encarnada, con la que en la escasez, ella podrá comprar los bienes necesarios para cuidar, y de esa manera continuar dando gratis con todas sus variaciones cualitativas. (Es casi como si los medios para nutrir de la mujer dependieran de la masculación, del término de género del hombre—cuando el ejemplo primordial de esos medios son sus propios pechos.) Al compartir el nombre-dinero con ella, el marido denomina o hace una categoría de sus cuidados (monopolizándolos) como siendo ‘para él.’
Ahora, todo esto ha sido reelaborado debido a la inserción de la mujer en el mercado laboral y a las familias uni-parentales. Las mujeres mismas trabajan para obtener el nombre-dinero y proveen los medios necesarios para brindar cuidados nutricios a sus niños. Entonces queda claro que el dinero es simplemente una ‘palabra,’ un término de género traducido, disponible para que cualquiera lo pueda adquirir. Igual que el término género, no está basado en lo biológico sino en lo social. Ganar un salario empodera a algunas mujeres al hacer que su supervivencia sea menos azarosa y menos dependiente del poder de un hombre de ganar dinero. Sin embargo, la economía de intercambio en conjunto es producto de la masculación y necesariamente convierte a mucha gente en los que ‘no tienen.’ La masculación económica de algunas mujeres no va a resolver los problemas generados por la masculación psicológica y sociológica de la sociedad.
El género y su resultado, la sexualidad-heterosexual basada en la (dominancia) masculina se impone para ambos sexos al modelo del cuidado nutricio—encaja así con el lenguaje que toma el lugar de la co-municación material. Con sólo mencionar el género de un niño, parece decirnos decir que el género (i.e., igual o diferente a su madre), y eventualmente la sexualidad, es más importante que los cuidados nutricios. Tiene más importancia la diferencia fisiológica y cultural del niño con la madre que los cuidados nutricios que ella le brinda. De manera similar, matar con un símbolo-índice fálico, que puede verse como sexualidad transpuesta (hetero), es más importante que cuidar al otro. El animal o la persona se someten y se vuelven pasivos a la voluntad del que dispara.
Sin embargo, el animal muerto por el índice dominante fálico, puede ser usado como nutrición: igual que la mujer dominada, superada, de la que el dominador puede convertirse en parásito. Cazar mismo se parece al intercambio, porque el objeto, el receptor de la ‘indicación,’ se transforma y es recategorizado. Se convierte en la propiedad del cazador, apartado de su voluntad, como el producto que es separado de su propietario en el intercambio (o el niño separado de su madre cuando es definido por su género). Luego, el que dispara mata a otros hombres (sus competidores) para proteger su propiedad, o a quien lo cuida, o su naturaleza o sus mecanismos de masculación—por la seguridad de todos los mecanismos masculados auto-semejantes reunidos en su patria (en inglés, ‘tierra del padre’).
Generalmente, los cuidados post-masculación, requieren del re-conocimiento (otro parecido con el intercambio). Las mujeres (y los hombres menos poderosos) cuidan al dominador, y el trabaja a través del mismo mecanismo de masculación a un tipo de cuidado, imponiéndose y ‘contribuyendo’ en esa forma extraña. La conciencia masculina, permite el regalar post-masculación en vez de un dar no-masculado. La ‘marca’ es como una marca de caso en lenguaje que le muestra que éste es su rol. Él tiene esa ‘marca de caso’ (o ‘etiqueta’), y entonces sólo puede dar, por tradición, de un modo im-personal socialmente determinado. Esto le implica enajenarse del producto, dando a la comunidad, a los otros en general, a cambio del ‘dinero-nombre’ y así poder convertirse en un receptor privilegiado. El niño debe imitar este extraño modelo.
El dinero también puede ser visto como una colección de etiquetas cuantitativas de caso. En tanto moneda de ‘curso legal,’ las etiquetas dicen ‘páguese al portador.’ Igual que una transformación de activo a pasivo, la etiqueta del precio y la ‘marca’ masculina también indican que sus portadores deben ser tratados como receptores de regalos específicos. Entonces, cuántas más propiedades y más dinero posee, de cuántas más etiquetas de caso sea dueño, más controla y más merece recibir.
La mujer dominada renuncia a entregarse sexualmente a cualquier otro que no sea su marido, y a darse materialmente a cualquier otro que no sea él y sus hijos. El giro de la modalidad de regalo a la modalidad de intercambio, de lo maternal al dar de la post-masculación, llega a identificarse con la marca masculina. El ícono de la muestra cambia hacia el dominio y lo implementa. Y el pene mismo cambia, volviéndose erecto. No tiene una auto-semejanza como la mano, una repetición de la relación de la muestra con los elementos relativos mismos, por lo tanto tiene que buscar su identidad como ‘uno-a-muchos’ por fuera, compitiendo con otros penes por la superioridad. Entonces, todos los hombres son considerados ‘unos’ con relación a las mujeres como muchas (que no tienen la ‘marca’), y ejercen dominio sobre ellas para probar su superioridad.
El índice precede al pene como instrumento tanto en el saber sexual como en el no sexual. De hecho, el pene no es necesario para identificar algo. La identificación (falsa después de todo) de pene con índice, tal vez ha sido dada vuelta para que el índice aparezca como un pene separado, que luego puede ser transpuesto para convertirse en bala o flecha. También lo hace así, pronunciarlo en la masculación y al disparar. “Es un niño” y “Bang, bang, estás muerto” tienen un mismo efecto alienante. Cuando se identifica a algo como uno de una clase, se excluyen sus otras posibilidades, en tanto objeto individual constante. Disparar está hecho a imagen de la masculación.
Señalar al niño, nombrándolo como ‘masculino’—con ese sonido explosivo—lo aparta de la vida de los regalos. El índice es el dedo que aprieta el gatillo, y el cambio de niveles es como el mecanismo del gatillo, que también es un cambio de niveles, cuando el dedo retrocede para gatillar. La palabra es el sonido de la bala, que nombra al ‘otro.’
Apuntamos con el dedo, seleccionando un objeto y señalando un objeto muestra; luego decimos la palabra, nombrándolo, desplazándonos de lo verbal a lo no verbal. La explosión acompaña la contigüidad del índice transpuesto con el objeto que penetra. Nos movemos desde el ícono del concepto de índice (sumado a la acción-concepto de seleccionar) a la palabra. (Vea la Figura 32.) La penetración del otro a través de la bala-‘regalo’ es realmente un servicio para el ego de ‘él que da’ y dispara. Disparar refuerza la lógica del intercambio mientras la penetración violenta del cuerpo (y corazón) del otro recuerda y refuerza la violación. La pistola y también el pene funcionan como ‘unos’ permitiéndole al portador lograr el estatus privilegiado del ‘uno.’
El arco y la flecha están hechos para que funcionen cuando tiramos la cuerda hacia atrás, luego soltándola de modo que la energía de la atención pasa a la flecha. Igual que los dedos co-operadores que se retraen para permitir al dedo índice apuntar, los dedos tiran de la cuerda. (Vea la Figura 33.) Lo mismo sucede con el índice que aprieta el gatillo, soltando el percutor martillado sobre la bala que apunta. Igual que cuando retenemos para luego soltar la palabra y/o el dedo, la fuerza de los muchos que dan apoyo al uno avanza de forma explosiva. La energía de lo que se retiene converge en el dedo índice. Tal vez se puede hacer una analogía con las acciones involucradas en la cacería—ir al bosque, la búsqueda de la presa—las diversas acciones co-operativas para cazar, que lo sobredeterminan.
Cuando apuntamos a matar con un rifle ya sea a los animales o a la gente, debemos contener nuestros impulsos de cuidarlos, convirtiéndolos en muestras que pasarán a ser objetos muertos—serán objetos útiles, los animales servirán como comida o la persona como eliminación del peligro y la competencia. Endurecemos nuestra voluntad internamente en contra de la orientación-al-otro y del regalar (pobre conejo) luego lo seleccionamos externamente, le quitamos el regalo de la vida, convirtiéndolo en un objeto pasivo. El mecanismo interno de selección, que simultáneamente deja de lado el regalar, se parece al mecanismo dentro del rifle. Con nuestro dedo índice, tiramos hacia atrás el gatillo-índice; el martillo-índice golpea la bala-índice, haciendo que la carga explote, forzándola a salir a través del falo-índice-cañón. La bala-índice pega en el corazón del animal o de la persona, impidiéndole su regalar interno, transformando a él o a ella en nuestra posesión.
La explosión en la cámara del rifle se parece a la explosión en la cámara del corazón del que es muerto. Similar a lo que ocurre en la mente y en el corazón del que lo mató, o tal vez en su pene, donde el apuntar y el dominar hacen, de manera análoga, que algo salga explosivamente de la muestra que apunta. La voluntad masculada es = pene = rifle, y también hay analogías económicas. Se necesita de la exclusión interna del regalar para crear una exclusión externa del regalar en el cuerpo del otro, a través de los mecanismos internos del rifle, que se externalizan explosivamente.
La espada o el rifle, o el arco y la flecha apuntan y matan. La mira exacta pone en un segundo plano la vida del animal, le quita su valor y se lo da en vez a la vida del que apunta y a la muerte consecuente del animal. Luego la presa se convierte en un regalo de comida. Entonces cazar es una analogía cercana al apuntar de la comunicación, porque el animal muerto es compartible, es un regalo, como el ítem al que se apunta. De igual manera, la muerte de los enemigos causada por cuchillos filosos, espadas, rifles, y misiles se convierten en regalos compartibles para los individuos, las pandillas, el ejército y la Patria.
Este regalo ensangrentado, nuestro punto de acuerdo, se divide entre nuestras propiedades, que de nuevo defendemos de los otros con rifles y cuchillos. Ejércitos enteros se apuntan entre sí, con la tecnología hecha a imagen de apuntadores materializados, que muestran como ellos son de una categoría superior, aboliendo al ‘otro.’ En los años de tensión internacional, los silos donde se almacenan los misiles salpican el paisaje, y circulan los camiones que transportan misiles, listos para levantar sus puntas, y disparar sus ojivas contra los enemigos. Desde el cuchillo al rifle, al misil nuclear, desde el individuo que está armado hasta las fuerzas armadas, la reiteración de la definición y la marca ‘masculina,’ han transformado nuestra civilización en un patrón fractal inmenso, consistente en imágenes auto-semejantes a diferentes niveles de la masculación. El patrón auto-valida y drena la energía de todos y del planeta, para que sirva a sus agendas, sacrificando millones de vidas humanas. Es un cuadro espantoso por más que se intente colorear y disimular el patrón.
En la Antigüedad, el cazador transformaba el animal muerto sólo en comida, en una propiedad, en un regalo. Aceptaban el regalo un círculo de atención común, un círculo de cazadores, un fuego del consejo, un fuego para cocinar, una cocina, un escenario. El tópico—el fuego, la comida, el regalo nutricio—pasaban a ser el foco central y común, y la ‘cosa’ relacionada a una palabra, la muestra repetible. Los recolectores y los campesinos también juntaban sus cosechas. El tópico se reunía usando todos juntos regalos del pasado, tópicos pasados, reuniones pasadas, y fuegos de otros consejos, puntos de vista individuales. Nosotros somos aquellos a quienes les están destinados los regalos de las cosechas y las cacerías pasadas y quienes los hacemos existir de nuevo para la gente del pasado, al permitirles existir aún. Aunque ellos no lo sabían mientras conversaban y comían. También dejamos regalos para la gente del futuro.
Las generaciones son como agua que cae de un acantilado, formando estanques, luego se desborda y continúa formando nuevos estanques. El enfoque común es el regalo. En otras palabras, un ‘extra’ que nos llega en el presente y en el futuro, es que lo puede hacer otra gente del pasado también, sentarse en círculo con nosotros, como nosotros podemos hacerlo con los del futuro. La dominación ‘uno-muchos’ no aporta un tópico o regalo para otros, porque los bienes que provee no son compartibles ya que son monopolizados por el uno o son usados para coaccionar a otros. Los ‘muchos’ dan al ‘uno,’ no se dan entre sí.
El regalar, es a menudo, descalificado como una locura, porque amenaza con interrumpir el salón de los espejos fractal. La atención común hacia otros hace la auto-semejanza del ego innecesaria e irrelevante. De hecho, el regalar se enaltece por la diversidad de los otros a quienes se les da (entre otras cosas, porque sus necesidades son diferentes a las necesidades del que da, producen crecimiento y variedad en vez de competencia). Puesto que el regalar amenaza al paradigma del intercambio económico y a la estructura del ego, lo excluimos de la conciencia, y forzamos a todas las mujeres que lo practican, a pesar de ser muchísimas, al aislamiento dentro de la familia.
Dentro de la familia, se puede contar con ellas para asegurar el mantenimiento de los niños, a pesar de las numerosas y aplastantes dificultades causadas por la escasez. Como dadoras aisladas, las madres hacen peligrar su propia supervivencia dando demasiado en forma localizada sin poder cambiar las estructuras sociales. La ‘trampa’ aquí es que no pueden cambiar las estructuras sociales, porque no se reconoce el regalar como una alternativa viable, y ellas no pueden reconocer su verdadera viabilidad hasta que no cambien las estructuras sociales.
Comprometerse con algo a pesar de todos los obstáculos, es una estrategia que la gente puede usar para demostrar la importancia de ese algo. Sin embargo, regalar para la auto-destrucción parece demostrar que no sirve, porque aniquila al que da. Más bien causa la destrucción y el agotamiento de los dadores en el contexto de la escasez misma y de la separación entre los que dan, Otros deberían comenzar a seguir el modelo de los que dan, para que los que lo practican a su vez reciban de otros, además de dar (aunque esto tenga la apariencia del intercambio.) Por éstas y por muchas razones más, los que regalan tienen que reconocer lo que hacen, nombrarlo, y practicarlo conscientemente. Sólo puede ser verdaderamente viable cuando involucre a muchos y se cree un contexto de solución general y no individual.
Sin embargo, debido a que regalar amenaza al intercambio, otros obstáculos más sutiles le son puestos en el camino. Por ejemplo, la ‘humildad’ es una virtud necesaria (no alardee)—un hecho que impide a los que regalan afirmarse como modelos. Un hombre que pone límites, para proteger a ‘su’ mujer, en realidad está protegiendo a la que regala, para que sólo le regale a él y para que no le regale a ningún otro hombre. La estructura interna del hombre masculado orientado-al-ego es la estructura interpersonal de la pareja tradicional. Los valores de la familia patriarcal avalan el derecho de los parásitos dominantes de nutrirse de sus anfitrionas que dan regalan. El falo en tanto índice convierte al ego masculado (o su conciencia o su voluntad de ego) en índice, de modo que tiende a superar y dominar el regalar, incluso a dominar sus propias motivaciones internas a regalar. Si a su vez otra muestra masculina externa le ‘apunta en reversa,’ ambos obviamente deben competir por dominar.
El ego es uno-muchos respecto a otros elementos del ser, a los egos de otras personas, y a todas las muestras que pueden ser seleccionadas dentro del mundo. Se vuelve relativa a muestras más grandes como equivalentes, como lo hace el niño pequeño respecto a su padre. Desde el antiguo Egipto hasta Estados Unidos moderno, grandes símbolos fálicos del Estado, encarnando al padre de la patria, como el monumento a Washington, imponen su estatus relativo sobre otras muestras privilegiadas. Los ciudadanos de un país se pueden unir entre sí como un todo, patrióticamente (en relación con otros países), con su gobernante como la muestra humana nacional.
Un ejemplo de esto es el culto a la personalidad de líderes recientes, cuyas imágenes descomunales dominan los espacios públicos. Hasta hace muy poco tiempo, en los países comunistas podíamos ver fotografías inmensas de los lideres del movimiento mirando hacia el lugar de reunión de las masas. Cuando Kim Il Sung murió en Corea del Norte, la televisión mostró a las multitudes golpeando sus pechos y llorando ante la estatua inmensa de su líder. La preservación del cuerpo de Lenin en el mausoleo del Kremlin, dio a la Unión Soviética una imagen consistente de la voluntad masculada del ego. Mientras que el derrumbe de su inmensa estatua apuntando con el dedo, es otro caso que pone en evidencia este punto.
La diferencia entre muchos de los niveles auto-semejantes es el tiempo que toma desarrollarlos. El tiempo que toma decir una frase es más corto que el tiempo que toma realizar un intercambio, por lo que se pueden decir muchas frases juntas. La masculación misma lleva años. Nosotros mismos somos índices; nuestros movimientos dirigidos a una meta son gestos de indicación. Podemos señalar con el índice una meta, podemos ir hasta ella, hasta podemos tocarla. Tenemos orientación futura, hacia una meta o hacia el destino, transpuesta desde el espacio al tiempo. Podemos señalar hacia atrás desde dónde venimos espacialmente y en el tiempo.
Apuntar-señalar puede tomar poco o mucho tiempo, poco como el tiempo que lleva levantar un dedo, o tanto como el que nos toma trasladarnos hacia un destino. Actuamos como índice cuando recorremos un trecho desde el punto de la toma de decisión en el que elegimos nuestra meta. Escogemos un sitio adonde ir, que es uno entre muchos. Podemos ver esto en forma metafórica—como el fin que ‘justifica’ (o domina) los medios.
Una meta reconocida como destino o punto puede ser algo distinto que la satisfacción de una necesidad. ¿Nuestra motivación a viajar está orientada por el yo u orientada-al-otro? El intercambio parece permitirnos hacer ambas o ninguna, con sólo incrementar la muestra-(dinero). Las caravanas viajaban a lejanos destinos para comerciar. Viajar es como el falo es en el sexo, yendo hacia un destino. Los pioneros viajaron al Oeste, conquistando la naturaleza, señalando las tierras ‘vírgenes’ donde los hombres con rifles índices mataban a los hombres con arcos y flechas índices y luego se quedaron viviendo en forma parasitaria en las tierras ‘libres.’
Los caballos con su gran energía, se parecen a índices fálicos cuando galopan a toda velocidad hacia su destino. Con los automóviles ocurre algo parecido, sin embargo podemos viajar dentro de ellos, señalando un destino e indicando puntos de interés mientras se viaja. La carretera y el paisaje constantemente varían entre ser fondo y figura; la carretera señalada por el automóvil y el destino son tópicos en común. El mecanismo aquí es uno de puesta en primer plano y puesta en segundo plano. Prestamos atención al primer plano y auto-consistentemente no miramos el fondo. Fondo que fluye hacia el pasado. Pero lo que no vemos es el mecanismo como un todo, el que supera el proceso no-mecánico. (¿Es el cambio de modalidades del índice una proto-tecnología?)
Luego apuntamos los cohetes hacia la Luna para conquistarla—y cuando llegamos ahí colocamos el mástil con la bandera. Nuestros científicos se apuran para hacer bombas más grandes para ganar la guerra, y producir un hongo nuclear que señala su propio indiscutible carácter fálico, matando a cientos de miles en lo inmediato. Y matando a millones o miles de millones a largo plazo, a través de la radioactividad (invisible y no señalada). Podemos matar con el índice, pero para crear necesitamos de toda la mano.
Del otro lado de la puesta en primer plano está el segundo plano, el fondo, al que no le prestamos atención, pero que igual está activo. Al señalar, retraer los otros dedos hacia atrás tiene la misma intencionalidad y consume tanta energía como extender el índice; sin embargo, no lo tenemos en cuenta, tal vez, porque enfocamos nuestra atención en la repetición del patrón uno-muchos, entre el que apunta y el que es señalado. Pero los otros dedos, cuando se retraen, están ayudando al dedo índice. Retraer los dedos hacia atrás es parte de la intención de extender un dedo. Pasa lo mismo a nivel interpersonal, cuando algunas personas dan un paso atrás para que otros puedan adelantarse. Puede ser parte de la misma intención del grupo. Sin embargo, puesto que ponemos el foco sobre el uno (la muestra) no va hacia los muchos. Por eso es fácil olvidarlos (como es fácil para las ‘muestras’ masculadas olvidar a quienes les han dado y le han cedido el lugar).
Hay dos ‘muchos’—los muchos dedos que también son parte de la mano—tal vez re-presentando los otros elementos internos o consideraciones a las que el que índice no les presta atención—y también están las muchas cosas que están en lo externo, las otras cosas que no están siendo señaladas. Si los dedos ayudan al índice de verdad, por analogía las cosas que están en lo externo ‘ayudan’ a la que está señalada a ponerse en primer plano, cediendo o renunciando a su lugar de centro de atención. Dentro de la familia, las mujeres tradicionalmente han sido los dedos excluidos; fuera de ella, han sido los ítems excluidos. En el OBN, los punteros masculinos compiten por la posición central, y también para señalar a los superiores en la cadena jerárquica.
Tal vez, esto está basado en el hecho de que el pene no tiene otros ‘dedos’ para excluir. Los otros dedos simplemente han desaparecido en la transposición y en la ‘evolución’ psico-social del signo desde el índice a los genitales. Si el pene es el ‘dedo,’ el cuerpo masculino es parecido a la mano.
Quiero proponer que la palabra ‘man’ (‘hombre’ en inglés), que viene de la palabra ‘manus’ (‘mano’ en latín), es como el cuerpo-mano con el pene-índice. Wo-man (‘mujer’ en inglés) sería la mano-matriz, la mano toda, que puede crear y dar.
Tomar en cuenta el punto de vista del otro es parte del regalar. Los hombres (y las mujeres) a menudo lo dejan de hacer cuando renuncian a dar. Mientras tanto, muchas mujeres renuncian a apuntar, o a ser el punto, y adoptan el punto de vista del puntero del hombre, que necesita apuntar y convertirse en la ‘muestra.’ Nosotras ayudamos a los hombres. Vemos lo que ellos necesitan y a lo que apuntan, porque nuestro punto de vista ha sido excluido. Ha sido retenido, excluido por y para ellos. Por lo tanto, nosotras también nos hacemos lo mismo, para permitir que su punto de vista funcione como el centro de atención, y para apoyarlos para que sean la muestra superándonos. Pero a veces, llega el momento en que ya no lo soportamos, un punto de partida. Entonces le hacemos frente desde el punto de vista del regalar, que puede verse.
Para nutrir y para dar usamos típicamente las manos y no tiene ninguna importancia no tener pene para hacer esto. Aun el apuntar de los bebés puede ser visto como la demanda a la madre de un gesto de dar, un intento de descubrir la mano-matriz de la mujer. Los hombres que cuidan de sus niños y niñas, han podido demostrar recientemente, que la mano que apunta puede transformarse en una mano que da. Señalo esto para poner en claro el regalo de esa transformación sistémica y social, no sólo en el plano individual.
De hecho, el resultado es el enfoque, la ‘muestra’ del ser, el uno. Una vez que comenzamos a contar, requerimos de un contexto de ‘unos.’ Decir un ‘uno,’ dos ‘unos,’ etc. y uno por ‘uno’ es ‘uno,’ probablemente requiere del conocimiento de otros ‘unos,’ de algún otro contexto.
Tal vez intuyendo el papel que la definición juega para la identidad masculina, estamos pendientes de sus palabras, con la esperanza de que nos digan que somos ‘lindas,’ ‘inteligentes,’ ‘buenas esposas.’ De esta manera, casi creamos un ego auto-referencial a la imagen de ellos.
La inversión patriarcal de la posición de ‘muestra’ invierte en la ‘muestra’ del ego, con dominio cuando no lo estaría haciendo por sí mismo. También los hombres se ven a sí mismos como los ‘unos’ porque ellos están renunciando al regalo y a la orientación hacia el otro, optando por la auto-referencia. Yo creo que la experiencia del ego está ‘anclada’ en el cuerpo como están anclados otro tipo de experiencias según los teóricos de la Programación Neuro-Lingüística.
La terapia de la co-dependencia interpreta como excesiva a los dadores y a la gente con necesidades no satisfechas. Se ocupan de curar la enfermedad individual y no al sistema que está enfermo, que está creando un contexto de escasez y generando así innumerables necesidades insatisfechas e imposibles de satisfacer
(que de hecho son usadas para motivar la economía). El altruismo es creativo y mejora la vida, excepto cuando es capturado y drenado por un dominador o se vuelve imposible en un contexto de la escasez. En algún momento se estimó que el 98% de la gente de Estados Unidos era co-dependiente. Este porcentaje parece un alerta roja de la mala interpretación. Es normal ser altruista. No se nos permite practicar libremente nuestra natural costumbre de cuidar, porque nuestros medios para nutrir nos son robados por el sistema, como también por los ‘unos’ privilegiados dentro y fuera de nuestras familias. La teoría y la terapia de la co-dependencia, al validar no dar, nos permite resolver nuestros problemas individuales y vivir en el sistema de intercambio sin desafiarlo.